El cometa Lovejoy sigue el camino hacia el perihelio de su órbita, el máximo acercamiento al Sol, que se producirá el próximo 30 de enero.
A pesar de que en estos momentos se está alejando de la Tierra (su máxima aproximación o perigeo se produjo 7 de enero), sigue siendo un objeto visible a simple vista -su magnitud se mantiene alrededor de 4- debido a su alta actividad.
“Desde el punto de vista astronómico, estos días estamos viviendo los momentos más espectaculares que puede ofrecernos un cometa, y Lovejoy está lleno de vida”, explica Miqel Serra Ricart, del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC).
Ha pasado de una profunda hibernación -debido a las bajas temperaturas- en la Nube de Oort a una frenética actividad consecuencia del incremento de la radiación solar y, por tanto, al un aumento de la temperatura en su superficie. La actividad cometaria se manifiesta tanto en la coma como en la cola.
El aumento de radiación solar provoca el deshielo (sublimación) de la superficie de Lovejoy, compuesta mayormente por hielo de agua. El gas y las partículas de polvo arrastradas por éste forma una “atmósfera cometaria”, denominada coma.
En el interior de la coma y con origen en el núcleo del cometa, se forman chorros de gas y polvo a modo de gigantescos géiseres. Debido a la combinación de la rotación del objeto, el ángulo de visión y el eje de rotación del cometa, los chorros pueden adoptar distintas formas que van desde abanicos hasta espirales.
Aunque a primera vista la cola del cometa puede parecer una estructura estable, nada más lejos de la realidad. La influencia solar -del viento y la radiación solar- forma la cola (en el caso de Lovejoy su longitud alcanza los 25 millones de kilómetros, formada por compuestos volátiles y polvo de la coma cometaria