Abusos en la Iglesia

''No se ha hecho justicia'': el relato de un superviviente de abusos sexuales en la Iglesia de Tenerife

Ciro Molina, superviviente de abusos sexuales en la Iglesia

Natalia G. Vargas

31 de mayo de 2024 22:25 h

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Durante mucho tiempo Ciro detestó el olor del café. El aroma le devolvía a las mañanas en las que el cura de su parroquia se acercaba tanto a él que podía sentir su aliento. Desde los nueve años hasta los 15, el tinerfeño sufrió agresiones sexuales por parte del entonces párroco de Tejina, cuyo nombre corresponde a las siglas C.H.G. Su testimonio es uno de los 24 recogidos en 2023 en Canarias por el Defensor del Pueblo para su informe sobre casos de pederastia en el seno de la Iglesia. Desde hace dos años, su caso dejó de ser anónimo, cuando se plantó ante el pleno de La Laguna para exigir la dimisión del actual obispo de Tenerife, Bernardo Álvarez, por amparar a su agresor. “No se ha hecho justicia”, asevera en una entrevista concedida a Canarias Ahora. 

Ciro creció en una familia católica. La fe de sus padres sumada a su vocación por ayudar a los demás hizo que desde muy pequeño estuviera ligado a la Iglesia. Él era monaguillo de la parroquia de su pueblo cuando conoció a su agresor. Los primeros abusos llegaron cuando él tenía nueve años y se agravaron en 2002, cuando con doce años decidió entrar en el seminario. “Allí nos obligan a confesarnos de los mandamientos que iban en contra de la castidad y de la pureza. En el momento de la confesión, él nos preguntaba si nos masturbábamos y en qué pensábamos. A la vez que me preguntaba, me empezaba a tocar el muslo”, relata. Otras veces pedía al niño que le besara las manos y en una ocasión le llegó a besar en la boca.

Ciro también ha decidido compartir un episodio que sufrió en Tacoronte, en la casa del sacerdote. Fue un momento “silencioso”. “Me metió en una sala. Era un salón de las casas de antes, no tenía muebles. En medio había una silla. Se sentó y me empezó a tocar. No me llegó a meter la mano por el pantalón, pero sí por debajo de la camisa. Cuando yo sentí la mano por mi abdomen me levanté y me fui contra la puerta”, detalla. “El miedo te paraliza. Encima estás con una autoridad en la que tú confías. Al final, a ti te enseñan que el sacerdote es una autoridad en la que debes confiar y no eres capaz de rebelarte”, narra. 

Las primeras en saber lo que ocurría fueron sus catequistas. En una convivencia en el sur de Tenerife, Ciro escuchó cómo algunos de sus compañeros monaguillos contaban que no querían confesarse más con el párroco. “Decían que no querían porque era ”maricón“. Esa era su justificación, pero cuando yo escuché eso me di cuenta de que no estaba solo en lo que yo estaba viviendo”, recuerda. Según el testimonio de la víctima, cuando las catequistas se pusieron en contacto con el cura para pedirle explicaciones, él se limitó a responder: “Si ya lo sabían, ¿por qué no me lo habían dicho antes?”. 

De acuerdo con la documentación a la que ha accedido este periódico, en 2005 Ciro puso en conocimiento de un monseñor del Vaticano, ahora fallecido, los abusos que sufría. Lo hizo a través de correos electrónicos. “Yo creo en tus afirmaciones, pero en lo que más creo es en la capacidad que tenemos las personas de perdonar y de olvidar las debilidades de los demás”, le respondió el alto cargo de la Iglesia en uno de los mails. En estos mensajes, la víctima relató que con tan solo nueve años su agresor le preguntaba si “se le ponía durita” o “cuántas pajas” se hacía. En todas las conversaciones, el monseñor se limitó a aconsejarle que se desprendiera de lo que “arrastraba como se arrastra a un muerto”. 

La familia puso en 2004 la primera denuncia ante la Iglesia. La única respuesta por parte de la institución fue sacar al sacerdote de Tejina y recolocarlo. En 2014, Ciro volvió a denunciar el caso de pederastia ante la Diócesis de Tenerife. “Estos actos de esclavitud sexual que le estamos denunciando, de un cura con un menor, no han ocurrido en Boston o en Madrid, sino en nuestra Diócesis, en nuestra parroquia, y con nuestro hijo, lo cual nos hace sufrir no solo como padres, sino también como cristianos, porque hechos como estos dañan y salpican a nuestra Iglesia”, reza el documento presentado por los padres de Ciro. Fue entonces cuando se abrió un proceso canónico contra el sacerdote y cuando el actual obispo, Bernardo Álvarez, ordenó la suspensión cautelar del agresor. 

Sin embargo, tal y como ha hecho público la Asociación Infancia Robada, C.H.G. siguió ejerciendo con “protección e impunidad” durante diez años desde la primera denuncia. Por ello, tres asociaciones de víctimas de abusos en la Iglesia han exigido la dimisión del obispo. “Su deber es garantizar la integridad y la seguridad de todos sus miembros, especialmente de los más vulnerables. Por el contrario, usted permitió que ese sacerdote continuara ejerciendo el ministerio sacerdotal en el Hogar del Santísimo Cristo de La Laguna”, reza la carta abierta. Según ha podido saber este periódico, también fue capellán en la casa de acogida Madre del Redentor, en El Sauzal. 

“Terrorismo social” 

La denuncia de Ciro vino acompañada de una persecución a su familia por parte de vecinos y miembros de la Iglesia. “Mis padres no fueron por lo penal porque, al ser una familia súper creyente, los curas los manipularon y persuadieron. A mi madre la dejaron de saludar”, recuerda. El tinerfeño también perdió amistades y tuvo que terminar el Bachillerato en un pueblo que no era el suyo. “Hubo mucha gente que no quiso saber de mí porque yo era un apestado”, cuenta. 

Esta fue la razón por la que su testimonio fue anónimo hasta 2022, cuando se convirtió en la primera víctima en contar su caso ante un pleno municipal. Ciro relató en el Ayuntamiento de La Laguna los abusos que sufrió y exigió allí la dimisión del obispo. Bernardo Álvarez ya se ha posicionado respecto a los abusos a menores en la Iglesia en declaraciones a los medios de comunicación: “Puede haber menores que sí lo consientan y, de hecho, los hay. Hay adolescentes de 13 años que son menores y que están perfectamente de acuerdo y, además, deseándolo. Incluso si te descuidas, te provocan”.

“Lamentablemente toda esta historia ha tenido que ser pública porque no hay otra manera de hacer frente a la Iglesia. Ellos siguen sin dar su brazo a torcer, no han pedido perdón públicamente, no han hecho ningún acto de reparación”, subraya Ciro. “Todos los casos de abusos sexuales son abominables. Todos somos víctimas. El problema de la Iglesia es que es algo institucionalizado, todo el mundo lo conocía y lo tapaba”, valora. 

Culpa y vergüenza 

Tiempo después, la víctima tuvo constancia de que su abusador había agredido a otros menores en La Gomera. “A mí me pasó porque nunca nadie le paró los pies. Yo nunca me suicidé, pero sí tuve ideas autolíticas. Si tú haces algo por el bien de los demás y recibes maltrato, te convences de que tú eres el malo, de que el error está en ti”, lamenta. La culpa, la vergüenza, la confusión y el miedo a no ser creídas son algunas de las consecuencias que arrastran las víctimas de abusos, según el análisis realizado por el despacho Cremades & Calvo Sotelo sobre abusos clericales.

La Iglesia ordenó esta auditoría a raíz de las investigaciones del periódico El País. El análisis de Cremades identificó al menos 2.056 víctimas, por lo que intentó ser desprestigiada por los obispos. Este documento de 956 páginas concluye que “no se trata de casos aislados, ni de unas pocas manzanas podridas. Si un solo abuso ya era demasiado, el análisis nos habla de miles de abusos”. La investigación subraya que la mayoría de las víctimas son niños de entre 7 y 14 años, a diferencia de los abusos cometidos en el ámbito doméstico, donde la mayor parte de las víctimas son niñas. 

De los miles de testimonios recabados por el despacho “se desprende dolor, sufrimiento y, en muchas ocasiones, impotencia ante la inacción de la Iglesia”. Las víctimas “no buscan una indemnización o compensación económica”, a pesar de los cuantiosos gastos que suponen los tratamientos psicológicos y psiquiátricos a los que recurren para “tratar de recomponer su ser”. 

La primera vez que Ciro se sintió apoyado fue en 2014, cuando un psicólogo creyó en su testimonio. El informe elaborado por el profesional relata que el entonces menor sufrió agresiones desde 1997 hasta 2003 en la casa parroquial de Tejina y en la vivienda del cura. La víctima sufrió ya siendo mayor de edad un síndrome depresivo con ideas suicidas, ansiedad bloqueo del desarrollo evolutivo y comportamientos autodestructivos. Antes de eso, sus notas bajaron y empezó a faltar a las clases.

“Yo no entendía lo que estaba pasando, pero es triste que uno descubra la sexualidad de esa manera y no de forma natural”, dice Ciro. “Es doloroso sentir una mano extraña en tu cuerpo. Ahora cuando siento una mano en mi muslo, reacciono. Cuando sufres eso crees que todo el mundo te va a hacer daño”, añade. Su caso es también uno de los 24 recogidos por el Defensor del Pueblo en Canarias. El informe, publicado en 2023, incluye doce casos en Tenerife, nueve en Gran Canaria, uno en Lanzarote, uno en La Gomera y otro en La Palma. 

Cuatro años después de que se reconociera su caso, su madre falleció. Ahora, Ciro intenta recomponer su vida. Ha hecho un ciclo de integración social y trabaja con menores extranjeros no acompañados. Para él, es clave que se ofrezca en los colegios y en la Iglesia formación para que los menores y las familias sepan identificar los abusos. También preside en Canarias la Asociación Infancia Robada para ofrecer acompañamiento, escucha y comprensión a las víctimas. Su objetivo es que no se repitan historias como la suya y que se haga justicia: “Lo único que nos queda a las víctimas son los periodistas y el Estado como defensor de los derechos civiles. No se trata de hablar, sino de hechos”.

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