Como en los viejos tiempos, la romería de San Benito no fue solo cosa del domingo, las carretas, los turistas y las fotos. Hubo más. Más fiesta y más barrio. Desde días antes; pero sobre todo desde una víspera en la que esta zona ya olía a tipismo y a ganas de pasarlo bien. A media mañana del sábado, concursos de envite y dominó animaban la plaza, en la iglesia ultimaban los preparativos del santo, por los alrededores grababan el retorno del popular En Aguere –el programa más longevo de la radiodifusión lagunera– y hasta estaban abiertos los quioscos habituales de toda fiesta popular, donde un grupo amplio de gente ya calentaba motores. La romería, de alguna manera, estaba en marcha.
Lo de este domingo fue el cierre. Espectacular, que añadiría algún de vecino de los de toda la vida, de los que dicen que la fiesta es de La Laguna pero, sobre todo, del barrio. Porque este año, gracias a la organización de la Asociación Amigos y Romeros de San Benito, muchos desencantados se reencontraron con el sabor añejo de esta tradición, o al menos un poco. Una de las principales sorpresas del domingo fue al terminar la misa. Sin que casi nadie lo esperase, el grupo herreño de San Andrés entró, a ritmo de pitos, chácaras y tambores, a hacerle una venia al santo muchos años después. Y algunos de los que fueron testigos del momento acabaron emocionados.
Tras la salida de San Benito a la calle con ese extraño sistema que lo hace bajar para que quepa por la puerta, comenzó la bendición del ganado y la romería en sí. Delante, las cabras y ovejas, la danza de cintas, la Agrupación Folclórica San Benito y el patrón de los labradores. Le seguía una hora de desfile (al menos en los puntos iniciales, donde todo es más ordenado...): las autoridades, con Fernando Clavijo al frente (en la que puede ser su última romería como alcalde), los barcos, los carros y las carretas. Y entre medias, escenas que hacen especiales a estos festejos; unas repetidas y otras que surgen de las circunstancias del momento: los que intentan hacerse una foto con alguna yunta (seguramente para subirla a las redes sociales), el apuro de quienes van en las carretas ante el asedio de los que tratan de conseguir comida o vino (bien es verdad que hay casi profesionales en esa tarea de pedir algo) o hasta uno que se enfadó porque no le gustó la paella que le dieron y estampó el plato contra el suelo (que donde se junta tanta gente hay de todo...).
La afluencia, imponente. En la zona de La Concepción la cantidad de público superaba a las últimas ediciones. Especialmente en el recorrido oficial (el de las lascas de madera para no erosionar el adoquinado). Por él pasaron medio centenar de barcos, carros y carretas, que se unían a los grupos que tocaban o bailaban piezas tradicionales en ese tributo al agro local –en tiempos de PGO– que es la romería. También estaban los que lo celebraban en sus casas, en terrazas y azoteas, tranquilos, fuera del mogollón. O los que se congregaban en calles paralelas o en rincones concretos, como la plaza de la Junta Suprema, donde hacían la fiesta por su cuenta y con menor atención al costumbrismo... Muchos de ellos terminaron en la verbena que hubo en la parte baja de San Benito y, sobre todo, y pese a la final del Mundial, en la plaza de La Concepción y alrededores.
Lo cierto es que, hasta este domingo, la Asociación Vecinos y Romeros de San Benito –compuesta por gente de este barrio lagunero que llevaba años creyendo en otro enfoque de la fiesta– había ido superando con cierta solvencia una especie de pruebas parciales. “Todo ha ido muy bien. Ha habido una participación muy importante y mucha actividad”, celebraba, en los prolegómenos de la romería, Luis Hormiga, muy vinculado al Carnaval y miembro de la Directiva del grupo organizador de esta edición de San Benito. Seguramente, este lunes su valoración será aún mejor. Ya en la tarde, el sentir general decía que el examen más importante lo habían aprobado.