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¿Y ahora qué?

Vale. Ha habido moción de censura y Pedro Sánchez ha conseguido suficientes votos para que prosperase y así sacar del sillón presidencial a M punto Rajoy. Bastante que me alegro por ello, de ver que por fin han puesto de patitas en la calle al jefe de los corruptos, que, aunque ellos lo nieguen, lo único que hemos podido observar en todo este tiempo es que todos los de PP están cortados por la misma tijera y seguirán cayendo uno a uno si no llega alguna ley que invalide para siempre esa organización y no le permita gobernar nunca más en las instituciones de este país.

Si es verdad que los sajorines de turno (zahoríes para los más letrados), todavía ni bien había empezado el debate de la moción, ya estaban con el critiqueo, como los asustaviejas de siempre que se avecina un cambio político: que si van a pactar con terroristas, que si con independentistas, que si con catalanes racistas, que si con los amigos de Maduro (que, por cierto, estará privado dando brincos), que si nuestra Anita cambió el voto… ¿Y qué más da un voto que no va ni para la derecha ni para la izquierda si lo único que puede avalarlo es la prudencia de salvar los muebles, nuestros muebles, los de los canarios? ¿Por qué va a mantener ciegamente una cosa que no conviene? Otros, sin embargo, tan pronto le sacan a Rajoy los millones del presupuesto como a la semana siguiente se casan con Sánchez en primeras nupcias. (¿Y qué remedio les va a quedar, señora, si de unos años para acá el de Nueva Canarias no se separa del PSOE ni con agua caliente? Eso es lo que llamamos disciplina de partido, claramente, ¿no?).

Pues visto lo visto, a España no le queda otra alternativa que la pérdida progresiva de calidad presidencial. De Suárez a Felipe, de Felipe a Aznar, de Aznar a Zapatero, de Zapatero a Rajoy y de Rajoy a Sánchez (ya sé que me salté alguno por el camino, pero lo hice adrede). Cada vez nos gobierna uno con menos nivel de confianza y de apoyo por parte de los ciudadanos. Y encima esta vez, usurpando el poder, aunque todos sabemos que una moción de censura es algo absolutamente constitucional, pero al común de los votantes no le hace ninguna gracia que su voto caiga en saco roto. Aun con todo eso, no me disgusta para nada la idea de sacar a los corruptos del Gobierno. Es más, el siguiente paso debería ser que se devuelva lo robado.

Pero volviendo a la dura realidad, los que acaban de entrar tendrán que arreglárselas para gobernar este país con unos presupuestos ajenos, teniendo entre sus filas a muchos que apoyan el proceso independentista catalán, incluso el terrorismo vasco. O sea, que eso que llaman “gobierno Frankenstein” está formado por una amalgama de gente que lo único que ha hecho hasta ahora es “jalar el ascua pa' su sardina”, así que lo que toca es arremangarse y mirar todos en una misma dirección, tal vez dejando de lado los intereses no comunes a los del resto de los españoles.

Difícil lo veo, pero bastante que me alegro, aun con el miedo a lo desconocido y la expectación que me embargan y seguro a muchos españoles también. Ya está bien de que seamos el hazmerreír de toda Europa, por mucho que presuman de haber dejado una España mejor de la que encontraron y de que nos sacaron de la crisis. No quiero que en mi país gobierne el partido más corrupto de Europa. Me da igual lo que votaran los míos, me da igual lo que suceda mañana, esta democracia nuestra es lo suficientemente madura como para tomar las riendas y echar a quien sea menester para seguir tirando. Si al final todo es efímero, hoy toca con estos mimbres. Mañana ya veremos. (Y por cierto, ¿Maduro no ha dicho nada todavía, doña? Ya está tardando).

Mientras tanto… ¡menudo estómago hay que tener! Auguro que el nuevo presidente las va a pasar canutas en su día a día, pidiendo permiso para mover cada músculo de su cuerpo, un cuerpo con tantos ADN distintos.

De momento, estamos a la espera de que Pedro Sánchez el Guapo (así lo ha empezado a llamar la prensa internacional, que debe ser medio cegata, aunque, según con quién lo compares…) empiece por derogar la ley mordaza para que podamos decir unas cuantas cosas.

Vale. Ha habido moción de censura y Pedro Sánchez ha conseguido suficientes votos para que prosperase y así sacar del sillón presidencial a M punto Rajoy. Bastante que me alegro por ello, de ver que por fin han puesto de patitas en la calle al jefe de los corruptos, que, aunque ellos lo nieguen, lo único que hemos podido observar en todo este tiempo es que todos los de PP están cortados por la misma tijera y seguirán cayendo uno a uno si no llega alguna ley que invalide para siempre esa organización y no le permita gobernar nunca más en las instituciones de este país.

Si es verdad que los sajorines de turno (zahoríes para los más letrados), todavía ni bien había empezado el debate de la moción, ya estaban con el critiqueo, como los asustaviejas de siempre que se avecina un cambio político: que si van a pactar con terroristas, que si con independentistas, que si con catalanes racistas, que si con los amigos de Maduro (que, por cierto, estará privado dando brincos), que si nuestra Anita cambió el voto… ¿Y qué más da un voto que no va ni para la derecha ni para la izquierda si lo único que puede avalarlo es la prudencia de salvar los muebles, nuestros muebles, los de los canarios? ¿Por qué va a mantener ciegamente una cosa que no conviene? Otros, sin embargo, tan pronto le sacan a Rajoy los millones del presupuesto como a la semana siguiente se casan con Sánchez en primeras nupcias. (¿Y qué remedio les va a quedar, señora, si de unos años para acá el de Nueva Canarias no se separa del PSOE ni con agua caliente? Eso es lo que llamamos disciplina de partido, claramente, ¿no?).