Tenerife Ahora Opinión y blogs

Sobre este blog

Catálogo de palabras

-Escribes siempre sobre lo mismo -me dijo.

-Y qué esperas si sigues siendo mi mejor herida -le dije.

Carlos Aymí

Tengo guardada una lista de palabras inconexas con las que me gustaría que alguien escribiera algún poema: cenizas, grieta, clemencia, inseguridad, invasor… Las voy apuntando por si algún día soy capaz de entenderlas como para poder dedicarles todos mis silencios en lugar de que lo haga cualquier otro.

De las cenizas solo sé que el mar está repleto de ellas. Que cuando se acaba la vida algunos prefieren convertirse en polvo a que la tierra los transforme con el tiempo. De las cenizas solo sé que son el rastro de un amor acabado, de un cigarrillo que se conserva apagado en el mismo cenicero de aquella noche. De la existencia previa a las cenizas sé menos que ellas mismas. Imagino un cuarto muy pequeño con una ventana muy grande en el que se escapa el humo y todas las posibilidades de no acabar en un vertedero revolviendo la mierda para salvarse.

En cuanto a la inseguridad, conozco algo más. He visto cómo las mujeres que me rodean me prevenían ante cuatro galanes por el miedo a su reacción tras mi petición de que me devolviera su ausencia. He leído que muchas mueren por menos. Me han contado que hay países en los que hay niños que matan. He visto calles oscuras que conducían a la ansiedad por desconocimiento e incertidumbre ante las propias capacidades.

Mi relación con el invasor duró menos de lo que sería capaz de marcar en un calendario y, aún así, me arrepiento de no haberle luchado nunca. Llegó por sorpresa y sin el aviso de que aquello era una guerra. Llenó el salón de invierno con sus canciones y después, como hacen todos los conquistadores, dejó las marcas con la voluntad de que yo ya no me pudiera explicar sin él. Del resto de invasores no podría hablar sin que mis palabras destilaran desprecio en cada letra por entrar injustificadamente en vidas ajenas.

Las grietas me conocen más ellas a mí que yo a ellas; principalmente porque me viven y yo no las veo. Las tengo bien escondidas por si acaso, no vaya a ser que alguien se piense que tengo tantos huecos que ya no podré solucionarme nunca. Pero ahí están, bien abiertas, recordándome que en su fondo solo hay acantilados llenos de espinas y que caer no sería nunca como volar si son ellas quienes me esperan.

Sobre la clemencia dudo cada vez que la nombro. Su moderación a la hora de aplicar justicia se camufla con una compasión que me abruma. Tengo la sensación de que es como esos señores que te miran con pena cuando están en desacuerdo; como quienes se miran al espejo creyendo que ellos son la verdad. Con la clemencia me pasa lo que nunca olvido, que me compadezco aunque me duela.

-Escribes siempre sobre lo mismo -me dijo.

-Y qué esperas si sigues siendo mi mejor herida -le dije.