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Contraste y nada

Una de estas noches oscuras y desapacibles (por las condiciones atmosféricas), después de haber terminado el sobrio pero excelente relato de William Faulkner Miss Zilphia Gant, datado en el lejano 1932, me puse a navegar en los mares digitales que hoy nos inundan y me di de bruces con este país lleno de dramáticos y espeluznantes contrastes.

Por un lado, la golfería acreditada, indultada y luego premiada con el abandono de la cúpula de un banco junto a un reguero de millones de euros, con la obesidad hecha de la misma pasta. Por otro, el drama de la muerte y de la desesperación que es consecuencia del hartazgo de tanta nada y silencio, de la imposibilidad de la vida digna, de la ausencia quizá de un puto chavo y de la certeza de que la existencia ya no merece la pena.

A un lado, en la misma edición de un periódico digital, un banquero que se va bien engordado de un banco de multinacional española. Al otro, la inmigrante que se cae desde el aire al asfalto con resultado de muerte y con su niño entre los brazos, que se salva de milagro. Qué pensar, a quién mirar, qué decir, a quién quejarse, cómo actuar, qué queda por ver, qué habrá mañana, por qué la muerte y la huida más inexplicables frente a una actitud penada que se salda con indulto y perras en el bolsillo, en los bolsillos más anchos y grandes que uno se pueda imaginar, que, si no es así, dónde cabe tanto billete de quinientos.

Este mundo, sobre todo ahora y en este país caricatura de progreso, no merece la pena por la actual sobreproducción de injusticia, por tanto claroscuro, por tanta distancia entre el verde y el rojo, por tanta desidia y por tanto mirar hacia el otro lado, en especial por los elegidos para gestionar toda esta gran mierda.

La mentira y el engaño únicamente dan paso a muestras de dolor, a hendiduras en piel humana, a miseria y a desesperación consentida tras un me giro y arranco. Y claro que no siempre es así. El banquero y la inmigrante fallecida forman parte del paisaje más rocambolesco y surrealista de esta España de pandereta y claxon, de un país en el que los llamados jóvenes, las generaciones salvadoras, casi siempre venden el mensaje base que traslada Faulkner en su Miss Zilphia Gant. Llegarán, parece, para dar y ofrecer más de lo mismo.

Ya lo dicen demasiado a menudo los políticos, en mensajes arcaicos y grises recogidos en la prensa local, como ocurre en la triste, diabólica y estremecedora Miss Zilphia Gant. Y así tantos ejemplos como ustedes deseen. Es lo que hay, que no veo otra cosa alrededor. Ojalá me equivoque. “Es lo mismo / lo mismo / lo mismo siempre igual”. Era así la canción… ¿Verdad?

*Artículo publicado en el libro de relatos y otros textos llamado PolicromíaPolicromía

Una de estas noches oscuras y desapacibles (por las condiciones atmosféricas), después de haber terminado el sobrio pero excelente relato de William Faulkner Miss Zilphia Gant, datado en el lejano 1932, me puse a navegar en los mares digitales que hoy nos inundan y me di de bruces con este país lleno de dramáticos y espeluznantes contrastes.

Por un lado, la golfería acreditada, indultada y luego premiada con el abandono de la cúpula de un banco junto a un reguero de millones de euros, con la obesidad hecha de la misma pasta. Por otro, el drama de la muerte y de la desesperación que es consecuencia del hartazgo de tanta nada y silencio, de la imposibilidad de la vida digna, de la ausencia quizá de un puto chavo y de la certeza de que la existencia ya no merece la pena.