Espacio de opinión de Tenerife Ahora
¿Despedir a un profesor gay?
Uno de los pecados originales de nuestra actual democracia, la que se inauguró constitucionalmente en 1978, fue la firma de los acuerdos Iglesia-Estado, el tan traído y llevado Concordato. Con un fuerte ruido de sables de fondo, Suárez no quiso tener un frente abierto con el Vaticano, cuyos púlpitos se extendían por los lugares más recónditos de nuestro país. Ese tratado, por otra parte, no era algo escandaloso para la España de la época, recién salida del palio bajo el que Franco entraba en las iglesias.
Fueron pasando los años y fuimos cambiando. Cambió el Ejército y cambió la Iglesia. Unos pendularon hacia el centro y otros hacia la derecha. Pero, sobre todo, cambió una sociedad que, casi cuarenta años después, está lejos de vivir de acuerdo a los valores morales que exige el catolicismo. Un país que no va a misa, pero que sigue llevando a sus hijos a clases de Religión. Eso sí.
La existencia de esta asignatura es una papa caliente. No se atrevieron con ella ninguno de los que vinieron detrás. Ni Calvo Sotelo, ni Felipe González, Aznar o Zapatero. Y, mucho menos, el Wert de Rajoy.
Cuando nos enteramos de que profesoras y profesores son despedidos en España por su estado civil o por su condición sexual podría parecernos una broma macabra. ¿Cómo es posible que se permita, como causa de despido, algo que no se admitiría bajo ningún concepto en cualquier otro caso, para ningún otro ciudadano o ciudadana? Pues porque, según esos acuerdos, la Iglesia decide discrecionalmente y las autoridades educativas, o sea los contribuyentes, acatan.
¿Tiene lógica que quien imparte una asignatura sobre religión católica viva conforme a sus principios? Seguramente sí. Lo que no tiene ninguna es que esta disquisición se juegue en el terreno de la escuela pública, la de todos. Que sirva de argumento para expulsar a alguien de su puesto de trabajo.
Es por ello que quizá ahora, cuando ya no se escucha el ruido de sables, cuando los púlpitos han perdido su influencia sobre la sociedad y la sociedad misma ha cambiado, haya llegado el momento de revisar esos acuerdos. Quizá es el momento de que nuestros gobernantes se decidan a proteger a todos los ciudadanos de la discrecionalidad, de la discriminación y de la intolerancia.
Es solo una idea.
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