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Ellas, las Kellys

Ellas, que se levantan muy temprano para poder coger la autopista y acudir al hotel donde están trabajando, que limpian una habitación tras otra para que disfrutes de tu estancia en el hotel. Ellas, que sienten que la monotonía a veces las mata; que se ahogan, que ya no pueden más. Ellas, que están cansadas de la rutina. Ellas, que agradecen infinitamente cuando un cliente les dice que no hace falta que revisen la habitación, que todo está perfecto. Ellas, que han tenido que renunciar a aspiraciones, sueños y proyectos porque tenían que ponerse a trabajar.

Ellas, que son el sustento familiar, que sin ellas sus familias serían el caos. Ellas, las que sacan fuerzas para preguntar a sus hijos cómo les va en el colegio y qué han hecho durante el día. Ellas, que llegan de trabajar a las cinco de la tarde, que hay días que no almuerzan porque el estrés las consume; las que tienen dolores en las manos, en la espalda, en todo el cuerpo. Ellas, las que se han pasado buena parte de su vida laboral trabajando en negro, y la otra parte trabajando en precario. Ellas, que son parte indispensable de un sistema creado para que los que más tienen consigan aumentar sus cuentas de beneficios.

Ellas, que han adquirido conciencia de clase para reivindicar derechos a raíz de la crisis, derechos que les pertenecen, y que durante muchos años hicieron milagros con los dos sueldos que entraban en casa y que ahora lo hacen con el único que entra. Expertas en los milagros, en lo que no se nota. Todas ellas van a ir a la huelga los próximos días 25 de diciembre y 1 de enero.

La semana pasada los dirigentes de Sindicalistas de Base hicieron un llamamiento a la huelga para que las camareras de piso cuenten con mejores condiciones laborales. Los días seleccionados no han sido escogidos al azar; son días de una considerable carga laboral. Las camareras de piso han decidido dar un golpe encima de la mesa ante un sistema que las esclaviza y las somete.

El responsable de Sindicalistas de Base contaba que, según está indicado por la teoría de las llamadas Kellys, deben limpiar, recoger y revisar cada habitación de hotel en 10 minutos y que la media de habitaciones que hacía una camarera de piso era de 20. No hace falta ser muy bueno en matemáticas para darse cuenta de que esto es humanamente imposible. Tampoco hace falta ser muy bueno en matemáticas para comprender las exigencias de las trabajadoras. Ojalá sus quejas no se conviertan en un grito al aire.

Ellas, que se levantan muy temprano para poder coger la autopista y acudir al hotel donde están trabajando, que limpian una habitación tras otra para que disfrutes de tu estancia en el hotel. Ellas, que sienten que la monotonía a veces las mata; que se ahogan, que ya no pueden más. Ellas, que están cansadas de la rutina. Ellas, que agradecen infinitamente cuando un cliente les dice que no hace falta que revisen la habitación, que todo está perfecto. Ellas, que han tenido que renunciar a aspiraciones, sueños y proyectos porque tenían que ponerse a trabajar.

Ellas, que son el sustento familiar, que sin ellas sus familias serían el caos. Ellas, las que sacan fuerzas para preguntar a sus hijos cómo les va en el colegio y qué han hecho durante el día. Ellas, que llegan de trabajar a las cinco de la tarde, que hay días que no almuerzan porque el estrés las consume; las que tienen dolores en las manos, en la espalda, en todo el cuerpo. Ellas, las que se han pasado buena parte de su vida laboral trabajando en negro, y la otra parte trabajando en precario. Ellas, que son parte indispensable de un sistema creado para que los que más tienen consigan aumentar sus cuentas de beneficios.