Mi no entender qué es el nivel 3

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Cuando aún estaba ojiplática por la resolución del TSJC sobre la ilegalidad de decretar el cierre interior de la hostelería por considerar que no hay evidencias que demuestren que es un canal de contagio entre personas, me topé con Omar.

Lo conozco desde hace solo cinco días, cuando decidió pasar todas las mañanas, las tardes y las primeras horas de la noche frente al supermercado de mi barrio con la esperanza de que alguien le compre una pulsera, le dé comida o algunas monedas. Cuando lo vi por primera vez me impactó porque esa crisis de las pateras, de la que llevamos oyendo hablar desde hace meses, de repente la tenía yo personificada en la puerta de mi casa.

Una cosa es saber lo que está pasando y otra es darte con la realidad en las narices.

Enseguida entablamos conversación, aunque él apenas habla castellano y yo no tengo ni la más remota idea del idioma en el que me habla. Lo primero que le entendí es que era de Senegal y que lleva en Tenerife algo más de dos meses. Llegó en patera, eso sí lo dijo con claridad, pero los detalles de su viaje me fueron ininteligibles y al notar su miedo y su tristeza no le pregunté más. 

Le compré por 5 euros una pulsera con los colores de la bandera de Tenerife que siempre había querido tener, le deseé suerte y seguí mi camino.

Al día siguiente estaba en el mismo lugar, noté que se alegró de verme. Aprovechando que iba al supermercado le compré un litro de yogurt para beber, pan, pavo (supongo que será musulmán) y una palmera de chocolate. En total fueron algo menos de 7 euros. ¡Casi le da algo cuando se lo entregué! Noté que me quería abrazar en agradecimiento, pero se frenó.

Le recordé que tenía que mantener la distancia con todas las personas con las que se cruzara por lo del coronavirus y él me dijo que sí, que se lo habían explicado en el Campamento de Las Raíces, donde está acogido desde su llegada, pero me dijo varias veces: “mi no entender nada”.

A trancas y barrancas traté de explicarle que en Tenerife las cifras son muy malas desde hace tiempo y que desde hace pocos días estábamos en nivel 3 de riesgo (de 4 posibles), por lo que debía evitar estar cerca de personas porque es el principal riesgo de contagio y que si es sin mascarilla es aún peor. 

Él solo me decía: “Yo no entender”.

Traté de explicárselo lo mejor que pude, pero me di cuenta de que no me comprendía, así que le toqué cariñosamente en el brazo, le volví a desear mucha suerte y me despedí.

Hoy he vuelto a hablar con Omar. Sigue hora tras hora frente a la puerta del supermercado. 

Empezamos a charlar de todo un poco y mi sorpresa ha sido mayúscula cuando me he dado cuenta de que no es que no me entienda a mí cuando le cuento el lío de la covid-19 y las cifras terroríficas de Tenerife; lo que no entiende es por qué si los datos son tan malos desde hace tantas semanas cómo es posible que desde que llegó a la isla no ha parado de ver gente y más gente por las calles de Santa Cruz de Tenerife y de La Laguna y los locales llenos hasta la bandera (dentro y fuera) con gente comiendo, bebiendo, fumando, abrazándose y besándose.

Yo me quedé paralizada y aún más ojiplática si cabe, pero todavía lo estuve mucho más cuando me contó como buenamente pudo que cuando regresa a su campamento comparte su espacio con cientos de inmigrantes iguales que él sin apenas distancia, sin ventilación y a veces también sin mascarilla o con una que se ponen hasta que da de sí de vieja que está.

Me dijo: “Tu explicar mejor”. A lo que yo le contesté que no se lo podía aclarar, que era muy listo y que sin tener demasiada información tenía toda la razón. 

Le insistí en que se cuidara mucho.

¿Qué demonios le podía decir yo a este chico que no tendrá más de 20 años y que está solo en Tenerife, que casi todo el dinero que consigue lo destina a llamar por teléfono a su familia y que con lo único que sueña es con llegar a Madrid?

Omar, aunque tú no lo sepas desde que te conozco no has parado de darme lecciones de realidad. Guantazos de realidad, diría yo. Vivía en mi mundo como si las crisis migratorias fueran algo que sale en la tele o los periódicos pero que no tenía nada que ver conmigo, aunque fuera en mi tierra y, sin embargo, aquí estás, bajo mi ventana desde la mañana a la noche.

Has tenido que llegar para darme cuenta que da igual el nivel de riesgo o si los locales están abiertos o no, en Tenerife tenemos tales ansias de normalidad que nos hemos estado comportando como si aquí estuviera yendo todo a mejor cuando en realidad no era así. 

Entramos, salimos, quedamos, cenamos, bebemos, cantamos, visitamos a amigos… hacemos todo exactamente igual que los majoreros, los herreños, los palmeros, los gomeros, los conejeros y los grancanarios, pero tenemos una media de 130 contagios nuevos al día y ellos no.

No sé si te volveré a ver Omar, pero deseo que no porque eso significará que estás camino de tu sueño, pero nunca agradeceré lo suficiente al azar haberme cruzado contigo y las lecciones que me has dado sobre mí misma y la realidad que me rodea.

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