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Palabras cruzadas

Palabras que piensas y dejas macerando en la mesilla de noche con el último latido antes de dejarte dormir. Palabras que te reciben con el amanecer, que intentas masticar antes de dejarlas volar, pero a las que no les encuentras forma y las dejas enjauladas dentro de ti, varando con un sentimiento enquistado, en una gota de sangre que entra y sale del corazón.

Palabras que hubieras deseado escuchar, pero que se perdieron entre la tercera y cuarta costilla, junto a las primaveras estériles que no te dejaron huellas a las que sonreír. Palabras que se convierten en sospechas fundadas a las que no les hace falta rueda de reconocimiento, servidas por el verdugo y aderezadas por su cómplice, pero sin ruegos y preguntas, ni fiscal, ni juez, y sí con un certero y mortal alegato final.

Pensamientos que se van enredando en tu cabeza y que llegan como un alud hasta tus cuerdas vocales, donde hacen rápel hasta el fondo más profundo de tu estómago, a la deriva en un maridaje cruel con la última desilusión que encarcelaste allí. Sentimientos que sacas a pasear en un patio vacío de espectadores, que lanzas contra una pared inestable incapaz de restar con un ganador toque de efecto. Las cinco sílabas de remordimientos que dejaste crecer en el nicho metálico de un apartado postal. Sensaciones que vomitas a golpe de nostalgia sobre un papel, pero que solo serán abono para un cubo de reciclaje.

Pensamientos, sentimientos, emociones, sensaciones, jugando en el laberinto que florece libre entre tu cabeza y tu corazón, y que se travisten en palabras para encontrar la salida.

Porque no todas las palabras se las lleva el viento. Las que se pierden por los pasillos se quedan dentro de ti, como el reparto coral de todas tus pesadillas.

Palabras que piensas y dejas macerando en la mesilla de noche con el último latido antes de dejarte dormir. Palabras que te reciben con el amanecer, que intentas masticar antes de dejarlas volar, pero a las que no les encuentras forma y las dejas enjauladas dentro de ti, varando con un sentimiento enquistado, en una gota de sangre que entra y sale del corazón.

Palabras que hubieras deseado escuchar, pero que se perdieron entre la tercera y cuarta costilla, junto a las primaveras estériles que no te dejaron huellas a las que sonreír. Palabras que se convierten en sospechas fundadas a las que no les hace falta rueda de reconocimiento, servidas por el verdugo y aderezadas por su cómplice, pero sin ruegos y preguntas, ni fiscal, ni juez, y sí con un certero y mortal alegato final.