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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Poemática personal

Me arrastran

y me sientan

a comer

en una larga mesa.*

En silencio pido un turno más. Rasco desesperadamente buscando en el vacío lo que no supo llenar la vida. Imperfecto. La angustia se adueña del espacio tiempo y esto se convierte en un mal viaje. Nadie te mandó a tensar la cuerda tanto. Prolongas las emociones en exceso, dilatas el verso, apuras el vaso hasta el final. Arrastre y bajos fondos. Estas horas que pretendes vivir no eran para ti y sin embargo aquí estás.

Ahora debes enfrentarte a lo inevitable y no importa si la mesa está puesta y el invitado sin llegar, es el momento de comer, de tragar con lo que hay, sin más, como quien engulle forzando los mecanismos.

La trinchera enemiga

avanzando en silencio.

Sus aceitosos goznes.

Su hocico de vulpeja.*

Tras la puerta no aguarda nada bueno. Temes el supino vacío, el horror de la ausencia, de la más absoluta oquedad. Insoportable dolor. Arqueas el cuerpo, respiras agitadamente. Podría decirse que detrás de esta sensación solo queda lugar para un obituario. Asumir la pérdida es el más grave de los condicionantes. Nunca imaginaste un final tan simplón. La necesidad de un final feliz te llevó a soñar quimeras inalcanzables. Abofeteas tu cachete izquierdo en lo que recuerdas lo ingenuo que fuiste. Ahora no hay remedio, desgraciado… Esa lágrima que corre mejilla abajo no la podrás consolar. Se acabó.

Yo no sé

cuánto tiempo

estuve, allí, clavado,

esperando el relevo.*

Militamos desde la creencia más absoluta. Credo y profecía. La verdad se reveló y no tuvimos miedo nunca más. En la trinchera tejimos un sueño. Lo alimentamos con la seguridad del que es poseedor de la mayor de las certezas. Sin sitio para la duda maduró, fuerte y tenaz, ¿quién podría poner en duda el éxito? Por eso se subió la apuesta, dieron el crédito suficiente y construyeron un futuro. Todo fluyó según lo dictado, escurriéndose suavemente, como quien desliza una suave seda en un cuerpo recién lavado. Hubo condescendencia y así fue como se transmitió de generación en generación. El vigor del linaje permitió que las ideas perpetuaran. Vive en ti. Vive en mí.

Tenía por cabeza

un reloj

de iluminada esfera.

Y yo le daba vueltas,

y vueltas y más vueltas.*

Ese penetrante dolor que te aqueja jamás abandonará tu cuerpo. Está ahí para quedarse, miembro y parte de una fiesta a la que no ha sido convidado. Te jodes. Decidir lo que estaba para ti no formaba parte de los planes, cierto, pero hubo resoluciones a tus espaldas. Lástima, porque sé que te hubiera encantado estar allí para opinar. Toca tragar. Este es el instante en el que eliges sobreponerte o tiras todo por la borda detrás de un bote de pastillas. Depende solo de ti. Mira dentro, revuelve, amasa y regurgita toda la porquería. No hay salida, el único callejón que te queda es el que conduce hasta el espejo. Ahí solo queda una oportunidad para la sinceridad, cara a cara contigo mismo. Pronto se apagará la luz. Última oportunidad de mirarte a los ojos.

*Versos extraídos de ‘El enigma del invitado’ de Emeterio Gutiérrez Albelo

Me arrastran

y me sientan