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Racismo institucionalizado

Nos consideramos buenas personas, vivimos en el primer mundo, donde tenemos sistemas democráticos, e incluso como buenos occidentales damos lecciones al resto de lo que está bien y está mal. Pero estigmatizamos, discriminamos y excluimos por el color de la piel, el sexo o la orientación sexual. Así somos en el primer mundo, papel couché.

Igual que hubo un tiempo donde existió el apartheid o los zoos con humanos, en la actualidad convivimos con el racismo institucional mediante los llamados centros de internamiento para extranjeros (CIE). Lo que el Estado denomina centros no son más que cárceles para personas que no tienen papeles y que provienen de otros países. Encerrar a extranjeros por no contar con los papeles adecuados de residencia no solo es una situación injusta sino que, además, vulnera muchos de los principios fundamentales. Pero, lejos de parecernos repugnante y vergonzoso que encierren a personas sin motivo aparente y que se financie con dinero público, nos da igual.

Lo ocurrido en el CIE de Aluche fue la explosión de una situación permitida y aceptada por todos nosotros. Y aquí entra de nuevo la importancia del lenguaje. Cuando utilizamos motín en lugar de protesta, también estamos siendo racistas. Mientras que con la muerte del pequeño Aylan en las costas de Turquía muchos se planteaban con cierta vergüenza qué pensarían las generaciones futuras de nosotros y se abrieron debates sobre deontología en las redacciones de los grandes medios, en este caso pasa inadvertido.

Lo nuestro

El racismo siempre ha estado vinculado a los conceptos de identidad, nación y raza, aunque ya sabemos que las razas no existen. En Canarias utilizamos mucho esta expresión: “Lo nuestro”. “Lo nuestro” es el gofio, las chocolatinas Tirma, la playa en Semana Santa y los dos CIE que tenemos en el archipiélago: uno en Santa Cruz de Tenerife (Hoya Fría) y otro en Las Palmas de Gran Canaria (Barranco Seco). Uno para cada isla, que si no hay pique.

Discriminamos por encima de nuestras posibilidades. En la Península hay seis de estos centros. Según los expertos, esto se debe a que en Canarias hubo un tiempo donde llegaban cayucos a nuestras costas día sí y día también. Hace un tiempo, La Marea publicaba una entrevista con la activista de Caminando Fronteras Helena Maleno. En ella, la periodista le pregunta por qué siguen existiendo los CIE, y responde explicando que un joven que había estado en el CIE de Hoya Fría le pedía el día previo a la entrevista que contara cómo en esa cárcel sintió que se vulneraban sus derechos. La fecha de la entrevista es de este año.

Ahora que llenamos cines para ver documentales como Astral y nos sensibilizamos en contra de la guerra en Siria. Ahora que parece que somos menos racistas, debemos recordar que la legalidad no implica justicia, motivo por cual debemos manifestar nuestro rechazo a un sistema de cárceles donde se vulneran los derechos humanos.

Nos consideramos buenas personas, vivimos en el primer mundo, donde tenemos sistemas democráticos, e incluso como buenos occidentales damos lecciones al resto de lo que está bien y está mal. Pero estigmatizamos, discriminamos y excluimos por el color de la piel, el sexo o la orientación sexual. Así somos en el primer mundo, papel couché.

Igual que hubo un tiempo donde existió el apartheid o los zoos con humanos, en la actualidad convivimos con el racismo institucional mediante los llamados centros de internamiento para extranjeros (CIE). Lo que el Estado denomina centros no son más que cárceles para personas que no tienen papeles y que provienen de otros países. Encerrar a extranjeros por no contar con los papeles adecuados de residencia no solo es una situación injusta sino que, además, vulnera muchos de los principios fundamentales. Pero, lejos de parecernos repugnante y vergonzoso que encierren a personas sin motivo aparente y que se financie con dinero público, nos da igual.