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Reyes con pistola

Aquel mediodía lectivo un poco alejado de la festividad de Reyes, en la cancha y al aire libre, el sol apretaba poco y así desnudaba su enorme debilidad y flaqueza en inviernos agresivos. Más adentro, metido debajo de la marquesina y a pocos metros de la salida que conduce al túnel y luego fuera del todo, se veía cómo un crío se acercaba a regañadientes, entretenido más de la cuenta, sin ganas, haciendo que pasara el tiempo distante del contacto humano y exagerando gestos que parecían fórmulas copiadas de prematuras clases de teatro.

Pese a tanto freno autoimpuesto, la llegada sin choque se produce y es entonces cuando, para calmar los ánimos y entrar en rápida sintonía, a un ser cualquiera apostado en aquella bisagra ruidosa y encallecida de tanto abrir y cerrar, la misma que concede el paso por el túnel, se le ocurre abrir la boca y preguntar al joven promesa de cómico con lento paseo previo entre jardines saturados de agua.

-Oye, K, por cierto, que antes (... y esto sí que es una casualidad estando tantas veces a la semana debajo de la marquesina -piensa para sí-) no te había preguntado por los Reyes. ¿Dime...?

-¡Ah, los Reyes! Sí, muy bien..., P. Los Reyes han estado muy bien. Me regalaron un portátil y además una tableta.

-¿Tanto...? ¿Y tan bien te has portado para recibir esos magníficos regalos?

-Bueno... Pero es que yo tengo una estrategia con mis padres. Con ella consigo buenos regalos. Yo siempre pido antes una pistola K7, ¡de verdad!, y amenazo bien con darme un tiro o bien con matar a un par de ellos. ¡Y los amenazo en serio! ¡Y además soy capaz de hacerlo...! -hay una expresión diabólica que el crío acompaña junto a risa tramposa.

-¡Uyyy...!, pero... ¿Para qué quieres una pistola?

-Para lo que ya le dije... Yo si pido una pistola a mis padres siempre tengo buenos Reyes, buenísimos regalos. Esta vez me dejaron un portátil y una tableta. Es así...

-Ah... -el interlocutor P se queda helado, con ganas de que suene la sirena para ya ir a casa.

El chaval, esta vez a toda prisa, decide reencontrarse con el sol, que lo alumbra de lleno hasta que se pierde de vista entre tristes flamboyanes sabedores de que estos no son tiempos para la alegría.

Historia publicada en el compendio de cuentos y otros textos llamado Policromía.

Aquel mediodía lectivo un poco alejado de la festividad de Reyes, en la cancha y al aire libre, el sol apretaba poco y así desnudaba su enorme debilidad y flaqueza en inviernos agresivos. Más adentro, metido debajo de la marquesina y a pocos metros de la salida que conduce al túnel y luego fuera del todo, se veía cómo un crío se acercaba a regañadientes, entretenido más de la cuenta, sin ganas, haciendo que pasara el tiempo distante del contacto humano y exagerando gestos que parecían fórmulas copiadas de prematuras clases de teatro.

Pese a tanto freno autoimpuesto, la llegada sin choque se produce y es entonces cuando, para calmar los ánimos y entrar en rápida sintonía, a un ser cualquiera apostado en aquella bisagra ruidosa y encallecida de tanto abrir y cerrar, la misma que concede el paso por el túnel, se le ocurre abrir la boca y preguntar al joven promesa de cómico con lento paseo previo entre jardines saturados de agua.