Espacio de opinión de Tenerife Ahora
Riesgos innecesarios
De repente llegas a una edad en la que tu médico empieza a torturarte con la matraquilla de que hay que empezar a cuidarse y evitar una lista, cada vez más amplia, de riesgos innecesarios.
Así, lo primero que hace es restringirte la sal y el cigarro, y progresivamente, como les parece poco, le va agregando el alcohol, las salsas y, en definitiva, todas aquellas cosas que te hacen sentir vivo.
Sin embargo yo, que siempre que se me prohíbe algo, me entran unas irrefrenables ganas de hacerlo todavía más, me he propuesto, por pura cabezonería, llevarle la contraria y, como primera medida autodestructiva, he decidido olvidarme voluntariamente de la pastilla de omega 3 de los desayunos.
También, he dejado de tomar leche semidesnatada y la he sustituido por unas cuantas cucharadas soperas de leche condesada y, a pesar de ser socio fundador de Cafeinómanos Anónimos, he decidido que ya no me quito del café.
Mi repentina deriva suicida va mucho más allá y ahora que empieza el calor, siempre que tengo la oportunidad tuesto mis carnes fofas al sol mientras aplaco mi sed con pequeños sorbos de un certero veneno llamado Cherry Coke invocando así al fantasma del melanoma, la diabetes y el colesterol en un mismo pack.
Desde que dejé el ibuprofeno y los tonopanes, me pongo ciego a nolotiles para combatir la jaqueca y he sustituido las tisanas de tila o manzanilla por unos chupitos de chinchón después de las comidas copiosas.
En un acto de degeneración consumista, me he hecho adicto a las marcas blancas y me niego a leer las etiquetas y la fecha de caducidad de los envases.
No conforme con todo ello, invoco al caos constantemente contraviniendo los preceptos del feng shui, dejando de regar la planta del dinero, poniéndome calcetines desparejados y colocándome el auricular derecho en la oreja izquierda y viceversa.
En el remate de esta locura mía he dejado de hacer sudokus y he cambiado en Cash Converters mi Brain Training por un juego de strip poker para aumentar hasta límites insospechados mi tontura.
Mis melladas neuronas apenas dan ya para ojear prensa deportiva, mantener conversaciones fugaces sobre lo que como y el tiempo con el resto de pasajeros del tranvía o ver los debates de La Sexta (pero con el volúmen bajito).
He perdido por completo el pudor y subo a Facebook fotos de mis pies y me hago selfies rudimentarios sin palo que guardo en una extensa galería de mi móvil.
Con todo, lo peor no es eso, sino que, aunque mi musa se marchó hace años a por tabaco, no he dejado nunca de escribir. Además, ya no me muerdo la lengua desde que me harté de tantas llagas y he dejado de dormir, pero aún sigo soñando.
De repente llegas a una edad en la que tu médico empieza a torturarte con la matraquilla de que hay que empezar a cuidarse y evitar una lista, cada vez más amplia, de riesgos innecesarios.
Así, lo primero que hace es restringirte la sal y el cigarro, y progresivamente, como les parece poco, le va agregando el alcohol, las salsas y, en definitiva, todas aquellas cosas que te hacen sentir vivo.