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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Tienes trabajo

Juan apura el afeitado con la hojilla que deja marca -la más barata- imaginando las bromas en la oficina: “Eh, ¿te afeitas a oscuras?”. Se viste digno, con zapatos castigados pero diligentemente abetunados. Cambia el Prozac por tilas pues ni tiempo tiene, se dice, de médicos. Cierra los puños. Mira el espejo. Sonríe.

Cumple su jornada y las que quedan. Se despide de sus compañeros. Nunca toma café ni pulguita con ellos. Dice que está a dieta. Al girar la esquina, sonriendo, cambia de rumbo y de ropa. Destino: comedor social. La única comida del día.

Sin franja para ayudas sociales. Sin posibilidad de mejora. Pendido en el frágil hilo de un empleo que antes cundía y ahora a duras penas lo sostiene. Mientras todos parecen triunfar a través de esa macroestrategia escaparatista de las redes sociales, él se ahoga en deudas y temores. Tiene trabajo. Hoy lo conserva.

Mañana, el funambulismo le exigirá nuevos desvelos.

Juan apura el afeitado con la hojilla que deja marca -la más barata- imaginando las bromas en la oficina: “Eh, ¿te afeitas a oscuras?”. Se viste digno, con zapatos castigados pero diligentemente abetunados. Cambia el Prozac por tilas pues ni tiempo tiene, se dice, de médicos. Cierra los puños. Mira el espejo. Sonríe.

Cumple su jornada y las que quedan. Se despide de sus compañeros. Nunca toma café ni pulguita con ellos. Dice que está a dieta. Al girar la esquina, sonriendo, cambia de rumbo y de ropa. Destino: comedor social. La única comida del día.