Espacio de opinión de Tenerife Ahora
Tópicos y muletillas
Coherencia, consenso, democracia, transparencia… Los discursos políticos suelen adolecer de cierta pobreza dialéctica. Potro de tortura para los sufridos receptores del mensaje capcioso y motivo de vergüenza ajena para quienes valoran la calidad del lenguaje y respetan, como merece, la entidad de un idioma que aglutina 500 millones de hispanohablantes.
Los conceptos citados son una pequeña muestra de las muletillas que, cual molesto soniquete, reiteran los oradores políticos en entrevistas o soflamas electoralistas. Expresiones tan profundas de significado como empobrecidas por su utilización abusiva y mediocre en contextos siempre previsibles y carentes de una mínima creatividad.
Independientemente del color político de quienes intervienen en los medios de comunicación, mítines de partido, tertulias o actividades parlamentarias, todos nos cuentan los mismos argumentos repetidos y casi siempre expresados con el ridículo apoyo de los tópicos referidos… o las habituales frases hechas para hablar de algo sin decir nada.
Se ha perdido hasta la elegancia del insulto inteligente que tanto se prodigaba en debates oficiales de antaño. Hoy abunda la zafiedad con la pobreza de espíritu en forma de diatriba cutre y ofensa facilona. Se extralimita la penuria de lenguaje cuando se debilita la solidez argumental. Entonces, la palabra hablada o escrita se apoya en una vacua perorata con la que se intenta enmascarar lo contrario de su significado.
Ejemplos:
- Quien insiste demasiado en la “coherencia” de su comportamiento político es posible que necesite justificar su dudosa actitud: lógica y consecuente con los principios que dice profesar.
- Aquellos que abanderan una utópica cualidad de “transparencia”, que en la realidad no existe, quizá se refieran a la acepción cinematográfica del término:
“Proyección sobre una pantalla transparente de imágenes móviles filmadas con antelación, que sirve de fondo a una acción real”.
- El manido uso de “democracia” como palabra mágica atenta contra su verdadero sentimiento etimológico: gobierno del pueblo; sin matices ni paliativos. Pero si se nombra una y otra vez cuando uno se queda sin argumentos, para intentar demostrar que se es más demócrata que nadie, el presunto infractor queda en evidencia porque consigue precisamente todo lo contrario.
- Lo del “consenso” también se muestra como una entelequia, pues, cuando los intereses políticos, individuales o de partido prevalecen sobre los derechos del pueblo, no hay posibilidad de que se produzca el acuerdo dentro de un solo grupo o entre varias formaciones. Cada uno, a lo suyo; como casi siempre sucede.
El insigne filólogo, director que fue de la Real Academia Española, don Fernando Lázaro Carreter, que repartía estopa en sus geniales El dardo en la palabra, con su gracejo y profundo conocimiento, en defensa de la comunicación en castellano bien hablado, hoy no daría abasto ante tantas muletillas expandidas en frases envasadas al vacío que nos rechinan el oído por tener que escucharlas tan machaconamente.
“Le agradezco que me haga esta pregunta”: un truco, que ya no cuela, para darse unos segundos en acomodar la respuesta.
“Como no podía ser de otra manera”: reiterado sonsonete que ya huele.
“Y dicho esto…”. “Dicho lo cual…”: sustitutivo cacofónico de un simple punto y aparte.
“No… lo siguiente”: con lo sencillo y elegante que es el superlativo de siempre.
“Me llama poderosamente la atención…”, “nicho de votos”, “con estos mimbres…”, “cintura política…”, “desde el minuto uno…”. En fin…
La lista sería interminable. Solo hay que significar que la primera vez que alguien utilizó cualquiera de esas expresiones pudo tener cierta gracia y hasta el mérito que corresponde a la originalidad. Pero si la reiteración las convierte en cantinela, se recrean en tópico como gran enemigo de la creatividad lingüística que consiste en poder repetir lo que antes dijeron otros, pero en otras palabras; a ser posible con ingenio suficiente. Para ello gozamos de un afortunado idioma, pletórico de sinónimos y abundante en alternativas.
Coherencia, consenso, democracia, transparencia… Los discursos políticos suelen adolecer de cierta pobreza dialéctica. Potro de tortura para los sufridos receptores del mensaje capcioso y motivo de vergüenza ajena para quienes valoran la calidad del lenguaje y respetan, como merece, la entidad de un idioma que aglutina 500 millones de hispanohablantes.
Los conceptos citados son una pequeña muestra de las muletillas que, cual molesto soniquete, reiteran los oradores políticos en entrevistas o soflamas electoralistas. Expresiones tan profundas de significado como empobrecidas por su utilización abusiva y mediocre en contextos siempre previsibles y carentes de una mínima creatividad.