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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

¡Triste!

“¡Triste, que eres un triste!”. Fue lo que me dieron ganas de gritarle al señor del Seat Ibiza que estaba a mi izquierda. ¿Es que no se da cuenta de que por mucho que jure en arameo mientras toca la pita del coche no va a conseguir nada? Pero señor, ¡que el semáforo está en rojo! Y es que lo miraba y no daba crédito a su enfado, ahí pegado al parabrisas, con la cabeza ladeada mirando el machanguito verde del semáforo del peatón. ¿Pensará que si lo intimida se cambiará antes? ¡Pues hoy no funciona, don!

Ante la desesperación, el enfado aumenta, por lo que decide que debe actuar. Es entonces cuando pone primera y acelera, acercándose tímidamente al semáforo, como si esos centímetros de más arañaran la pole position. Lo miro y continúa gritando. ¿Tendrá un mal día?

Por fin el semáforo se pone en verde pero no lo veo sonreír. Sale disparado como si la vida le fuese en ello. (Que ahora yo pensando, lo mismo tiene una urgencia y yo aquí criticando al buen hombre, pero bueno, prosigo, que para el artículo me viene del diez). Unos quince metros tardamos en volver a encontrarnos. Sí, amigo, otro semáforo y en rojo... ¡Ay dios! ¡A este hombre le va a dar algo! Lo miro y sonrío. Siempre he pensado que si tienes un mal día y ves a alguien sonriendo esa risa se contagia. Pues no, no funcionó. Este señor estaba muy enfadado y creo que mi sonrisa le molestó aún más. Igual los semáforos estaban tramando algo contra él, era una encerrona, fijo. Los astros estaban alineados y en el aire se respiraba la conspiración. Sí, no podía ser otra cosa. De nuevo el mismo modus operandi: cabeza pegada al parabrisas, rictus tipo Fernando Alonso, mirada amenazante al machanguito y acelerones constantes en plan amenaza. Nada podía fallar esta vez porque su enfado era mayor. Ningún cambio. El semáforo se pone en verde cuando le da la gana y el coche se aleja de mi vista a toda velocidad. Creo que esta vez tampoco sonrió.

Yo continúo mi camino a casa a mi ritmo y pensando en lo ocurrido. ¿Por qué estaba tan enfadado aquel señor? No podía ser solo por un semáforo en rojo, ¿verdad? Seguro que le pasaba algo más, quizás un cúmulo de sucesos que transcurrieron durante el día o vete tú a saber y simplemente él es así. La verdad es que jamás sabré qué pudo llevarlo a estar de ese humor… Aunque siendo realistas, a mi alrededor veo a un montón de personas cabreadas, ya sea por eso, por la espera interminable en la cola del banco, por tener que cambiar la tele si tienes el mando estropeado, porque hace frío y tú llevas cholas... Nos enfadamos por todo de un modo descomunal, sin límite y en ocasiones por cosas insignificantes. Le damos demasiada importancia a cosas que no la tienen, y eso agota, queridos.

Deberíamos dar el peso justo a cada cosa. Busca la felicidad. A veces se nos olvida que sonreír es una opción y que está en nuestras manos hacer lo difícil un poco más fácil. A tu alrededor siempre hay algo que puede hacer cambiar tu pensamiento, y por consiguiente, tu sentimiento; quizás una melodía en la radio, un paisaje, una conversación ajena… Observa. Solo tienes que mirar todo aquello que te rodea y buscar. Disfruta de los buenos ratitos que nos regala la vida, porque, como dice mi amigo: si no fuese por estos momentos... sería por otros. Vivamos y no seamos unos tristes.

“¡Triste, que eres un triste!”. Fue lo que me dieron ganas de gritarle al señor del Seat Ibiza que estaba a mi izquierda. ¿Es que no se da cuenta de que por mucho que jure en arameo mientras toca la pita del coche no va a conseguir nada? Pero señor, ¡que el semáforo está en rojo! Y es que lo miraba y no daba crédito a su enfado, ahí pegado al parabrisas, con la cabeza ladeada mirando el machanguito verde del semáforo del peatón. ¿Pensará que si lo intimida se cambiará antes? ¡Pues hoy no funciona, don!

Ante la desesperación, el enfado aumenta, por lo que decide que debe actuar. Es entonces cuando pone primera y acelera, acercándose tímidamente al semáforo, como si esos centímetros de más arañaran la pole position. Lo miro y continúa gritando. ¿Tendrá un mal día?