Espacio de opinión de Tenerife Ahora
El truco del chef
Varias cosas llaman la atención de la proliferación de programas de cocina. En primer lugar, los chefs desarrollan una trama propia de los grupos de estatus que buscan y ansían la diferenciación y el elitismo a base de ocultar el secreto de sus habilidades, nada del otro mundo por otro lado. Monopolizan la autodenominada alta cocina, sus enseñanzas y atribución de diplomas; además, difunden su aparente misterio y pedestal relacionándose con los grupos sociales de alto poder adquisitivo. Eso es lo que les da buqué. Para ello trabajan a conciencia creándose una aureola que, sobre todo, les reporta pingües beneficios. Dicha aureola contiene elementos como el esfuerzo, el rigor y una disciplina de tintes autoritarios, aunque lo que verdaderamente se esconda es garantizarse el monopolio de esas actividades y una remuneración elevada. Aparte de esto, llama poderosamente la atención que sea el estrés y la ansiedad la que prime a la hora de construir una tortilla de papas. Porque hacer una tortilla de papas a esa velocidad, en medio de un desfile legionario, no es bueno, ni para la tortilla, ni para el cocinero, ni para el comensal, a no ser que esas exigencias sean ficticias e irrelevantes para el producto final.
Como en todos los procesos de aprendizaje de estas profesiones supuestamente aptas para unos pocos elegidos, el aprendiz tiene que demostrar pleitesía al maestro superior que atesora la gran sabiduría: “¡Sí, Chef!”. ¡Más alto, coño! “¡Señor, sí señor! Digo... ¡sí, súper chef!”.
Y, paradójicamente, ningún chef de alto standing es mujer, lo cual valida la teoría de que los hombres siguen esforzándose por acaparar todas las profesiones que van adquiriendo estatus y prestigio social. Pero para paradojas, la del momento elegido para ofertar estos programas televisivos en toda la parrilla y horario televisivo. Justo cuando la gente más hambre y desconsuelos pasa, se pone de moda cocinar exquisiteces o, mejor dicho, supuestas exquisiteces, para que la gente se salive toda. Habría que probarlo, no obstante, pues una cosa es verlo en imágenes, y otra muy distinta degustarlo, ya que en asuntos de comida soy de la opinión de que manda el paladar y el estómago, y no la vista. Comer por los ojos es de chiquillos y neoemocionados que pagan un dineral por la presentación.
Varias cosas llaman la atención de la proliferación de programas de cocina. En primer lugar, los chefs desarrollan una trama propia de los grupos de estatus que buscan y ansían la diferenciación y el elitismo a base de ocultar el secreto de sus habilidades, nada del otro mundo por otro lado. Monopolizan la autodenominada alta cocina, sus enseñanzas y atribución de diplomas; además, difunden su aparente misterio y pedestal relacionándose con los grupos sociales de alto poder adquisitivo. Eso es lo que les da buqué. Para ello trabajan a conciencia creándose una aureola que, sobre todo, les reporta pingües beneficios. Dicha aureola contiene elementos como el esfuerzo, el rigor y una disciplina de tintes autoritarios, aunque lo que verdaderamente se esconda es garantizarse el monopolio de esas actividades y una remuneración elevada. Aparte de esto, llama poderosamente la atención que sea el estrés y la ansiedad la que prime a la hora de construir una tortilla de papas. Porque hacer una tortilla de papas a esa velocidad, en medio de un desfile legionario, no es bueno, ni para la tortilla, ni para el cocinero, ni para el comensal, a no ser que esas exigencias sean ficticias e irrelevantes para el producto final.
Como en todos los procesos de aprendizaje de estas profesiones supuestamente aptas para unos pocos elegidos, el aprendiz tiene que demostrar pleitesía al maestro superior que atesora la gran sabiduría: “¡Sí, Chef!”. ¡Más alto, coño! “¡Señor, sí señor! Digo... ¡sí, súper chef!”.