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Y que viva, viva Panamá

Panamá, tierra querida, yo te canto con amor, porque tú eres tierra mía dueña de mi corazón. Mira que esta dichosa canción nos ha dado alegrías, la de veces que la hemos bailado en las verbenas, la de veces que la sacamos de parranda cuando, del repertorio del folklore, pasamos a nuestros popurrís de toda la vida. Nada, un simple do, fa, sol y Soria desaparece para alegría de los humildes.

Y es que la última vez que supe de Panamá fue cuando Rubén Blades se presentó a las elecciones. Anteriormente, los yanquis la habían invadido por tierra mar y aire con el pretexto de que, uno de los suyos, Noriega, era un marihuanado matón y pendenciero que quería cobrarles más por atravesar el Canal. El imperialismo yanqui redefinió el paraíso para su conveniencia, y la conveniencia de todos los evasores mundiales, consolidó a Panamá como su patio trasero, y a seguir traficando con el dinero sucio de medio mundo. Pero hay más paraísos fiscales en la tierra, y algunos como Suiza pretenden darnos lecciones de democracia, ¡váyanse por ahí!

En cambio, para la gente humilde y sencilla, el paraíso está en el sitio inolvidable de sus vacaciones, donde los chiquillos corretean sin peligro y uno se puede gastar en copetines las perras ahorradas con mucho esfuerzo durante todo el año. Cosas de la desigualdad en el acceso al poder y a otros business. Ahora, aunque un poco tarde para mi gusto, nos sentaremos en la puerta de casa a ver pasar los cadáveres de la evasión fiscal, y explicarnos por qué ni el PIB ni la riqueza generada en un país sirven de nada si no se distribuye, si no si invierte en servicios sociales. Ahora más personas saben por qué el dinero de nuestros impuestos no alcanzaba para cubrir los mínimos sociales. Ahora ya sabemos la cantidad de corsarios que navegan con bandera panameña.

Como decía el programa radiofónico La Ronda, que tantas noches arrulló nuestros sueños humildes y profundos al ritmo de cumbias y rancheras: esta columnita se la quiero dedicar a mi madre, que sufrió la espiral del silencio durante muchos años en Las Palmas, aunque ella no es de las que se callara fácilmente. De la calle llegaba a mi casa envenenada diciendo: ¿pero es que sólo yo me doy cuenta de que ese hombre es un bandido? No estaba ella sola, pero la espiral del silencio funcionaba contra la disidencia cotidiana de los barrios; Schamann sin ir más lejos.

Panamá, tierra querida, yo te canto con amor, porque tú eres tierra mía dueña de mi corazón. Mira que esta dichosa canción nos ha dado alegrías, la de veces que la hemos bailado en las verbenas, la de veces que la sacamos de parranda cuando, del repertorio del folklore, pasamos a nuestros popurrís de toda la vida. Nada, un simple do, fa, sol y Soria desaparece para alegría de los humildes.

Y es que la última vez que supe de Panamá fue cuando Rubén Blades se presentó a las elecciones. Anteriormente, los yanquis la habían invadido por tierra mar y aire con el pretexto de que, uno de los suyos, Noriega, era un marihuanado matón y pendenciero que quería cobrarles más por atravesar el Canal. El imperialismo yanqui redefinió el paraíso para su conveniencia, y la conveniencia de todos los evasores mundiales, consolidó a Panamá como su patio trasero, y a seguir traficando con el dinero sucio de medio mundo. Pero hay más paraísos fiscales en la tierra, y algunos como Suiza pretenden darnos lecciones de democracia, ¡váyanse por ahí!