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Javier Sierra, escritor: “No quiero ser reflejo de lo que vivimos; prefiero ser proyección de hacia dónde vamos”

Javier Sierra puso por primera vez el pie en Canarias a finales de los años ochenta. Desde entonces ha visitado las islas en infinidad de ocasiones, sobre todo como investigador, como periodista y, desde hace ya algunos años, como un consolidado escritor de bestsellers.

Esta vez, su visita al archipiélago supone un nuevo bautismo de fuego para él (y nunca mejor dicho) al ser la primera vez que acude a la Feria del Libro (tanto de Santa Cruz de Tenerife como de Las Palmas de Gran Canaria) como flamante ganador del premio Planeta 2017. Con su obra El fuego invisible, Sierra está arrasando, aunque él, con la prudencia y mesura que lo caracterizan, se limita a sonreír y a decir que “la verdad es que el libro está funcionando muy bien”.

Con puntualidad de reloj suizo, aparece en el hall del céntrico hotel santacrucero en el que se hospeda fugazmente para una entrevista de unos escasos treinta minutos. Sin embargo, tratándose de Javier Sierra, cualquier cosa puede ocurrir y, efectivamente, las sincronicidades se suceden y la breve entrevista se acaba convirtiendo en un largo paseo matinal por la ciudad de Santa Cruz que se alarga hasta la una de la tarde. Casi cuatro horas que pasaron como un soplo. Todo un misterio.

Después de años de rumores, por fin gana de verdad el premio Planeta. Para ganarlo había que presentarse al concurso, ¿no?

Te parecerá increíble pero ya, desde el año 2007, cuando di el salto de Plaza & Janés a la editorial Planeta, se empezó a rumorear que yo cambiaba de editorial porque me iba a por el premio. Y cada 14 de octubre, sin yo haberme presentado jamás, como si se tratara del Día de la Marmota, comenzaban unas predicciones en las que siempre aparecía mi nombre, sistemáticamente. De manera que cada año tenía que desmentir a los medios una y otra vez la misma historia. Tal era la avalancha de llamadas que, en los últimos años, opté por desconectar el móvil cuando llegaba la fecha. Lo más gracioso, y esto es una anécdota que conté la noche del premio, es que cada 16 de octubre por la mañana, después de la noche del fallo, la primera llamada que recibía era la de mi madre, diciéndome que ya había vuelto a perder el premio Planeta. Así que llegó un momento en el que me planteé que, cuando tuviera una novela que estuviera a la altura del premio, me presentaría. Y eso me sucedió con El fuego invisible.

Entonces, ¿qué requisitos se supone que debe reunir una novela para estar “a la altura” del Planeta? ¿La enfocó con esa intención?

No, para nada. Te confesaré algo que forma parte de mi manera de trabajar. Nunca, desde hace ya muchos años, firmo un contrato previo al libro. Yo no quiero anticipos, ni nada de eso, porque necesito libertad absoluta para ir por donde yo quiera, poner los plazos que yo considere y entregar el libro cuando yo entienda que está perfectamente preparado. Cuando yo terminé El fuego invisible vi que, de toda mi trayectoria literaria, ésta era la obra que tenía más referencias a la literatura, y pensé que era la más apropiada para un premio literario como el Planeta. Por eso decidí presentarlo, porque cuadró y vi que podía estar en el espíritu del premio.

Un premio de esta envergadura ¿puede ser un arma de doble filo?

Claro, porque lo mismo te ayuda y te sitúa en muy buen lugar como te puede afectar negativamente si el libro no cumple las expectativas, o si la crítica resulta demoledora, etcétera. Cuando presentas un libro al premio Planeta, corres el riesgo de que tu obra sea muy expuesta, muy visible. Entonces, yo sabía que, si ganaba el premio (obviamente es una posibilidad cuando decides presentarte), iba a llegar a mis lectores de siempre pero también iba a llegar a muchos lectores que nunca se habían asomado a uno de mis libros y como tarjeta de presentación corres un riesgo. Hay lectores que van a descubrirte por primera vez y pueden entender tu literatura o no. Por eso quería que fuese un libro muy abierto en ese sentido, y que sirviera como puerta al resto de mi trayectoria literaria. Y la verdad es que el libro ha funcionado muy bien.

Y tan bien. Desde que salió el 3 de noviembre a la venta ya lleva once ediciones, hasta ahora, y más de trescientas mil copias vendidas en España, sin contar Iberoamérica. Está claro que esa combinación literaria, en la que entrelaza arte, misterio, enigmas y mensajes profundos, positivos e inspiradores para el lector, está gustando, sin duda.

Me alegra que saques ese tema del mensaje, porque yo creo que los escritores de tiempos oscuros estamos obligados a aportar luz. Y éste es, verdaderamente, un tiempo muy oscuro, de mucha lucha. Hay mucho combate interior y exterior en nuestra especie. Yo entiendo que exista un tipo de literatura que sintonice con esa oscuridad. Toda la literatura negra, de crímenes y todas estas cosas, está muy a la orden del día porque es el reflejo de lo que vivimos, pero yo no quiero ser reflejo de lo que vivimos; prefiero ser proyección de hacia dónde vamos. Por eso intento que mis novelas tengan siempre un mensaje positivo y, en este caso, El fuego invisible lo tiene.

Puede decirse entonces que, frente a la avalancha del lado oscuro del misterio con sus hordas de vampiros, zombis y fantasmas asesino, ha optado por una propuesta radicalmente opuesta: el misterio como gancho para conectarnos con la trascendencia y con nuestro poder creador.

Exacto. Es cierto que desde niños nos sentimos atraídos por lo desconocido, por saber qué habrá al otro lado de la esquina. Esa sensación de miedo se puede ir convirtiendo en una especie de atracción fatal, pero yo no quería quedarme instalado en eso. Entiendo que haya gente todavía enganchada a eso, al susto, al terror, al vampiro o al monstruo, pero al final creo que lo que hay que hacer es dar un paso adelante y conocer al monstruo y comprobar que no es tan monstruo como parecía. Comprenderlo, hacerte amigo del monstruo y avanzar. Fíjate que esto que te estoy contado está en la primera novela de la historia, que es la Epopeya de Gilgamesh, donde el protagonista, el rey Gilgamesh se encuentra con una especie de monstruo que lo ataca, se pelean, están durante un tiempo siendo adversarios pero después se hacen amigos y comparten el proyecto común de viajar al territorio de los dioses, al mundo que los ha creado a ellos, para exigirles lo que ninguno de los dos tiene, que es la vida eterna, la inmortalidad.

La inmortalidad está muy presente en su obra.

Sí, la muerte sería ese monstruo del que yo quiero hacerme amigo. Vivimos en una sociedad en la que no reflexionamos acerca de la muerte y la hemos convertido en un tabú. No hay reflexión ni preparación para ese momento que sabemos con certeza que va a suceder.

¿Cree que de alguna manera se ha perdido la búsqueda del sentido de la trascendencia y que el papel de la oscuridad sería, en todo caso, atraernos hacia esa búsqueda, pero no para quedarnos ahí, sino para elevarnos hacia algo más grande?

Totalmente. Pero vivimos en una sociedad tan materialista y corta de miras que solo ve lo tangible y sólo cree en lo que ve. En la muerte se acaba lo visible, pero hay mucho invisible detrás y eso es lo que a mí me interesa explorar y de alguna manera vislumbrar y conseguir que el lector se lo plantee.

¿Es consciente de que nada a contracorriente?

Yo sé que nado a contracorriente y en ese sentido todavía hoy me sorprendo de que mis novelas se abran camino dentro del mainstream, de esta corriente tan nihilista, tan superficial, tan materialista y tan cortoplacista. Yo voy por libre.

Pero toca algo que llega, obviamente.

Claro, porque es algo que está en todos y que tarde o temprano llega a despertar. Hay gente a la que le llega muy tarde ese despertar porque se ha distraído. Tal y como hemos configurado el sistema, la vida es una cadena de distracciones. Parece que lo único que interesa es mantener nuestra mente ocupada y la tecnología parece haberse diseñado para eso, no para hacernos pensar precisamente.

Entretenidos y procurando que no dejemos de mirar sólo hacia afuera.

Eso siempre, la idea es mantenernos alejados de nosotros mismos y que no miremos hacia dentro. Porque cuando tú te quedas contigo mismo es cuando empiezan a surgir las grandes preguntas: quién soy, qué hago aquí y hacia dónde voy.

En El fuego invisible da la sensación de que a través del personaje de Victoria Goodman usted hace una defensa de la literatura de Dan Brown.El fuego invisible

Sí la hago y es una defensa egoísta porque en el fondo me estoy defendiendo a mí también.

¿Por aquello de que se le ha llamado el Dan Brown español?

Sí, pero básicamente lo que he pretendido es invitar a la reflexión a una crítica literaria que es muy cortoplacista. Una crítica que examina un fenómeno desde la perspectiva temporal y local para decir que es puro entretenimiento y que no tiene mayor trascendencia. Eso, bajo mi punto de vista, es imposible de juzgar en el momento presente, porque tienes que ver el impacto de una idea en un libro a lo largo del tiempo. El código Da Vinci se publicó en el 2003 y hoy sigue generando debate, y sigue generando reflexión y controversia, por lo tanto es un libro que tiene algo que trasciende a su momento de lanzamiento, de eclosión. Fíjate en obras como El nombre de la rosa, cuando se publica en los ochenta, se convierte en todo un fenómeno de ventas y se convierte en un bestseller, pero muchos años después sigue siendo un referente, por lo tanto ya no es un bestseller, ya es otra cosa. Ya es un clásico. Y yo creo que El código Da Vinci va a ser uno de esos libros porque tiene algo que invita a la reflexión. Estoy convencido de que ahora los grandes libros son aquellos que cuestionan el dogma imperante. De alguna manera, las ideas que creemos que son monolíticas, incuestionables, solo se pueden discutir desde la ficción. La ficción da una enorme libertad al creador para discutirlo y cuestionarlo todo y, además, tiene tanta capacidad de incursión que, bien dirigida, es un instrumento de transformación absoluta.

El fuego invisible apunta hacia una búsqueda interna del Grial, como si éste fuese en realidad una especie de chispa divina que nos conecta con la fuente de la creación. Si el verdadero Grial está dentro, ¿cuál es entonces el propósito de los objetos asociados al arquetipo griálico como el Santo Cáliz?El fuego invisible

Los objetos son placebos. Somos criaturas materiales y necesitamos referentes físicos, cercanos, pero de lo que estamos hablando aquí no es algo físico, es algo trascendente a lo que llegas a través de un objeto. ¿Por qué el Grial como arquetipo, como concepto, interesaba tanto a los lectores medievales del siglo XII como sigue interesando a los lectores del siglo XXI? Pues es muy sencillo: porque el Grial, en el fondo, encarna a ese objeto que está a mitad de camino entre el mundo tangible y el intangible. Y en ese sentido lo interpretamos como un puente. Intuitivamente el ser humano lo sabe, sabe que si cruza por ahí accede a lo intangible. En realidad, los seres humanos estamos buscando siempre puentes por todas partes. El Grial, como objeto, ha sido cargado de significado, de simbología y de valores. En nuestro subconsciente subyace la idea de que poseer ese objeto supondría acceder a ese otro mundo que encarna todos esos valores que se le han atribuido.

¿La búsqueda del Grial es una excusa para iniciar una búsqueda exterior que lo lleve hacia su propio interior?

Claro, es una metáfora. De hecho, si encontraras, en el supuesto de que existiera, el Grial, perdería todo su encanto. Dejaría de ser importante. Si mañana se demuestra que el Grial es el Cáliz de la catedral de Valencia, lejos de darle una dimensión superior, lo has matado.

¿Los objetos sagrados serían también una especie de interruptores que encienden la chispa de ese fuego invisible?

Sin duda. Pero no serían los únicos interruptores.

La música, por ejemplo. El protagonista de El fuego invisible sufre en ocasiones una especie de trance, ocasionalmente, en los que se conecta y percibe información de otro espacio-tiempo, pero en tu primera novela, La dama azul,  también aparecen esos trances pero es la música la clave para entrar en estos estados alterados de conciencia. Esta relación entre la música y su efecto en la mente está basada en estudios reales, ¿no es cierto?El fuego invisibleLa dama azul,

Sí, esos estudios en los que me basé existen. Son los realizados por el Instituto Monroe, que se basan en que la música es un estado vibracional que tiene la capacidad de elevar y modificar nuestro estado de conciencia. La llamada música binaural, por ejemplo, pretende elevar esta conciencia a otros estadios mediante la producción de notas musicales capaces de alterar las ondas cerebrales. Es un tema muy interesante.

Volviendo a Victoria Goodman, ¿eligió el nombre como un guiño al triunfo del hombre bueno? ¿Acabarán siendo mayoría los conectados a esa fuente de luz creadora?hombre buenoconectados

Lo de Victoria Goodman es toda una declaración de intenciones, totalmente. Hay un sector creativo que es muy consciente de estas cosas. Yo sé que es difícil de explicar pero yo tengo la sensación de que hay autores en el cine, en la literatura, en la música, que se conectan a algo. Y además se producen circunstancias globales que hacen que determinadas obras coincidan en el tiempo y que vayan de lo mismo o que tengan una dirección muy parecida. Por ejemplo, se publica El fuego invisible, justo dos semanas después de la publicación de Origen de Dan Brown. Hay un montón de conexiones entre ambas obras cuando yo con Dan Brown no he hablado, ni le he contado en qué he estado trabajando. Pero es que al poco tiempo se estrena en el cine Ready player one, de Spielberg, donde el protagonista es Parzival, un guiño a Percival, el legendario caballero del rey Arturo famoso por su búsqueda del Santo Grial. En diciembre se estrenó Otros mundos, que también bebe del mismo arquetipo. Y al igual que yo, al igual que Bown o Spielberg, habrá muchos que estarán conectados en la misma línea.

Ya que está aquí. Hablemos del misterio en Canarias. ¿Qué tiene esta tierra de especial en esto?

Hay algo en lo que me he fijado mucho en todos estos años y es que todos los territorios volcánicos tienen una fuerza extraordinaria, incluso en el impulso de la cultura. Uno de los focos más importantes para el impulso del pensamiento y de la cultura fue, por ejemplo, toda la zona de alrededor del Vesubio en Nápoles. En la antigüedad se conocía como la Magna Grecia y fue donde nació la filosofía realmente. Creo que es algo que tiene que ver con el telurismo y con algo muy importante: cuando tienes un volcán cerca, de alguna manera intuyes que la muerte está a la vuelta de la esquina, lo sabes. Por tanto, la vida la vives más intensamente. Sabes que tienes que vivirla, que tienes que agarrarla. Eso hace que el pensamiento se desarrolle más, la acción se desarrolle más, y yo creo que eso lo tiene esta tierra, ese fuego impulsor. Canarias siempre tuvo para mi ese punto telúrico, fuerte, que lo notas más cuando vienes de fuera que cuando vives aquí. Aquí te integras en eso y ya no lo percibes, pero, cuando vienes de la Península y pones el pie en Canarias, sientes una energía especial. Eso lo percibí desde la primera vez que puse el pie aquí, en el año 1987, y entonces ya me enamoré de las islas.

¿Qué destacaría de todos los misterios que ofrece Canarias? ¿Hay alguno que le llame especialmente la atención?

Hay uno que me fascina y a la vez me genera cierta preocupación. Cuando vine por primera vez en el año 1987 empezaban a aparecer en la prensa canaria noticias sobre las pirámides de Güímar y el tema me fascinó desde el primer momento. Yo fui uno de los primeros que se acercó a las pirámides cuando aquello era un solar y Emiliano Betancourt abogaba por preservar esas pirámides. Decía que había que salvarlas. Viví la controversia cuando se derrumbó, algo inconcebible, la pirámide de Icod de los Vinos para construir una carretera. Y viví con angustia los momentos en que el Ayuntamiento de Güímar pretendía derrumbar las pirámides para construir apartamentos. En medio de todo eso aparecieron Fred Olsen y Thor Heyerdahl, que compraron los terrenos y salvaron la zona. Pero se está diluyendo el legado de Thor Heyerdahl. Él compró aquellas pirámides porque entendió que eran el eslabón perdido entre las pirámides del viejo mundo y las del nuevo mundo y demostraban que hubo una precultura piramidal en todo el planeta hace miles de años. Se dijo que aquello eran amontonamientos de piedras de los campesinos de la zona. Luego llegó el Instituto Astrofísico de Canarias y comprobó que aquellos amontonamientos estaban orientados astronómicamente pero los arqueólogos de la Universidad de La Laguna lucharon para que aquello no fuera considerado parque arqueológico porque en el momento en que aquello fuera considerado parque arqueológico realmente habría que reescribir la historia de Canarias y estamos todavía en esa situación. Es decir, estamos en 2018. El parque etnográfico cumplió el pasado mes de marzo 20 años, y nadie recuerda a Emiliano Betancourt, ni hay nadie dentro del parque que combata a favor de la arqueología, que se abran nuevas investigaciones o prospecciones.

¿Y qué problema habría con reescribir la historia de Canarias?

Bueno, por algo el término cátedra viene del trono o asiento de los obispos. Entonces, se puede decir que están preservando el sillón. Por suerte, yo creo que viene una nueva generación de arqueólogos que son mucho más abiertos y que van a reabrir en algún momento el asunto de las pirámides. Pero yo lo he visto con preocupación  sobre todo porque sigue habiendo pirámides fuera del recinto de Güímar, en otros pueblos de Tenerife, también en Gran Canaria, Lanzarote o Fuerteventura, que no están protegidas porque se consideran meros amontonamientos de piedras y no se han investigado. Y yo creo que ahí tenemos un patrimonio prehistórico de Canarias que está en riesgo. Es un tema que realmente me preocupa. Es un misterio porque realmente no sabemos cuándo se empiezan a construir pirámides y por qué, pero sí sabemos que están en una línea donde los pueblos de pirámides americanos y africanos hacían lo mismo que los de las pirámides de Güímar: levantaban ese tipo de escaleras al cielo, orientaban sus monumentos astronómicamente y momificaban a sus muertos. Aceptar que hubo una cultura madre implica una revisión de la historia de Canarias bastante seria. Es un tema que me fascina y me preocupa por el descuido institucional hacia el patrimonio prehistórico de las islas. Porque yo creo que las pirámides son patrimonio prehistórico de las islas. Hace falta un revulsivo para que se reabra este expediente y se hagan nuevas catas arqueológicas, y se reconozca el valor que tuvieron Thor Heyerdahl y Fred Olsen al rescatarlas y el valor de Emilano Betancourt, un soñador canario de la cuerda de Paco Padrón. Un heterodoxo hecho a sí mismo que no venía del circuito de la universidad, pero con una sensibilidad hacia los temas canarios muy enraizada y muy profunda, y esa gente, de alguna manera con sus reivindicaciones, hizo que Heyerdahl y Olsen se fijasen en esas pirámides y evitaran su destrucción. Se hizo una gran aportación, más allá de sus interpretaciones, ensoñaciones o teorías, que son discutibles, pero lo que no es discutible es que las pirámides existen, están ahí, orientadas astronómicamente, con un sentido arqueológico y protegidas gracias al valor de unos pocos.

Ha comentado que uno de sus próximos proyectos es un libro sobre la carrera espacial. Supongo que le costaría un disgusto saber que el mayor festival científico del mundo, Starmus, se fue de Tenerife a otro lugar de Europa, después de tres ediciones lastradas por el escaso apoyo.

Ni te imaginas. Precisamente ese proyecto será un libro que habrá nacido en Canarias, porque fue en el primer festival Starmus, celebrado en Tenerife, donde yo conocí a Neil Armstrog, Buzz Aldrin y Jim Borgman del Apolo VIII. Allí conocí a varios astronautas de las misiones Apolo, compartí mesa con ellos durante varios días y me contaron sus historias y sus impresiones. Aquella experiencia realmente me tocó y es algo que quiero contar.

Seguimos hablando off the record de astrología, de las profecías de Nostradamus, del misterio de la virgen de Adeje o de la segunda parte del Maestro del Prado… pero Javier Sierra sigue hablando del fuego invisible como si fuera algo que le pasa a la gente, como si no fuera con él. Y es curioso porque, precisamente hablando con él, puedes hacerte una idea de lo que puede ser esa chispa conectora que, aunque invisible, desprende un calor humano y una luz en la mirada, inconfundibles: eso debe de ser el Santo Grial y, desde luego,  tiene mucho que ver con el entusiasmo y su significado etimológico.

No me cabe duda de que si el planeta estuviera en manos de más personas como Javier Sierra… la humanidad estaría salvada.