- Título: La vida misma (Life itself), 2018
- Dirección: Dan Fogelman
- Guión: Dan Fogelman
- Reparto: Oscar Isaac, Olivia Wilde, Olivia Cooke, Mandy Patinkin, Laia Costa, Jake Robinson, Sergio Peris-Mencheta, Antonio Banderas, Samuel L. Jackson, Annette Bening
El creador de la serie This is us, aclamada por la crítica en el nuevo continente, estrena su segundo largometraje tras Nunca es tarde (Danny Collins, 2015): La vida misma, un drama romántico de deriva bastante optimista en apariencia y resultado, pero de gran -y a veces, injustifcable- dureza.
Es presagiable, por tanto, la deriva narrativa que se puede esperar en un título así: mucho peso en el guión, en los actores que tragan esos acontecimientos y en el margen de elección, que en este caso es muy poco. Fogelman crea un escenario en lo cotidiano y nos presenta un catálogo de traumas cuyo objetivo último es el juicio tramposo del público sobre la heroicidad o no de los personajes, la credibilidad de sus vidas y la desgracia o la suerte con la que deben lidiar.
El aspecto más importante para su disfrute será, por tanto, un visionado proclive a la aceptación de los acontecimientos de los que somos testigos y escuderos. Como en la realidad, vaya, salvo en ocasiones en las que los giros argumentales puedan verse faltos de crédito, o de energía por parte de la recepción del espectador. Es algo completamente fuera del alcance del criterio de cualquiera salvo su autor, quien se ha sabido reservar sabiamente las múltiples lecturas de su figura de narrador engañoso.
El casting es digno de aplauso, comenzando por la joven Olivia Cooke -en apreciable racha (Purasangre, Yo, él y Raquel, Ready player one…)-, que por sí sola ya engulle la atención del público. El resto es puro lujo: Oscar Isaac, Olivia Wilde, Mandy Patinkin, Annette Benning, Laia Costa… e incluso un sobradísimo postmoderno cameo de Samuel L. Jackson.
De vuelta a esa realidad, los personajes actúan como figuras y sus historias son los dados resultados en esta partida tan metafóricamente sencilla que es La vida misma, con mayúsculas y cursiva o a secas.
Insistimos: siempre son agradecidas este tipo de películas. Pese a la posible crítica de que se la pueda englobar dentro de fórmulas cinematográficas agotadas u obsoletas, manirrotas como dramas de sobremesa o aventuras emocionales para gente de mediana edad, esta producción satisface las necesidades creativas cotidianas que no alcanzan -o desbordan, en desmedida- muchos de los títulos actuales. El simple uso respetable de mucha ambientación y contenido cultural de los últimos años echa por tierra en segundos los reproches que a una historia como esta se le puedan llegar a achacar.
Si bien es cierto que su calidad y originalidad no llega ni de broma a la altura de los referentes que utiliza, o a otras grandes historias que hayan acentuado más cualquiera de los argumentos narrativos empleados, la verdad es que tampoco lo exigimos ni necesitamos. Respetamos la naturaleza de la que nace e incluso la podemos compartir en muchos momentos de la cinta.
Aun así, tras el desfile de miles de pequeños, sencillos y cotidianos elementos que nos empujan corriente abajo en el visionado de La vida misma, acabaremos exactamente en el mismo punto: el debate de la credibilidad y el gusto de su narración.
En caso de ser así, podemos llegar entonces a imbuirnos en la sencillez e inocencia de las demás cuestiones que plantea: si la vida vale la pena por encima de todos esos dramas que se nos puedan presentar.
Al margen de su calidad, la responsable coherencia de intenciones y las lecciones sobre la figura del narrador de Dan Fogelman hacen que La vida misma sea, sin ningún complejo, nuestra recomendación de la semana.