La portada de mañana
Acceder
Sánchez rearma la mayoría de Gobierno el día que Feijóo pide una moción de censura
Miguel esprinta para reabrir su inmobiliaria en Catarroja, Nacho cierra su panadería
Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Ser (realmente) feliz

Fer D. Padilla

Santa Cruz de Tenerife —

- Título: Toni Erdmann (2016)

- Dirección: Maren Ade

- Guión: Maren Ade

- Reparto: Peter Simonischek, Sandra Hüller, Lucy Russell, TrystanPütter, Thomas Loibl

La película de la que hoy hablamos no es la típica cinta que acudiríamos a ver en masa al cine. Debemos ser sinceros. Tenemos que advertir al espectador de que sí, hay vida y cine más allá de Hollywood, de las franquicias, de los esperadísimos trailers y de las estrellas que nos acompañan año tras año en las carátulas de los blu-rays y pósteres. Sin embargo, Toni Erdmann es una de las mejores cintas europeas de este año. Aclamada por la crítica, llegó a nuestras carteleras el pasado fin de semana avalada por la innumerable cantidad de premios recibidos e importantes nominaciones en los principales festivales y ceremonias.

La cinta escrita y dirigida por Maren Ade (Entre nosotros, Los árboles no dejan ver el bosque) muestra la relación entre un padre y su hija, de estrecha conexión y fuerte vínculo deteriorados con el paso de los años, que los han llevado a tomar diferentes y lejanos caminos. Es cuando él decide adoptar la personalidad de un personaje al que hace llamar Toni Erdmann.

Esa es la premisa de la que partimos para convertirnos en testigos de cómo dos personajes tan bien construidos, como lo son el de Sandra Hüller y Peter Simonischek (hija y padre, respectivamente), exponen ante la cámara los puntos flacos de las decisiones que han ido tomando.

Ella, alta ejecutiva residente en Bucarest, tramita un importante negocio para una compañía germana llevando un camino de ambición irremediable, de altos estándares que le han hecho perder el sentido y el valor de lo mundano. Su padre, por el contrario, vive preocupado por la felicidad de ella, ajeno incluso a la propia. Es ese miedo de Winfried (el padre) el que desata la evolución de todo en esta producción.

De excesiva duración y espeso transcurrir, significa lo radicalmente contrario al cine de industria. Maren Ade premia el contenido casi despreciando la forma de esta búsqueda de la felicidad tosca pero realista. De ahí que se pueda justificar sus casi tres horas de duración: el director y escritor enseña relaciones, escenarios y transformaciones que requieren de tiempo sin llegar a provocar falsamente un exagerado final.

Ese desenlace, que si bien se comprende por su contexto, no deja de provocar una sonrisa en los labios del espectador, por culpa, claramente, de la especial ternura que aporta una de las dos mitades del dúo protagonista, encarada con la frialdad que puede representar la otra, que ha abandonado prácticamente su personalidad a favor de los intereses más corruptos que se pueden encontrar en la sociedad actual.

La película plantea debates sobre el verdadero y esencial significado de la felicidad, cuestionando el mismo concepto y los medios sin superficialidad alguna, y si en ocasiones puede parecerlo, se debe al propio conflicto que evoluciona a lo largo del filme, algo que le aporta -como decíamos- realismo.

Toni Erdmann nos lleva a reflexionar sobre qué nos hace felices y sentirnos vivos, sobre cómo podemos llegar a ello, por qué quizá no es así y qué habríamos hecho mal cuando hemos perdido algo en la vida, cuando hemos tenido que saltar algún obstáculo o simplemente al elegir una senda u otra del camino. O si le damos valor a lo vivido o si tratamos con cariño los buenos recuerdos sin caer en la facilidad de aferrarse al pasado.

Historia creíble, de acertadísimos personajes interpretados por unos sobresalientes actores, más que curtidos en el cine alemán, pero, insistimos, nada recomendable para aquellos espectadores que solo disfruten con los mercados cinematográficos modernos. En resumen: café para los muy cafeteros.