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El Rey abdica

Nacho Martín

Santa Cruz de Tenerife —

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El anuncio de la abdicación del Rey esta misma mañana nos ha cogido por sorpresa. Llevas toda una vida acostumbrado a un sistema, a un régimen político, con sus referentes y figuras, con sus personajes y su narración. Como si fuera una historia. Y en unas semanas, ese sistema, ese régimen, o como quieras llamarlo, toca a su fin. El mismo que rigió los destinos del país en el que vives desde que naciste.

Con todas sus limitaciones, Juan Carlos I siempre hizo gala de un excelente olfato político. Aupado al trono gracias a la mano todopoderosa de Franco, supo dar un golpe de timón hacia la democracia parlamentaria renunciando a sus prerrogativas, que eran casi todas en 1978, salvando, de paso, la continuidad de su estirpe en la jefatura del Estado. Colocó en el lugar oportuno a la persona indicada, Adolfo Suárez. Supo dar la cara durante el golpe del 23F, mantuvo excelentes relaciones con el primer Gobierno socialista desde la II República y ha sido probablemente el mejor “lobista” de este país.

Luego llegaron las Corina y los Urdangarin para hacerle un descosido a una reputación inmaculada, gracias a la regla no escrita por los medios de comunicación de este país de no hablar mal de la Corona.

Esta abdicación no es baladí. A mi juicio supone la prueba palpable de que aquello que toda una generación de políticos construyó en eso que llamamos la Transición ha tocado a su fin. Que los problemas y los asuntos de la España de 2014 poco tienen que ver con los de 1978.

La Corona está en crisis, los partidos tradicionales pierden apoyos a espuertas y los protagonistas de la Transición han muerto o van pasando de moda. Hace unos días el expresidente Felipe González se reivindicó a sí mismo como miembro de la Casta. De la Casta que puso en marcha el mejor sistema de protección social que ha tenido España. Y es cierto. Nadie puede negar la evidencia.

Lo que González no comprende, al igual que aquella generación del 78, es que los Podemos, los Pablo Iglesias, el 15M, la abstención, el descontento, la exigencia de participación y primarias o la propia abdicación ponen en evidencia que esta España es otra, que quienes nacimos en democracia ya no conectamos con sus mensajes, sus códigos y comportamientos. Que los cambios han llegado para quedarse. Y que los apaños y componendas necesarios para sacar adelante la España de la Transición ya no sirven. Que el juego, ahora, es otro.