Se cumplen 20 años de la Riada, la catástrofe que dejó muertes y destrucción en Santa Cruz de Tenerife

Tenerife Ahora

31 de marzo de 2022 09:48 h

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Todos los canarios recuerdan qué estaban haciendo aquel 31 de marzo de 2002, cuando una gota fría se anidó en Santa Cruz de Tenerife, descargando hasta 129 litros de agua por metro cuadrado en una hora. Hoy se cumplen 20 años de aquel fatídico día, en el que la Riada, consecuencia de las lluvias torrenciales, acabó con la vida de ocho personas y dejó 12 desaparecidos y decenas de heridos en la capital de la isla, convirtiéndose en una de las mayores catástrofes vividas en estas tierras.

Las lluvias torrenciales comenzaron a caer entre las 15:00 y las 16:00 horas de aquel Domingo de Resurrección sobre la capital isleña, afectando a un área muy reducida. Fuera de Santa Cruz apenas cayeron algunas gotas. En medio de la catástrofe que se avecinaba, escampó una media hora, creando una falsa confianza en la población de que aquellos chubascos habían acabado. No fue así. Arrancó de nuevo a llover con gran intensidad y con pedrisco hasta al menos las 20:00 horas, manteniéndose algunas precipitaciones más débiles hasta medianoche.

En esas cuatro horas que duró la gota fría, una Riada se llevó por delante la vida de ocho personas, al menos 12 desaparecieron y los hospitales comenzaban a recibir a decenas de heridos. Además, los ríos de lodo que corrían por la ciudad causaron daños por valor de unos 90 millones de euros, destrozando al menos 400 viviendas y dejando sin luz a más de 70.000 vecinos.

Nadie estaba preparado para aquellos acontecimientos. De hecho, el Instituto Nacional de Meteorología no avisó de la catástrofe y el día previo advirtió sólo de “chubascos moderados”. Llovió como nunca: la ciudad registró en un solo día el récord de agua acumulada desde que se tienen registros en las islas, en 1869.

Hoy un busto de bronce recuerda lo acontecido aquel fatídico 31-M con una inscripción en la que se puede leer: “Las aguas nos arrebataron vidas, arrasaron hogares, nos dejaron lágrimas, pero quedó intacto el afán de superación de los habitantes de Santa Cruz. De la desesperación se alimentó la esperanza y la solidaridad de un pueblo que supo sobreponerse a la desgracia y trabajar para la reconstrucción”.