“En Canarias tenemos un género de gorgojos llamado laparocerus que bate récords en cuanto a biodiversidad y que se ha convertido en una pieza clave para estudiar la evolución de las especies, hasta el punto de poder quitarle el podio a los pinzones de Darwin o a la mosca del vinagre”. Con estas especies, el científico inglés Charles Darwin intentó demostrar su teoría de la evolución.
Quien así explica la trascendencia de la investigación llevada a cabo durante 15 años es el biólogo Antonio Machado. El estudioso, en un reciente trabajo, en colaboración con el genético Mariano Hernández, de la Universidad de La Laguna (ULL), ha dado a conocer el árbol filogenético basado en el análisis del ADN mitocondrial de 237 especies de Laparocerus, todas exclusivas de las islas Canarias y de Madeira, además de otras dos que viven en Marruecos.
El investigador destaca que no hay ningún otro género de planta o animal en Canarias y Madeira que presente tal riqueza de especies, con una concentración máxima de 62 solo en Tenerife. La investigación hace un puntilloso recorrido por las plausibles rutas de colonización isla a isla y por cómo se diversificaron las especies originales para ocupar los diferentes hábitats disponibles, desde los cardonales a los pinares, a la laurisilva, a los retamares de las cumbres o a los tubos volcánicos.
Ese proceso evolutivo se ha desarrollado a lo largo de unos siete u ocho millones de años, aunque algunas especies se han formado en tiempo mucho más corto, de decenas de miles de años. “Creo que hemos avanzado mucho a la hora de demostrar que todos los gorgojos son parientes entre sí. Incluso hemos desvelado que las dos especies que viven en África, lejos de representar los ancestros que colonizaron las islas, son especies que llegaron a África desde Canarias, en una suerte de retrocolonización”, indica.
Lo que no se ha podido determinar es cuál es el origen real de este género, aunque se sospecha que pudo llegar a Canarias directamente desde África, o desde el sur de Europa vía Madeira. A continuación la colonización progresó desde las islas más viejas, Lanzarote y Fuerteventura, hacia las más jóvenes, La Palma y El Hierro.
“Siempre se ha dicho que los territorios insulares son continentes en miniatura, auténticos laboratorios en los que estudiar de forma precisa la evolución. Pues bien, este insecto es ideal para esos estudios; no vuelan, son exclusivos de una o pocas islas, viven en multitud de hábitats y son fáciles de encontrar si se buscan durante la noche, pues de día se entierran en el suelo. Su menú se basa exclusivamente en morder los bordes de las hojas de las plantas, y de ahí su nombre común de ”chascones“. Estudiar un grupo así es como ver la naturaleza con más píxeles”.
La investigación ha sido publicada en la revista internacional especializada ZooKeys y ya ha despertado el interés de diversos medios de comunicación y del mundo científico.