“Estoy golpeada por todos lados. La próxima no lo cuento”. Romina Celeste escribió ese mensaje a una amiga tres días antes de que su marido, Raúl Díaz, la matara en la casa que compartían en la localidad de Costa Teguise, en el norte de Lanzarote. El 29 de diciembre de 2018, la joven acudió sobre las siete de la mañana a las urgencias del Hospital de Lanzarote y contó a la enfermera encargada del triaje que su pareja le había pegado. Antes de que pudiera atenderla el personal médico, el agresor se personó en el centro sanitario y se la llevó. Durante el trayecto desde el domicilio hasta el hospital y mientras ella aguardaba en la sala de espera a que la llamaran, habían estado hablando por teléfono.
En el informe de urgencias consta que hubo un alta voluntaria de la víctima porque no acudió a las tres llamadas que se le hicieron para que la viera un facultativo. No se activó protocolo alguno pese a lo manifestado por Romina a la enfermera. Las cámaras del centro sanitario no recogieron estos hechos. Unas estaban rotas. Otra estaba tan sucia que no se distinguía ni las marcas de los vehículos. Otra enfocaba a una pared y tan solo permitía adivinar “algunas sombras”.
Así lo ha contado el sargento de la Guardia Civil que comandó la investigación durante su declaración como testigo en el juicio contra Raúl Díaz por el crimen machista de Romina Celeste. El acusado ya se ha confesado culpable de los seis delitos que se le imputan, entre ellos el de homicidio que hasta el pasado viernes negaba, y será condenado a quince años, nueve meses y cuatro días de cárcel, según la petición de la Fiscalía.
En la segunda sesión de la vista ante tribunal de jurado, celebrada este lunes, han comparecido, además del sargento y del jefe de la policía judicial de Costa Teguise, los padrinos de la boda de Romina y Raúl, a cuyo domicilio acudió la pareja tras salir del hospital. Contaron que esa misma mañana Raúl reconoció la agresión, dijo que nunca iba a volver a pasar y que, incluso, se arrodilló ante Romina y ante ellos para pedir perdón. “Me he criado en la calle. Tengo demasiada astucia, es difícil que alguien me engañe. Pero él lo logró”, dijo uno de ellos. “En ese momento me pareció sincero. Se arrodilló y fue mentira. Después hizo lo que hizo”, lamentó entre lágrimas la otra testigo, que fue quien aportó a la Guardia Civil los mensajes que Romina le había mandado sobre la paliza.
El sargento de la Guardia Civil ha relatado ante el jurado la cadena de incongruencias e incoherencias en la actuación de Raúl que condujeron a considerarlo como sospechoso y a detenerlo y ha reconstruido la labor realizada durante un año para tratar de esclarecer los hechos.
El entonces jefe del equipo de homicidios del instituto armado en Las Palmas asumió el caso la noche del 9 de enero de 2019. Un día antes, Raúl había denunciado la desaparición. Lo había hecho después de simular que seguía viva (incluso compró ropa en su nombre y mandó mensajes) y presionado por la familia de Romina, que no tenían noticias de ella desde las 15.47 horas del 31 de diciembre, y por sus padrinos de boda, que lo habían visitado la noche previa. “Le dije que o iba él a denunciar por la mañana o que iría yo”, contó en su declaración de este lunes el testigo amigo de la pareja.
La noche siguiente, la del 10 de enero, el sargento acudió a la casa de Costa Teguise, situada en la urbanización de El Palmeral. Y allí le le llamó la atención que había zonas de la casa “ultralimpias” y otras “hechas un desastre”. “El patio estaba impoluto, pero en el fregadero no cabía un plato”, dijo. Se pusieron en marcha diversas medidas de investigación ante las primeras sospechas. Resultaba extraño que Raúl no hubiera denunciado la desaparición hasta una semana después. Su versión inicial era que Romina se había marchado tras una discusión que se habría producido después de que ella le pidiera dinero. Al recabar información de las bases de datos, vieron que había una denuncia por violencia de género de agosto de 2018 que había sido finalmente archivada porque ella no se había ratificado.
A partir de ese momento, se inició el seguimiento. Le instalaron balizas en el vehículo y le pincharon el teléfono. El día 13 de enero llamó a un primo que es inspector de la Policía Nacional, y le contó que se había encontrado muerta a Romina en el baño con unos blíster de medicamentos (dando a entender que se había suicidado), que la había intentado reanimar, se había asustado y se había deshecho del cuerpo quemándolo en una barbacoa y arrojándolo al mar. Su primo le dijo que debía entregarse y le sugirió que pidiera que le hicieran la prueba de cabello para la detección de drogas con el fin de que pudiera actuar como atenuante. Raúl fue detenido de inmediato. Su familiar, según contó el sargento a preguntas del abogado de la defensa, había llamado para informar de que se iba a entregar.
La inspección ocular en la vivienda donde se produjeron los hechos la hicieron “los mismos agentes que se encargaron del caso de Diana Quer o de Gabriel”, contó el sargento. Se hallaron trece restos de sangre, pese a que el acusado había realizado una limpieza profunda para tratar de eliminar las evidencias. En su declaración tras ser detenido, Raúl dijo que el baño no se había limpiado desde que entraron en la casa un mes antes y que ella no tenía heridas cuando la encontró. Pese al intento por ocultarlo, los investigadores hallaron evidencias de arrastre del cuerpo en el baño, restos “de apenas milímetros entre las juntas” o dos gotas en el edredón del dormitorio. También había sangre en el patio donde habría quemado y desmembrado el cuerpo de Romina. En el salón había una uña con restos del agresor, prueba de que la víctima “intentó defenderse”. En el descansillo, una lentilla y una pestaña postiza, evidencia “de un puñetazo en la cara”.
La Guardia Civil también encontró incoherencias en su relato sobre cómo se deshizo del cuerpo. Contó que tiró una parte en la zona de Los Ancones y otra en Los Hervideros junto a la parrilla de la barbacoa. Incluso marcó con una x en un mapa el lugar donde arrojó los restos. El sargento dijo que era imposible que lo hubiera hecho en Los Hervideros y que no se hubiera encontrado. Los buzos especialistas se sumergieron “un montón de veces” y no hallaron nada. “Son fondos rocosos y no tienen más de dos o tres metros de profundidad”, por lo que la parrilla se hubiera quedado enganchada. Hicieron la simulación con la bujía de un coche y a las dos semanas seguía anclada en la roca.
El coordinador de la investigación relató que fue el 15 de enero cuando localizaron la única evidencia física del crimen. Cerca de la playa de Las Cucharas apareció un pulmón de Romina. Un socorrista lo había encontrado diez días antes, le había hecho una foto y lo había tirado a un contenedor de escombros pensando que se trataba de restos de origen animal. Pese al tiempo transcurrido, el pulmón seguía en el mismo lugar, en avanzado estado de putrefacción. Los médicos forenses que declararon después explicaron que esa pieza se cotejó genéticamente con un cepillo de dientes de la víctima y con una muestra extraída a su madre y se determinó que pertenecía a Romina.
“La había anulado”
La acusación particular, que representa a la familia de Romina, advirtió de importantes contradicciones y “ocultación de información” de los padrinos de boda de Romina y Raúl durante sus respectivas declaraciones. Ambos se mostraron esquivos sobre su conocimiento del primer episodio de violencia machista. Ella dijo que solo sabía lo que le había comentado el encargado del club donde trabajaba. Él que sabía que hubo una denuncia y que Raúl fue detenido, pero que al final se había archivado porque ella no se había ratificado.
Lo que sí confirmaron estos testigos es que el 29 de diciembre Romina les mostró la lesión que le había producido en la costilla la agresión de Raúl y que este lo había confesado y se había arrodillado ante ellos para pedir perdón. También contaron que la víctima se había marchado a Paraguay, su país de origen, el 25 de agosto de 2018, apenas quince días después de la boda, y que a su vuelta no se había ido con su marido, sino que se había quedado en la casa de la pareja. “Estaba muy deprimida. Ella era muy risueña y al volver estaba muy apagada, hablaba menos...”, comentó la testigo. “Ella estaba anulada, la tenía anulada, era una relación tóxica”, añadió el segundo compareciente, que también relató que había consumido en varias ocasiones con ellos alcohol y cocaína.
También se ha leído, como prueba preconstituida, la declaración que prestó durante la fase de instrucción una mujer que vio al procesado el 4 de enero, tres días después del crimen, en un club en el que se ejerce la prostitución y comprobó que Raúl tenía en algunas partes del cuerpo arañazos que pudieron haberse producido cuando la víctima trataba de defenderse.
“No tenía las capacidades alteradas”
La práctica de pruebas ante el plenario ha concluido con la declaración de dos médicos forenses que han explicado que, tras dos años de exploraciones, elaboraron un informe que descartaba que Raúl Díaz padeciera un trastorno mental. “No tiene una enfermedad física de base que afecte a su capacidad de jucio para entender lo que hizo y sus consecuencias. El juicio de realidad lo conservaba plenamente”, han señalado los facultativos, que detectaron en el acusado rasgos de una persona con conductas impulsivas y tendente a la hostilidad, además de definirlo como una persona pensativa, calculadora y teatral. El sargento de la Guardia Civil que lideró la investigación había recalcado previamente esa teatralidad, aludiendo a que, durante la reconstrucción de los hechos, mientras simulaba cómo tiró el cuerpo de Romina en la zona de Los Hervideros, lanzó un beso al aire.
Los forenses han incidido en que en ningún momento objetivaron en él una manifestación de duelo por la muerte de su pareja y han cuestionado el relato de Raúl Díaz sobre cómo se deshizo del cuerpo. Lo que ha contado es “contrario a las leyes de la naturaleza”, sostienen. Entre otras cuestiones, han dicho que la barbacoa no soportaba temperaturas de más de 300 grados, por lo que no era posible que los órganos internos se hubieran quemado o que los huesos hubieran perdido la resistencia a la fractura. Tampoco, por tanto, que simplemente con sus manos o usando las planchas de la barbacoa pudiera haber desmembrado el cuerpo de Romina y metido los restos en una bolsa de basura. Cuando un cuerpo se carboniza, los órganos internos permanecen indemnes, explicaron los peritos, que han señalado que solo se halló un pulmón y que para extraerlo es preciso “una intervención intensa”, incompatible con lo relatado por el autor confeso del homicidio.
Lo único demostrado, afirmaron, es que pudo abrir la caja torácica de la víctima con unas tijeras que compró y que eran similares a la que usan los forenses y que extrajo el pulmón. Es la única evidencia. El resto de lo que pasó, “solo lo sabe él”, dijeron los forenses.
La madre de Romina ha estado presente durante la segunda sesión del juicio, al igual que una decena de personas del entorno de la víctima que portaban la bandera de Paraguay y que increparon al autor confeso del crimen a su salida del edificio judicial, pidiendo justicia y llamándolo “asesino”.