EL CRONISTA ACCIDENTAL
Clavijo contrea a la manifestación del 20-A
Hay un relato apócrifo sobre la política francesa que cuenta lo siguiente: un político galo contempla una marcha ciudadana de cuyo conocimiento no tenía información y acto seguido afirma: “Ahí va mi gente: preguntaré qué piden para liderarlos”. El cambio de posición del Gobierno de Canarias respecto a la manifestación ecologista del próximo 20 de abril, escenificado por el presidente Fernando Clavijo en la sesión de control del Parlamento autonómico, enlaza con esta visión táctica de la política, los mensajes derivados de la misma y el manejo del ánimo ciudadano en tiempos tumultuosos como los actuales. Se trata, dicho en términos de nuestro deporte vernáculo, de una lucha a la contra que puede o no resultar eficaz en un contexto de ánimos muy encendidos.
Eso explica que en una semana los mensajes del jefe del Ejecutivo hayan pasado de una crítica pragmática, centrada en el posible impacto negativo de los mensajes de rechazo al turismo en nuestros mercados emisores, a una visión benévola sobre una convocatoria que plantea una enmienda a la totalidad del modelo productivo canario con todas sus (algunas) sombras y (bastantes) luces. Sea como fuere, Clavijo muestra su disposición a gobernar al tigre subiéndose a él o al menos acariciándolo de un modo explícito. Con ello, está anticipando el éxito de la convocatoria, algo que en las islas de Tenerife y Lanzarote se da por hecho y que goza de numerosos apoyos precisamente por la diversidad de su propuesta. Hasta los sindicatos del turismo, caso de CCOO, se han sumado a una manifestación que a diez días vista tiene un viento poderoso en sus velas. Lo que ocurra después de la cita ya es otra cuestión.
Se han establecido muchas comparaciones entre la convocatoria del próximo 20 de abril y la histórica manifestación del 22 de noviembre de 2002 en Santa Cruz de Tenerife contra las torres de alta tensión en los montes de Vilaflor. Y en efecto hay algunos puntos en común, pero también claras diferencias. El éxito de aquella cita fue tomado como el momento fundacional del movimiento ecologista como fenómeno masivo en Tenerife, y se caracterizó por la sorpresa de su elevadísima repercusión y por tomar un asunto muy concreto, el trazado de un tendido eléctrico, como locomotora para una serie de mensajes bastante similares a los planteados en la actualidad, relacionados con los límites del crecimiento y los riesgos de la saturación y el consumo excesivo de los recursos naturales. A la hora de la verdad, aquella manifestación solo logró lo que pedía, el cambio del trazado de las torres de alta tensión, que ahora discurren paralelas a la autopista TF-1 a modo de monumento a la fealdad y poco más. Tampoco tuvo incidencia política alguna pese a la, entonces, cercana celebración de los comicios autonómicos y locales de mayo de 2003, en los que el partido destinatario de todas las críticas, Coalición Canaria, obtuvo su mejor resultado histórico con un tinerfeño, Adán Martín, como candidato a presidente.
La convocatoria cívica del 20-A pilla lejísimos de cualquier cita electoral en las Islas, y además no hay un partido que pueda rentabilizarla de un modo eficiente. El PSOE tiene sus propios problemas y además tiene que hacer convivir a sus dos almas en política turística, una más cercana al ecologismo y la otra inequívocamente asociada con el crecimiento turístico en municipios que son parte troncal de su poder municipal. En ningún caso los socialistas van a sacar partido de la manifestación. El ecologismo clásico en las Islas, al igual que la izquierda alternativa, anda políticamente desarticulado y carece ahora mismo de estructuras visibles, aparte de que su cercanía con algunos puntos de vista más radicalizados (las amenazas de huelga de hambre, por ejemplo) despiertan recelo en sectores progresistas más moderados que sí se identifican con los postulados básicos de la convocatoria. Sí quiere entrar en ese espacio Nueva Canarias, como fuerza canarista de izquierda, pero carece de implantación en las islas donde este movimiento está más fuerte, como las citadas Lanzarote y Tenerife, mientras que en Gran Canaria Antonio Morales ha tenido sus más y sus menos con el ecologismo a cuenta del proyecto del Salto de Chira. Como conclusión, las manifestaciones podrán ser un éxito resonante, pero no registrarán un ganador en términos de contabilidad política, algo que en el edificio de Teobaldo Power todos entienden perfectamente, Clavijo incluido.
El otro mensaje del presidente canario, no nuevo porque ya lo dijo hace tres meses en Fitur, tiene que ver con la redistribución del negocio turístico en general y los salarios del sector en particular. Este es siempre un debate de gran envergadura conceptual, la contribución de una actividad económica exitosa a la prosperidad colectiva, y tiene que ver tanto con la variable beneficios-salarios como con el impacto de dicha actividad en los ingresos fiscales de las administraciones públicas. De momento cada interlocutor arrima el ascua a su sardina, como cabía esperar. Clavijo habla de sueldos y los empresarios remiten a los impuestos que paga el sector, sobre todo por vía indirecta a través de un IGIC que alcanza números récord y engrasa con ello las cuentas del sector público en las Islas. De la tasa turística se habla, pero más en el plano filosófico que como una propuesta concreta y cuantificable.
Ese debate tiene recorrido y coincide con otro más asociado con la interacción entre la actividad turística y la gestión de los asuntos públicos, por ejemplo, en la saturación de las infraestructuras de transporte, la gestión de los espacios naturales protegidos (inexistente por el miedo atávico de los poderes públicos a introducir medidas de restricción), la carestía de la vivienda o los déficits en gestión del ciclo del agua y otros recursos esenciales. Todos esos problemas, que tienen carácter estructural, seguirán existiendo aunque se produzca un incremento salarial súbito en el sector turístico. Porque la realidad, terca y compleja a partes iguales, es un tigre mucho más complicado de gobernar.
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