La condición insular impone límites y forja de manera importante la cultura de los que viven entre estos límites inapelables. Y el mar, sobre todo en las islas de pequeño tamaño, es el gran agente que condiciona los usos sociales, culturales y económicos. Hoy, las playas de Gran Canaria son el principal reclamo de los millones de turistas que la visitan cada año, pero hasta no hace mucho tiempo, eran un espacio, también económico como hoy, vinculado a las actividades tradicionales de aprovechamiento de los recursos.
Zona de llegada de pescadores y viajeros y, también, escenario de todo tipo de actividades relacionadas con las oportunidades que brinda el medio marino. Según consta en los registros, a finales del siglo XIX en Canarias estaban en plena actividad más de 60 salinas. Hoy, ese número ha descendido de manera drástica y apenas queda menos de una decena de este tipo de industrias en funcionamiento y gran parte del patrimonio salinero de las islas se ha perdido. Sólo el 15% de la sal que se consume en las islas es de origen marino.
De las nueve salinas históricas que aún permanecen en buen estado, cinco están en Gran Canaria . Por suerte, en la isla se han conservado algunos magníficos ejemplos de explotaciones salineras, algunas, de casi cinco siglos de historia. Testigos de una época en la que la el mar era uno de los principales sustentos de la población y eje de la industria pesquera. En las costas grancanaria subsisten, además, los dos modelos de explotación que se incorporaron al Archipiélago tras la llegada de los europeos.
Las primeras salinas canarias , en el siglo XVI, se construyeron sobre lecho de piedra, aprovechando áreas rocosas cercanas a las líneas de marea alta. Posteriormente, el modelo cambió para intensificar la producción al socaire de la expansión de la industria de salazones: son las salinas sobre lecho de barro, auténticas infraestructuras hidráulicas con grandes pozas de almacenamiento de agua de mar, molinos para bombear el agua y complejos sistemas de tajos (pocetas donde se seca la sal) con cientos de canalizaciones.
Las Salinas del Bufadero (Acceso desde El Puertillo –CG-2-), en Arucas, son las únicas supervivientes del modelo sobre piedra en todo el Archipiélago, y son las más antiguas de Canarias. Su construcción puede datar del siglo XVI o XVII y, tras una concienzuda restauración, están en pleno funcionamiento. Un paseo por la zona descubre el funcionamiento de este tipo de instalaciones. Los ‘cocederos’ que almacenan el agua se localizan próximas a la línea de costa y aquí empieza el proceso de evaporación que se acelera en los ‘tajos’ que se siguen llenando a mano. Aquí, el trabajo del salinero es crucial para acelerar el proceso mediante el ‘picado’ (ruptura de los cristales de sal de la superficie) y el ‘arrollado’, amontonamiento posterior que ayuda a expulsar el agua. El otro atractivo del lugar es la propia configuración de la costa (marcada por los cantiles) y la cercanía de la Playa de El Puertillo donde, además, hay muy buenos restaurantes de pescado fresco.
El resto de salinas de la isla se encuentran ya en la costa del Sureste aunque aún quedan algunas huellas de las antiguas Salinas del Confital (Acceso desde Playa del Confital en Las Palmas de Gran Canaria) que estuvieron en funcionamiento hasta la década de los 60 del pasado siglo XX. El hundimiento de la industria conservera canaria provocó el abandono del lugar que se deterioró muy rápidamente. Hoy, apenas quedan restos de los muros y huellas de los antiguos cocederos y tajos así como tramos mal conservados del antiguo acueducto que transportaba el agua de mar hasta las enormes maretas donde se empezaba el proceso de cocción del agua.
Las Salinas de Tenefé Salinas de Tenefé (Dirección: Bahía de Pozo Izquierdo –Acceso por GC-194-; Tel: (+34) 928 759 706, Concertar visita por teléfono en horario de 8.00 a 15.00) son el mejor ejemplo de recuperación de este tipo de instalaciones. Las salinas se construyeron a principios del siglo XVIII para dar respuesta a la gran demanda de la industria de salazones y permaneció en activo hasta hace apenas quince años. En este momento, el Ayuntamiento de Santa Lucía hizo un gran esfuerzo para recuperar las instalaciones y convirtió la ‘Casa del Salinero’ (un interesante ejemplo de arquitectura tradicional canaria adaptada a las necesidades de la actividad) en un centro de interpretación donde se explican los procesos de obtención de la sal y la cultura que su producción generó en las costas de la isla . Otro de los atractivos es poder adquirir la sal que sigue sacándose del mar. También se han restaurado los molinos de viento que bombeaban el agua y los canales de cebado. Por ello, más allá del valor etnográfico y patrimonial de estas salinas, el sistema de pozas ha creado un auténtico sistema de humedal marino al que acuden numerosas aves. Y esta parte de la costa grancanaria es un buen ejemplo de ello.
Las Salinas de Arinaga (Dirección: Calle Canal Derecha, Arinaga) se encuentran a escasos tres kilómetros al norte de las de Tenefé y ocupan la costa que se extiende inmediatamente después de la escollera del Muelle de Arinaga. Es la explotación más grande de las que quedan en la isla aunque en estos momentos se encuentran en mal estado de conservación. El tramo de costa que media entre el Castillo del Romeral y la Bahía de Gando fue, hasta mediados del XX, una sucesión de salinas de barro que abastecían las necesidades de la enorme flota pesquera que faenaba en el caladero canario saharaui. La Playa de La Florida se encuentra al sur de la desembocadura del Barranco de Guayadeque.
En las inmediaciones sobreviven otras dos salinas que, hasta hace pocos años, estaban en funcionamiento gracias al tesón de viejos salineros ya jubilados que han mantenido las factorías en buenas condiciones por el mero hecho de no dejar que este patrimonio desaparezca. Las salinas de Bocacangrejo y La Florida. Estas explotaciones, a diferencia de las de Tenefé o Arinaga son de pequeño tamaño aunque siguen el mismo esquema que las anteriores. También siguen en funcionamiento en el caso de La Florida, cuentan con un pequeño alojamiento rural a dos pasos de la playa.