En busca de los nadadores de Gilf el Kebir: el desierto del mítico Conde Almasy

Más allá de la estrecha línea verde que marca el cauce del Nilo, Egipto es Sáhara en estado puro. La vida de los hombres y las mujeres que se alejan del río que dio de beber a las más grandes civilizaciones del norte de África se limita a pequeños oasis donde el agua permite dar de beber a las plantas y los animales. En torno a los pozos o a los pequeños lagos como Siwa, Dakhla o Bawiti se desarrollaron pequeñas ciudades que hunden sus raíces en tiempos aún más antiguos que las pirámides. Cuando uno se adentra en las arenas y explanadas rocosas del Sáhara, estos oasis parecen algo así como avanzadas de civilización en zonas inhóspitas. Pero nada más lejos de la realidad. Porque los oasis saharianos son refugios; no son lugares a los que llegar; son lugares donde uno se puede quedar… Porque este desierto que ocupa un tercio del continente africano fue el paraíso terrenal. Un vergel de aguas, ríos, lagos, bosques… Un lugar para ir a nadar.
Gilf el Kebir es una meseta rocosa situada al suroeste de Egipto. Llegar hasta aquí no es fácil. Esta meseta rocosa de casi 80.000 kilómetros cuadrados se eleva unos 300 metros de los lechos de arena del desierto líbico. Su nombre se traduce como ‘la gran barrera’ y se sitúa en un lugar estratégico que marca los límites de Egipto, Libia y el Sudán, ese país legendario de los faraones negros (qué fácil era viajar hace 25 años y que difícil es ahora). Desierto puro. Roca, arena, cañones desolados… Un lugar de gran interés para los arqueólogos y los climatólogos del mundo desde los años 30 del pasado siglo. Un lugar que se hizo mundialmente famoso hace unos 30 años gracias a un peliculón: ‘El Paciente Inglés’. El verdadero Laszlo Almasy se internó por los lechos secos de Wadi Sura en 1933 y descubrió un lugar que cambió la visión del Sáhara para siempre: la conocida como ‘Cueva de los Nadadores’ es el rastro de un pasado de aguas y abundancias. Esta es la más conocida de un conjunto de cuevas y abrigos que atesora una de las colecciones de arte rupestre más fascinante del mundo.

Las pinturas que se desparraman por todo Gilf el Kebir muestran un pasado de abundancia. Los nadadores son sólo la punta de un iceberg cultural que nos lleva a unos 8.000 años atrás: cuando el Sáhara era un vergel. El monzón se retiró hacia el sur en torno al 5.000-4.000 antes del presente provocando una migración masiva hacia el valle del Nilo… Ya se pueden imaginar lo que pasó después. Llegar hasta aquí es poder ver una foto fija de esos tiempos en los que los animales abundaban y los seres humanos nadaban en una abundancia que nos hace pensar en el paraíso terrenal (¿es este periodo de cambio climático el origen del mito bíblico?). Y todo ello a través de una de las concentraciones de arte rupestre más importantes del norte de África solo comparable con otro de los mitos del desierto: nuestra adorada Tassili (en Argelia).

Llegar hasta Gilf el Kebir.- La única manera de llegar hasta aquí es a través de viajes organizados que requieren de una gran preparación logística y muchos permisos gubernamentales. La meta de estas expediciones (que suelen durar unos seis o siete días) es llegar a Wadi Sura, donde se encuentran las más famosas cuevas y aleros con pinturas rupestres, pero el camino por el denominado Mar de Arena (Desierto Occidental) es una aventura que sigue los pasos de grandes hitos de la historia: desde la más antigua (las propias pinturas rupestres neolíticas o los restos de las civilizaciones egipcia e islámica que pueden verse en los oasis) a prácticamente antes de ayer. Esta zona del desierto fue un campo de batalla durante la Segunda Guerra Mundial. Según dicen, las expediciones del conde Almasy tenían una intención oculta más allá que seguir las huellas del gran ejército del Rey Cambises II. El aventurero húngaro estaba obsesionado con encontrar los restos de un ejército persa de más de 50.000 hombres que se perdió en el desierto en el 524 a.C. Almasy no encontró a los soldados de Cambises, pero sí la famosa Cueva de los Nadadores y otras muchas más repletas de pinturas y grabados. Y las malas lenguas también dicen que sus expediciones tenían el objetivo secreto de levantar mapas para los nazis (es un hecho comprobado aunque en la película traten de dulcificarlo o justificarlo).

El mar de arena fue uno de los teatros de operaciones del famoso Mariscal Rommel. El ‘zorro del desierto’ logró expulsar a los británicos de Libia pero fue incapaz de llegar al Valle del Nilo. El camino hasta Gilf el Kebir es un recordatorio de aquellos tiempos. Se pueden ver viejos camiones oxidados, restos de armamento, latas de gasolina formando grandes flechas para orientar a los aviones y hasta latas de comida aun cerradas en distintos puntos del recorrido. Es el aperitivo del plato fuerte: los wadis de Gilf el Kebir y sus famosas pinturas y grabados.

Oasis El Bahariya.- Suele ser la puerta de entrada al desierto líbico de las expediciones que parten desde El Cairo. Este oasis está relativamente cerca de Giza (unos 400 kilómetros) y suele ser la primera de las paradas. Aquí hay varios puntos de interés como el Templo de Alejandro Magno o la Tumba de las Momias Doradas, un complejo funerario de la época grecorromana. El Kharga es, además, el lugar de acceso al Desierto Blanco y la Depresión de Farafra.

Oasis de Dakhla.- Es otra escala clásica desde El Cairo o el inicio de la expedición para los optan por llegar aquí en avión. El oasis se encuentra a medio camino entre la frontera Libia y el Valle del Nilo y fue uno de los puntos estratégicos de control de las fronteras del Antiguo Egipto. Aquí puedes ver importantes yacimientos arqueológicos como el Templo de Deir El-Hagar (egipcio) la ciudad de Amheida (Grecorromano y con un complejo de tumbas subterráneas alucinantes) o los restos de Al Qsar (islámicos).

Gilf Al Kebir.- La meseta y sus estaciones de arte rupestre son el punto culminante de este viaje. Pero más allá del imponente legado prehistórico del lugar, la meseta es un lugar mágico desde el punto de vista paisajístico y geológico. Los wadis (lechos de agua secos) y los cañones conforman un verdadero laberinto de roca y arena en el que se localizan cientos de estas estaciones rupestres entre paisajes alucinantes: Wadi Homra (Valle Rojo); Aqaba Pass (Paso de Aqaba) o los Campos de Cristal de Sílice, un enorme yacimiento geológico de cristales naturales que según los expertos se formó hace unos 29 millones de años por el calor originado tras el impacto de un meteorito.
Fotos bajo Licencia CC: ilan molcho; Lia; Paul Ealing 2011; Mr. Theklan; Institute for the Study of the Ancient World
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