Viajar hasta el Atlas es acercarse a un mundo aparte dentro de Marruecos. El país norteafricano es un caleidoscopio de colores, sabores, olores y, también, de paisajes. Y el Atlas supone uno de esos hechos diferenciales. La cordillera se extiende de suroeste a noreste creando una especie de frontera natural que separa el país mediterráneo y el mundo sahariano. Pero también es un mundo en sí mismo. Como sucede en las montañas del Rif (en la costa mediterránea), la montaña supone aquí un verdadero muro de contención a la macedonia de civilizaciones que han entrado en estas tierras a lo largo de la historia. Y aún hoy sigue siendo uno de los reductos de la cultura bereber más auténtica del país (sobre todo en lugares como el Valle de los Ait Bouguemez, uno de los lugares más intensos que conocimos nunca).
Pero también es un reservorio natural donde se conservan algunas joyas que ya desaparecieron del resto del país. Aquí, por ejemplo, resistió hasta principios del siglo XX el mítico León del Atlas, una especie que ya no puede verse en libertad por la enorme presión al que fueron sometidos por los humanos desde tiempos inmemoriales. El otro gran símbolo natural de estas tierras es el Cedro Atlántico, una especie que antaño cubría enormes extensiones en el norte de África y que hoy apenas sobrevive en manchas dispersas del Atlas marroquí y de manera aislada en algunos puntos de Argelia. Los principales bosques de esta especie se encuentran en tres núcleos: los parques nacionales de Khénifra-Aguelmam Azegza; el Parque Nacional de Tazekka y el eje que forman Azrou-Ifrane. En todos los casos, la visita tiene premio doble: ver los últimos bosques de cedros y disfrutar del Macaco de Berbería.
¿Porqué Ifrán y Azrou? Por una cuestión de accesibilidad. Se trata de lugares relativamente cercano al eje que forman las ciudades imperiales (las dos ciudades están a menos de 70 kilómetros de Mequínez). Los dos espacios naturales están muy cerca ente sí (35 kilómetros entre el Parque Nacional de Ifrane y la Reserva Natural de los Cedros de Azrou) y las dos ciudades cuentan con una buena oferta hotelera y de restauración para poder pasar aquí varias noches y poder disfrutar de los bosques y de algunas atracciones más. En el caso de Khénifra-Aguelmam Azegza y Tazekka hay que ir expresamente y las posibilidades de alojamiento son menores. Eso sí, se trata de parajes espectaculares y poco trillados por el turismo. Pero nosotros nunca estuvimos por ahí. Hemos leído que sobre todo Khénifra-Aguelmam Azegza es un lugar que bien merece dos o tres días.
Primera parada en Azrou.- Azrou o Azrú. En bereber, Peñón. Esta pequeño ciudad al pie de las montañas es famosa por varios motivos: el más obvio es que sirve de puerta de entrada a una de las zonas mejor conservadas de la cordillera del Atlas; pero también es cuna de algunos de los mejores tejedores de alfombras del país y cuenta con una gran tradición en el trabajo de la madera. Estamos en una zona de cultura bereber. Y eso se nota. La medina es interesante y cuenta con varias cosas que ver. Entre ellas dos mezquitas (la Gran Mezquita de Arzou y la Mezquita Tete Hsen –en plena medina-), un museo de antopología y artesanía locales (Centro Cultural de Arzou) en el que se hace un buen repaso a la cultura tradicional bereber de esta comarca y un pequeño museo de joyería bereber (Musée Prince Al Atlas). La medina es pequeña, pero bonita. No te vas a encontrar grandes casonas ni monumentos públicos, pero es linda de pasear para ir descubriendo pequeños detalles en puertas y ventanas. Pero aquí la gente viene a ver los cedros. La carretera P-7215 se interna en la Reserva Natural de los Cedros pasando junto a curiosidades como la Abadía de de Tioumliline, un monasterio benedictino que jugó un papel importante en las movilizaciones anticoloniales pese a ser una comunidad de monjes franceses. La Maison de la cédraie (N-13) ejerce de centro de interpretación del parque y también como punto de salida y llegada de senderos y carreteras que te permiten ir descubriendo los diferentes puntos de interés de la reserva (como el famoso Cedro Gouraud, un ejemplar seco muy grande que rinde homenaje a un militar francés) y disfrutar de los macacos de berbería. ¿Se puede acceder a la reserva sin guía? Sí. Te van a atosigar de una mil maneras para que vayas con un guía y te dirán que está prohibido ir sin asistencia de un local. Es mentira.
Ifrane, la ‘suiza marroquí’.- Si vas con coche de alquiler no cometas el error de ir por la N-8. Toma el desvío de P-7229 para atravesar una de las manchas de cedros mejor conservadas de la zona (Bosque de Ras El Ma). Ifrane no tiene nada que ver con Azrou. A esta parte del país la conocen como la Suiza de Marruecos. Aquí no hay medina; no hay ciudad como tal. Todo el valle que da acceso a los diferentes sectores del Parque Nacional de Ifrane es un resort a la europea donde hay hoteles y chalets de inspiración alpina –la construyeron los franceses como estación de esquí-. Si quieres autenticidad quédate en Azrou –y opta por un riad-. Así de claro.
¿Qué ver en Ifrane? En la ciudad hay poco que ver. Los alrededores del Palacio Real (ni se te ocurra hacerle fotos), una escultura algo naif que representa al León del Atlas y los alrededores de la Place de la Couronne. Para ver lo que hay que ver en Ifrane hay que meterse en los bosques que la rodean para descubrir paisajes muy bonitos como las cascadas de Ain Vitell, el Bosque de Zerrouka (con sus dos lagos) o los Manantiales de Ifrane. El Parque Nacional está partido en dos porciones. La zona norte es la más salvaje y la que cuenta con peores accesos; la parte oeste, sin embargo, es accesible a través de la carretera R-707 que te mete de lleno en el Bosque de Jouaba.
Fotos bajo Licencia CC: alexis dupuis; Maxim Massalitin; Jean-François Gornet; Soufiane M; Ardennais G R D (Guy)