La reapertura de la tumba de Tutankamon, que estuvo afectada por diez años por trabajos de consolidación y restauración, ha vuelto a poner a Egipto en los titulares de la prensa internacional. No han sido, estos últimos años, buenos tiempos para el país del Nilo que ha visto mermar considerablemente la llegada de turistas por la incidencia del terrorismo integrista. La KV62 (Valle de los Reyes 62) no es la más espectacular de las tumbas reales que se desparraman por este valle desértico cercano a Luxor. Tampoco Tutankamon fue un gran rey. Logró más tras su muerte que en vida, más allá de ser el gobernante que recuperó el culto a Amón después de la revolución religiosa de Akenatón (que impuso un monoteísmo solar). Pero su reinado fue corto y fue el último de la XVIII Dinastía.
Los faraones posteriores se apropiaron de sus logros, de sus monumentos, de su historia… Y cayó en el olvido. Hasta el punto de que su tumba pasó desapercibida hasta 1922 que fue descubierta prácticamente intacta por el egiptólogo inglés Howard Carter. En la pequeña tumba se encontraron, a parte de la propia momia del ‘rey niño’ unos 5.000 objetos que hoy están custodiados en el imponente Museo de El Cairo. Hasta ese momento, la única tumba con ajuar que se había localizado era la de Yuya y Tuyu (KV47) dos nobles muy influyentes que vivieron durante los reinados de Tuthmosis IV y Amenothep III. La tumba era mucho más modesta que la de los faraones, claro está, pero hasta 1922 era la única que había llegado con el ajuar funerario más o menos intacto –parece que sufrió hasta tres pequeños robos-.
La tumba de Tutankamon no es la más grande del Valle de los Reyes. Tampoco la más espectacular. Pero es de las pocas que llegó intacta. Y eso la convirtió una especie de hito mundial que avivó el interés de occidente por las antigüedades del Egipto de los faraones. El Valle de los Reyes es una formación geológica situado a pocos kilómetros de la antigua Tebas, capital del Egipto antiguo (actual Luxor). Durante 500 años, la gran mayoría de los faraones del Imperio Nuevo (dinastías XVIII, XIX y XX) se hicieron enterrar aquí en fastuosas tumbas excavadas en la piedra caliza. Dicen que el primero en hacerlo fue Tuthmosis II, que quiso esconder su última morada en un lugar apartado. Y tras él se fueron sucediendo un listado de nombres que incluyen a algunos de los más grandes gobernantes del país del Nilo.
El Imperio Nuevo supuso un cambio sustancial en la forma de entender el culto a los faraones. Hasta ese momento, los grandes monumentos funerarios del país, como las propias pirámides del Imperio Antiguo o los grandes templos del Imperio Medio, servían de tumba y santuario al mismo tiempo. Este cambio de mentalidad (más bien maniobra de distracción) buscaba separar el templo erigido en memoria del faraón y su última morada. Para los egipcios, la muerte era sólo un trámite de paso hacia la eternidad. Pero la fuerza vital del difunto, su ‘ka’ necesitaba un lugar físico dónde residir: el propio cuerpo del muerto momificado. Y, éste, a su vez, un lugar apropiado con elementos de carácter simbólico religioso y mundano –como muebles, comida, armas, etc.- que lo acompañarían en la otra vida. Los hipogeos (construcción subterránea de techos abovedados) se convirtieron en el modelo de tumba real, como decíamos, durante el Imperio Nuevo. El lugar era escogido por el arquitecto y el propio faraón en base a dos criterios: la idoneidad de la roca para ser excavada y la facilidad de ocultar la entrada. Sólo las cuadrillas de trabajadores ingresaban al valle, que estaba fuertemente custodiado.
Los hombres y mujeres que construían las tumbas reales vivían en un poblado exclusivo y formaban una especie de cuerpo de élite de trabajadores que, incluso, estaban exentos del tributo al templo de Amón. Estaban bien alimentados y eran los mejores en su oficio. Las tumbas se excavaban creando espacios abovedados que, después, se alisaban de manera cuidadosa. Después era el turno de los talladores que hacían los bajorrelieves y, por último, entraban en el juego los pintores. El número de trabajadores variaba según avanzaba la edad del faraón o si éste sufría alguna enfermedad. Muy pocas tumbas se acababan lo que ha permitido a los arqueólogos conocer la totalidad del proceso. Una vez terminaban los rituales funerarios del faraón, la puerta se sellaba con una gran piedra y se tapaba con piedras y arena para que no fuera localizada pos los saqueadores.
Las tumbas que no te puedes perder
Las mejores tumbas del Valle de los Reyes son las de Ramses IX (KV6), Merempath (KV8), Ramses VI (KV9), Ramses III (KV11), Ramses I (KV16), Seti I (KV17), Montu-her-Khopeshef (KV19), Tutmosis III (KV34), Amenofis II (KV35) y la de Horemheb (KV57). La entrada al yacimiento cuesta unos ocho euros y te da derecho a visitar sólo tres de las 63 tumbas localizadas. La entrada para ver la tumba de Tutankamon se paga aparte (unos 11 euros). No es la mejor, ni la más grande, ni la mejor decorada pero es un mito de la egiptología y sí merece la pena. Por lo menos así lo creemos. Lo mismo sucede con la de Seti I, que es la mejor y más espectacular. Aquí se pasaron un poco ya que la entrada cuesta unos 50 euros (aunque los vale). El ticket para poder hacer fotos (sin flash claro está) cuesta unos 15 euros. El Valle de los Reyes está abierto de lunes a domingo de 6.00 a 17.00. Nosotros recomendamos ir, al menos, dos veces.
Para nosotros, las mejores tumbas dentro de ticket son las siguientes: Tumba de Ramsés IX (KV6); Tumba de Merenptah (KV8); Tumba de Ramsés IV (KV9); Ramses III (KV11); Montu-her-Khopeshef (KV19); Amenofis II (KV35) y Tutmosis III (KV34). Nosotros fuimos dos días para poder ver seis tumbas y con un empujoncito vimos dos más de las chiquitas (Setnakht y Tausert –KV14- y la de Tutmosis IV –KV43- famosa por sus pinturas).
TUMBA DE SETI I (KV17) : Es la más espectacular de todo el complejo. Como te decíamos antes, esta tumba también está fuera de circuito y hay que pagar 1.000 libras egipcias para poder verla (unos 50 euros al cambio). Si eres un amante de la arqueología y/o de la pintura merece mucho la pena verla. Es el hipogeo más grande de todo Egipto y es una de las pocas tumbas que casi se culminó en su totalidad. Tiene siete grandes corredores y diez cámaras todas profusamente decoradas con pinturas y bajorrelieves de una calidad excepcional. Dicen que las pinturas de esta tumba suponen el cénit del arte decorativo funerario de toda la civilización egipcia hasta el punto de ser uno de los lugares que más información ha dado sobre los rituales funerarios de Egipto y el panteón de dioses del Nilo. No es barato entrar, pero merece mucho la pena hacerlo. Si tienes que elegir entre la tumba de Tutankamon y ésta te recomendamos la de Seti I.
¿Quién construyó el Valle de los Reyes?
La situación del Valle de Los Reyes al oeste del Nilo no es una casualidad. Para los egipcios, el reino de occidente estaba vinculado con los ritos funerarios. Por eso, la zona residencial de la antigua Tebas (hoy Luxor como decíamos) se encontraba en la orilla este (el de la vida por ser por dónde sale el sol) y los templos funerarios y las tumbas en la oeste. Sólo los artesanos que construían estas fastuosas tumbas y templos vivían en el lado oeste del río. Se les conocía como servidores del lugar de la verdad vivían en una pequeña ciudad exclusiva y formaban su propia cofradía religiosa. Visitar la ciudad de Deir el-Medina es fundamental para entender el Valle de los Reyes y el cercano Valle de Las Reinas; y casi no hay nadie así que es una buena oportunidad de escapar de las aglomeraciones. Allí vivieron y murieron los que construyeron las tumbas. La entrada al ‘valle de los artesanos’ cuesta unos cinco euros (horario de lunes a domingo de 6.00 a 17.00 horas).
Los obreros de Deir el-Medina estaban muy organizados. Al principio, cuando el faraón Tutmosis I creó el pequeño recinto amurallado, ocupaban unas 30 casas y eran, en su mayoría, prisioneros de guerra obligados a trabajar. Eso cambió con los años. Los obreros llegaban desde todos los puntos del país. Eran los mejores en su oficio. Organizados en dos grupos (babor y estribor) trabajaban en cada una de las mitades de las tumbas por separado. En sus casas dejaron muestras de su genio en pequeños trozos de cerámica como el célebre ostracón de la bailarina (que se halló aquí y hoy se custodia en el museo de Turín). En los tiempos de Ramsés II, que impulsó una verdadera fiebre constructora, la ciudad contaba con 120 casas y había rebasado las antiguas murallas. Otro punto de interés del yacimiento es la necrópolis de los artesanos: una verdadera colmena de pequeñas cavidades excavadas en un cantil que se encuentra justo enfrente del antiguo poblado. Algunos de los hipogeos (de los jefes de obra, capataces y funcionarios) son dignas de verse por la calidad de su factura y sus pinturas murales.
En la zona también hay varios monumentos de época posterior. Desde Deir el-Medina se puede acceder con facilidad a otros grandes monumentos de Luxor como el Valle de las Reinas, las Tumbas de los Nobles, el Ramesseum, los Colosos de Memnon o el fastuoso Templo funerario de Hatshepsut.
Fotos bajo Licencia CC: Tobinao Colorado; Institute for the Study of the Ancient World; Roger Green ; Jean-Pierre Dalbéra