Un viaje al Valle del Ziz: de las cumbres del Atlas a los oasis del desierto marroquí

Verde sobre ocre. El valle del Ziz es uno de los lugares más sorprendentes del sur de Marruecos.

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El Río Ziz nace en la vertiente sur de la Cordillera del Atlas y e lanza hacia el Sáhara en una carrera suicida. Pero antes de, literalmente, evaporarse en las arenas del desierto, crea un pequeño pasillo verde que contrasta con los paisajes duros de esta parte del país. El Atlas marca la frontera entre el Marruecos verde del norte y el árido del sur. El Ziz es uno de los pocos torrentes de importancia que fluyen por estas tierras desoladas. Y dónde hay agua hay vida. No sólo en forma de grandes palmerales o modestos bosques. También se acumulan las aldeas, las viejas kasbahs y algunas costumbres centenarias vinculadas al recurso más valioso y escaso del lugar. El camino de las aguas se inicia en los alrededores del Jbel Ayachi, una de las agujas más altas de la cordillera norteafricana (3.727 metros sobre el nivel del mar) y recorre casi 300 kilómetros hasta la frontera argelina muy cerca de las dunas de Merzouga. Ahí se une al Oued el Daoura (una barranquera estacional) y penetra algunos kilómetros en el territorio argelino. Pero muy pocas veces el agua llega hasta tan lejos. Pasan muchas cosas, y muchos lugares, en el medio de este recorrido tortuoso.

Los derechos de agua son una de las instituciones culturales más curiosas de este corredor verde. Hacer de la necesidad virtud. Esa es una de las características más notables de todas las culturas humanas y aquí es el agua es el elemento en torno al que gira toda la existencia. Todos los agricultores del Ziz tienen derecho a usar las aguas del río. Rigen estrictas reglas de reparto para evitar abusos y escasez. Una cultura del agua que también se traduce en un patrimonio hidráulico muy rico pese a la modestia de las acequias y pozos. La mayoría de los viajeros que llegan hasta este rincón marroquí tiene el primer contacto con el Río en la espectacular Garganta del Ziz. Pero conviene ir un poco más arriba.

Sidi Hamza (acceso por P-7102 desde Ait Harrou –Ruta Nacional 13-) se sitúa en las faldas del Jbel Ayachi, justo en el lugar en el que las aguas subterráneas afloran a la superficie. Aquí, el Ziz es apenas un recién nacido con un par de kilómetros de vida pero aporta el agua suficiente para crear una gran vega agrícola de la que viven algunos centenares de familias. Este pueblo tiene la particularidad de aunar las particularidades de las poblaciones al sur de la cordillera y las de alta montaña –con las características casas bereberes de adobe-. Aquí podrás ver complejas terrazas de cultivo, huertas feraces, palmerales y grandes áreas de frutales. Un verdadero paraíso que contrasta con un paisaje áspero de montaña. Es sólo un anticipo de lo que nos espera un par de kilómetros río abajo. Otra razón para desviarse hasta Sidi Hamza es poder callejear por Tazrouft y la Zaouia, verdaderos laberintos de barro fortificados que servían para defenderse de ataques exteriores. Les falta la monumentalidad de las grandes kasbahs, pero aún siguen habitadas y permiten ve como se vivía en aquellos míticos castillos de barro.

La Garganta del Ziz: frontera del desierto.- Después de dejar atrás Sidi Hamza el río empieza a sumar torrentes en grandes vegas como las de Tahmidant y Tawahit –una de las poblaciones más bonitas del curso alto-. La Cordillera da aquí sus últimas muestras de poder antes de llegar a las planicies que adelantan la proximidad del Sáhara. Y lo hace a lo grande. La Garganta del Ziz se encuentra en el mismo pliegue de terreno que la cercana Garganta de Todra (169 kilómetros al suroeste). Y también ofrece paisajes de infarto, aldeas de barro y algunas joyas históricas como la Kasbah Amjjouj, una vieja fortaleza de siglo XVIII que pese a estar en muy malas condiciones da una idea de lo que fue. Las ‘gorjes’ –gargantas- abarcan apenas 25 kilómetros de meandros que sirven para comunicar los valles medios del Atlas con los ‘ouads’ que conducen al desierto. Por este motivo, este lugar fue una de las rutas caravaneras más importantes del país. Está claro que el camino que iba desde Marrakech hasta Uarzazate y el valle del Draa era el vial principal de la conexión con el sur (de ahí sus fastuosas kashbahs), pero acercarse hasta el Ziz también merece la pena. Este tramo del río culmina en un gran embalse que sirve de reservorio de aguas para Errachidia, una verdadera ciudad situada en el extremo norte de una enorme vega agrícola que cuenta con aeropuerto, universidad y una activa vida comercial.

Un paseo por los alrededores de esta ciudad da cuenta de la importancia estratégica del lugar como nudo de comunicaciones. La ciudad moderna es algo anodina, pero cuando uno se acerca al cauce del Ziz, los bloques de pisos dejan paso a las casas de adobe y surgen algunas maravillas como la antigua kasbah que da nombre a la ciudad. Ruinas por doquier que hablan de tiempos mejores. En la gran vega de Errachidia nos topamos con muchos restos de antiguos ksours, como se llama a las fortalezas en esta parte del país. En algunos casos, como Tasshilat o Tazenakht son grandes ciudadelas fortificadas. Otras, como Lakdima son apenas un par de casas rodeadas por murallas. El palmeral nos descubre hasta una veintena de estas viejas estructuras que servían para almacenar los excedentes agrícolas, dar cobijo a las caravanas y, lógicamente, como estructuras defensivas en caso de ataques.

Camino del desierto; palmerales, huertos y viejas kasbahs.- Al sur de Errachidia el Ziz se encierra entre paredes y la vega se convierte en un estrecho pasillo que nos conduce a la ciudad de Efroud, uno de los puntos turísticos más importantes de esta zona de Marruecos y puerta de las arenas de Merzouga. Este verdadero corredor verde mide unos 45 kilómetros de longitud y cuenta con una anchura que, en el mejor de los casos, alcanza los 600 ó 700 metros. El paisaje es, sencillamente alucinante. La sucesión de pueblos y viejas fortalezas de barro hacen que avanzar sea difícil: Amelkis, Zouala –uno de los mejores lugares del valle sin duda alguna, El Gara, el triple ksour de Aoufous… El agua lo explica todo. Antes de salir de esta serpiente de palmerales y huertas párate un rato en la Fuente de Ain Ati, un surtidor natural de aguas subterráneas que se encuentra, paradójicamente, justo en el lugar dónde el verde desaparece. 

Aunque el ‘río’ sigue hacia el sur nosotros terminamos la ruta en Erfoud, otro de esos milagros verdes que permiten las aguas del Ziz. Aquí se repiten las imágenes que ya hemos visto aguas arriba. Los pequeños pueblos de barro, los restos de viejas fortificaciones, las huertas, las palmeras, los pozos… Pero Erfoud es ya la última de las grandes ciudades antes de que las arenas tomen el protagonismo absoluto del paisaje. Una ciudad que se está plagando de grandes hoteles y resorts para alojar a los viajeros y viajeras que se acercan al desierto. Aquí tienes que ver el Ksar Maadid, el Museo de la Kasbah, dónde se exhiben varios fósiles de gran tamaño, y su zoco, el primero de importancia que alcanzaban las antiguas caravanas comerciales que subían hacia el norte desde el lejano Sahel. De aquí a Merzouga ya sólo hay un paso. Pero eso es ya otra historia.

Fotos bajo Licencia CC: Just Booked A Trip; Erwin Neu.; Ardennais G R D (Guy); János Korom Dr. >19 Million Views; manuel.comis; Roman Scheiwiller

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