Un viaje al corazón de plata del imperio; la Villa Rica de Potosí

Para qué negarlo; la primera impresión que tuvimos de Potosí no fue demasiado buena. Llegamos muy temprano en bus tras un viaje maratoniano desde Cochabamba y aún faltaban algunas horas para amanecer. Y hacía frío. Muchísimo. Pero bastaron un par de cuadras para que esa primera visión de calles desoladas cambiara de manera radical. Un par de horas de sueño en el hotel (bajo varios kilos de mantas y tras una ducha de agua casi hirviendo) terminaron por disipar esa primera imagen. El cielo azul profundo y el sol hicieron el resto. Villa Rica de Potosí. Así la llamaban en sus buenos tiempos. A los pies del Cerro Rico, una de las acumulaciones de plata más fabulosas del planeta, la ciudad colonial creció a expensas del trabajo de miles de mineros que se dejaron la espalda en las más de 300 minas que horadan la montaña en todas las direcciones. La plata sirvió para acuñar las famosas piezas de a ocho, los reales que sirvieron de moneda mundial durante siglos. Y también para llenar esta ciudad perdida en las alturas de iglesias fastuosas, casonas y palacios. Y ahí sigue la montaña vigilando la ciudad.

El Cerro Rico, que se yergue como una pirámide al sur de la ciudad, es el principal atractivo del lugar. La posibilidad de penetrar en el interior de la montaña a través de tours controlados, ha situado a Potosí en la agenda de los mochileros que recorren Latinoamérica. Pero hay mucho más que ver y hacer en Potosí. Todo gira en torno a esa legendaria plata que sostuvo a todo un imperio durante más de tres siglos: porque las iglesias, las plazas, los palacios, las trazas coloniales de la que fue una de las ciudades más ricas del mundo, se pagaron con la plata que, a sangre y fuego, se arrancó de las entrañas de la tierra. Del corazón mismo del Sumac Orcko (monte bonito), como lo llamaron sus primeros dueños –los incas-. Pero ya volveremos a las minas.

El casco histórico de Potosí es pequeño. En torno a la Plaza 10 de Noviembre se extiende una pequeña trama de calles trazadas a tiralíneas en la que se encajan preciosas viejas casonas coloniales e iglesias que aúpan sus campanarios por encima de las tejas rojas. Más allá de las ‘fronteras’ de la Potosí Colonial se extiende un mar de casas de adobe y ladrillo visto con techos de chapa. Todo lo que hay que ver, más allá de las tripas del cerro, se encuentra en un radio de tres o cuatro cuadras de la antigua Plaza de Armas. ¿Cuánto tiempo es necesario para conocer la ciudad? Si vas con prisas, con dos días es más que suficiente. Uno para pasear por el centro y otro para ir a las minas. Con tres tienes puedes detenerte en todos los detalles de la ciudad y hacer alguna incursión a otros lugares interesantes como el Mercado Central (Calle Bolívar), donde te puedes dar un homenaje por muy poco dinero y disfrutar del ajetreo local.

Un patrimonio apabullante .- Según la Unesco, la ciudad de Potosí fue “el mayor complejo industrial del mundo” en el siglo XV. Esto y su imponente colección de arquitectura y arte colonial fueron la base de su declaración como Patrimonio Mundial en 1986 . La ceca de Potosí (fábrica de acuñación de monedas) fue de las más importantes del imperio y por eso no es mala idea empezar la visita en la Casa de la Moneda (Ayacucho; Tel: (+591) 2 6222777; E-mail: cnm@correo.casanacionaldemoneda.org.bo ), la imponente fábrica de la que salieron buena parte de los reales de a ocho españoles (había otras cecas en México y el territorio peninsular español). La antigua ceca potosina se ha convertido en un museo en el que se explica el proceso de obtención de la plata y su conversión en monedas a partir de la maquinaria de la época, una buena colección de monedas y otras obras de arte. Uno de los mejores museos de Latinoamérica que hemos visitado. Ahí al lado, en Ayacucho y Bustillos, está la Torre de la Compañía de Jesús, una de las casi 20 iglesias y ermitas que se erigieron al socaire de la plata potosina. Dicen que es el monumento religioso más importante de Bolivia. Y sólo por ver la impresionante portada merece la pena acercarse. Es una muestra genial de sincretismo religioso en el que se mezclan elementos cristianos e indígenas; una de esas muestras de la particular visión de la religión de los jesuitas. San Lorenzo de Carangas (Héroes del Chaco) es también otro muy buen ejemplo del que aquí denominan con orgullo barroco mestizo .

Lo mejor para descubrir las maravillas de Potosí es ir y venir por las calles y pasajes descubriendo su riqueza patrimonial. A veces se manifiesta de manera monumental, como sucede en la Plaza 10 de Noviembre. Al modo de las plazas mayores españolas, aquí confluyen el poder espiritual, encarnado por la Catedral potosina y las sedes del Ayuntamiento, los juzgados y el Gobierno Regional (todos de estilo colonial). Y en otras aparece en forma de pequeños detalles como sucede en el llamado Balcón de las Serpientes (Calle Nogales) que adorna la soberbia fachada de la Casa Monzón o en el Arco de Cobija. Muchas de las casonas coloniales se han reconvertido en alojamientos para viajeros; una buena oportunidad para ver la ciudad puertas adentro. Callejones como el deLa Pulmonía, La Oreja o el espectacular Pasaje de las Siete Vueltas, emparentan a la ciudad con otros cascos históricos de la Hispanidad en las dos orillas del Atlántico. Los mismos nombres, la misma traza, las mismas piedras, la misma belleza…

San Francisco y su esbelto campanario (Calle Nogales) es el último gran hito patrimonial de la ciudad. Una auténtica joya del barroco que alberga un modesto museo de arte religioso colonial. Otro reto interesante, para estirar el paseo, es ir descubriendo las grandes casonas de la antigua ciudad y los detalles que las hacen únicas: como el portón barroco mestizo de la Casa del Marqués de Otavi (Plaza 10 de Noviedmbre), los adornos de la Casa de las Tres Portadas (Calle Bolívar) o los grandes balcones de madera de la Calle Quijarro.La Merced (Calle Nogales), el balcón de los ahorcados (La Paz), el Pabellón de los Oficiales Reales (Oruro y Bolívar)… El casco histórico es un auténtico museo al aire libre lleno de lugares que ver.

Ir a las minas de manera responsable .- Subir al Cerro Rico y visitar alguna de las minas es otro de los puntos fuertes de cualquier estadía en la vieja ciudad imperial. Lo primero; acude a alguna de las agencias autorizadas (nosotros lo hicimos con Koala). Se supone que las visitas autorizadas se realizan a minas autogestionadas por los propios mineros y que parte de los ingresos que se generan con la entrada de turistas va a parar a los bolsillos de los propios mineros. Otra de las ‘ventajas’ de los tours de agencias serias es que no se visitan explotaciones donde trabajan niños. Antes de subir al cerro hay que cumplir con varios ritos: el primero es comprar algunos regalos para los mineros (coca, alcohol o explosivos) y el segundo es vestirse para la ocasión.

La visita no es apta para todos los públicos; los pozos son pequeños y peligrosos y pasas del frío glacial al calor sofocante en cuestión de minutos. Pero es una experiencia inolvidable e impactante. Una vez agotadas la gran mayoría de las vetas de plata, ahora el maná toma la forma del estaño o el zinc que quedaron como ‘escoria’ de la extracción argentífera. Se trabaja a puro músculo; nada de ingenios mecánicos, sistemas de iluminación o extracción de gases. Barreno, pico y pala. Ver como se preparan los explosivos y escuchar las explosiones sordas o sentir las vibraciones es una sensación única. Decir que uno experimenta lo que supone trabajar en una mina y en condiciones precarias es decir mucho. Pero te haces una idea de lo que supone trabajar allá abajo. Los paseos culminan con una ofrenda al ‘tío’, una especie de genio de la montaña que habita en las profundidades

Fotos bajo Licencia CC: Viajar Ahora