Las Palmas de Gran Canaria cuenta con un extenso catálogo de arquitectura modernista que no tiene nada que envidiar a otras capitales y ciudades españolas. Está claro que las grandes capitales de este estilo arquitectónico son Barcelona, Reus, la aristocrática Comillas –Cantabria- y la sorprendente Melilla, pero en Gran Canaria también contamos con una buena colección de construcciones y obras de arte de este estilo que llegó al Archipiélago a finales del siglo XIX: justo en un momento en el que las islas vivían una edad de oro comercial gracias a su posición como escala obligada de las principales rutas marítimas del Atlántico Sur y a la exportación frutícola. El dinero se tradujo en la creación de una activa élite comercial que empezó a desbordar los límites de la antigua nobleza agrícola. Y a esto hay que sumar la llegada de agentes comerciales extranjeros, la apertura de oficinas de las principales navieras del mundo y el inicio de una pequeña industria turística. Todo eso tuvo su reflejo en las calles de las principales poblaciones canarias.
El Modernismo surge a finales del siglo XIX en Bélgica como una consecuencia de los movimientos culturales, artísticos y literarios del último tercio del siglo. Un nuevo arte para el nuevo siglo con la arquitectura como contenedor de un estilo de vida que rompa con todo lo anterior; que fuerce al extremo los materiales tradicionales e incorpore los nuevos que surgen a partir de las sucesivas revoluciones tecnológicas industriales. Y de ahí las líneas curvas, las decoraciones florales, el carácter onírico o el gusto por las asimetrías, un elemento formal que rompe de manera brutal con toda la concepción del arte occidental desde la época clásica. Y Canarias no fue ajena a este nuevo movimiento, aunque tuvo que vencer muchísimas resistencias por parte de las élites culturales.
Por eso hay que esperar a 1902 para ver el primer edificio plenamente modernista de las islas. La Casa Negrín (Triana, 101), del arquitecto Laureano Arroyo adelanta lo que va a ser, salvo escasas excepciones, la marca del modernismo en Canarias: la inclusión, en mayor o menor medida, de elementos modernistas en edificios de estilo ecléctico, esto es, construcciones dónde se entremezclan diferentes estilos arquitectónicos históricos con la finalidad de crear un todo que aúne lo mejor de cada uno de ellos –con la propia arquitectura tradicional canaria como elemento aglutinador-. En la capital grancanaria no vamos a encontrar las extravagancias del modernismo catalán o cántabro. Pero la cantidad y la calidad de las obras que pueden verse por sus calles y plazas amerita hablar de ciudad modernista (al mismo nivel que las ya citadas o León, Cartagena o Madrid). Hay muchísimo que ver. Y muy bueno.
Proponemos un paseo desde la Plaza de Santa Ana hasta el Parque de San Telmo usando la calle Triana como eje del mapa del modernismo grancanario. No es un paseo caprichoso: en Vegueta, núcleo fundacional de la ciudad, podremos ver algunos edificios modernistas incrustados en una trama urbana en la que predomina la casona tradicional nobiliaria con elementos propios de los primeros siglos de existencia de la ciudad (gótico, renacentista, barroco y neoclásico). Pero en Triana el modernismo toma protagonismo hasta formar verdaderas manzanas de casas de este estilo, lo que pone de manifiesto la importancia de esta última zona de la capital como polo de la transformación urbana de finales del XIX y principios del XX. En Santa Ana nos vamos a fijar en dos casas que ‘desentonan’ en un paisaje urbano que recrea el propio origen de la ciudad. La Casa Mauricio (Plaza Santa Ana, 2) y el número 6 de la misma plaza (un edificio alicatado con azulejos y con vistosas ventanas redondas de piedra azul de Arucas). En Vegueta, el modernismo es testimonial. Hay que cruzar el Guiniguada para sumergirse en esa Las Palmas burguesa que importa el nuevo estilo para hacerlo suyo.
El Gabinete Literario y su entorno.- El Gabinete Literario (Plaza de Cairasco, 1) es el edificio modernista por antonomasia de la ciudad. Se construyó entre 1904 y 1919 y es, a su vez, el epílogo y el culmen del estilo modernista local: fue la última gran obra de este movimiento arquitectónico y, a su vez, es de los pocos ejemplos en los que el modernismo no sólo se pone de manifiesto en su diseño exterior, sino también en el interior. Espacios como la escalera monumental y el fastuoso Salón Dorado son uno de los mejores ejemplos de decoración modernista en todo el Archipiélago. Justo detrás del Gabinete tenemos la Casa Benjumea (Malteses, 20) y a dos pasos (Torres, 19) está la Casa del Doctor Rafael González, una maravilla en la que se combina la estética Art Noveau francesa con algunos elementos centroeuropeos que adelantan la influencia vienesa. Las formas plenas de la llamada Secesión de Viena (una escisión del modernismo) se ven de manera notable en la Casa Bosch Sintes (Cano, 29), sin duda alguna uno de los mejores ejemplos de la arquitectura modernista de toda Canarias. Otro hito que hay que ver, sí o sí, antes de bajar a la Calle Triana es el Palacio Rodríguez Quegles (Pérez Galdós, 4), otra de las joyas del modernismo canario que hoy funciona como centro cultural.
La Calle Triana; la calle modernista.- Triana tiene un significado muy especial para la ciudad. Desde el punto de vista histórico sirvió de contrapunto comercial y artesano a esa Vegueta de nobles y eclesiásticos. Y por eso fue el eje que articuló la expansión y modernización de la ciudad justo antes de que Las Palmas saltara más allá de sus antiguas murallas (estaban en lo que hoy es la calle Bravo Murillo). La cantidad de elementos modernistas de la ‘calle mayor’ es enorme. Pero más allá de detalles sueltos o hitos aislados, como la ya mencionada Casa Negrín o el Edificio Lleó (Triana, 65) y sus imponentes balconadas con hierro forjado, lo verdaderamente interesante de esta zona es ver los puntos dónde se crearon pequeños montoncitos de edificios que crean un verdadero ‘conjunto modernista’.
Al lugar se lo conocía como ‘la panza de Triana’, un tramo entre las calles Munguía y Matula que había que retranquear para emparejar toda la calle de principio a fin. Y el resultado fue sublime. Los números 82, 80, 78 y 76 son el resultado de esa corrección y también el conjunto de casas modernistas más vistoso y ‘homogéneo’ de la capital grancanaria. Homogéneo por lo estilístico, porque cada una de estas cuatro fachadas es única y diferente: del Art Nouveau más puro de los números 78 –para nosotros la más bonita- y 80 a lo oriental (78) pasando por guiños al gótico (Triana, 76). Esta es una de las fotos que hay que hacer sí o sí si se visita Las Palmas. Es el culmen del urbanismo de aquella época y, también, una de las señas de identidad de la ciudad. Fachadas que, en lo sentimental y artístico, están a la par de los grandes monumentos históricos y artísticos de la vecina Vegueta. Antes de salir del entorno de la ‘Calle Mayor’ conviene ver el número 42 de la calle Domingo J. Navarro.
Y terminamos el camino en el Parque de San Telmo para ver sus quioscos. El más cercano a Triana es un templete oriental de porte sencillo; pero el que da a Bravo Murillo es otra joya a la que se puede considerar como el último gran exponente del movimiento modernista de la capital. Este pequeño templete se trajo desmontado desde Manises, Valencia, una de las factorías de cerámicas y azulejos más importantes de España y se encargó como pequeño stand de recepción de viajeros y navegantes en el viejo Puerto de Las Palmas. Hoy funciona como cafetería y es uno de los lugares emblemáticos para tomar un café o una cerveza en la ciudad histórica.
Fuera de ruta: los murales del Teatro Pérez Galdós.- La arquitectura modernista grancanaria está ligada a nombres como Laureano Arroyo o Fernando Navarro, que supieron trasladar al callejero de la ciudad parte de ese universo simbólico modernista. Pero este movimiento también tuvo su eco en otras artes como la literatura (con la figura magna de Tomás Morales) o la pintura. Y aquí reina sobre todos los pintores españoles de su época un grancanario: Néstor Fernández de La Torre. Néstor, como lo conocen cariñosamente sus paisanos, fue el mejor de su generación y sólo una muerte temprana (52 años) lo privaron de mucho más. Pero su obra es brutal. No hemos incluido en esta ruta el museo que lleva su nombre y custodia su obra (sito en el Pueblo Canario) porque está cerrado. Pero sí puede visitarse el interior del Teatro Pérez Galdós que lleva su firma en el mobiliario, en sus lámparas, en sus ventanales y vidrieras, en el diseño del telón y, sobre todo, en sus murales. Son una maravilla. Una alegoría a las artes que se funden con una representación romántica e idealizada del pueblo isleño como él quería que fuera: orgulloso, fuerte, culto y único. Las pinturas de las galerías, la sala principal y los lienzos de la Sala Saint-Saëns son dignos de verse.