Murcia o la capital barroca de España
Murcia es una de esas capitales españolas que suele pasar inadvertida en los rankings de destinos urbanos. Y tenemos que decir que nosotros la descubrimos por casualidad en un viaje por el arco mediterráneo hace ya algunos años. Parada, desayuno, paseo de dos horas y a seguir quemando kilómetros. Pero lo que vimos nos gustó y nos hicimos el propósito de enmienda de volver y conocerla como es debido. Y nos gustó mucho. Estamos hablando de una de las grandes ciudades del país (casi medio millón de habitantes) y también de un centro histórico y monumental muy potente que se asienta en el paso de las grandes civilizaciones mediterráneas durante los últimos tres milenios. La capital murciana es famosa por ser una de las ciudades con mayor concentración de arte barroco de Europa. En el Museo Salcillo (Plaza de San Agustín) podemos disfrutar de una buena porción de la obra del escultor local Francisco Salcillo, uno de los grandes exponentes del barroco europeo. No es casualidad que este genio floreciera como escultor en Murcia: mamó arte y belleza desde que vio la primera luz. Sólo tenía que dar un paseo por aquella ciudad del siglo XVIII para empaparse de barroco.
Que ver en Murcia.- Para empezar hay que encontrase con la ciudad en su espacio más emblemático. Murcia es una consecuencia del Río Segura y su fértil vega (que concentra una de las huertas más feraces y productivas del sur de la Península). El Jardín Botánico del Malecón (Paseo del Malecón) se encuentra con el río en un lugar emblemático: aquí puedes cruzar a la otra orilla del Segura a través del Puente de los Peligros (Matadero Viejo), una pasarela preciosa de inicios del XVIII que servía para conectar la vieja Murcia con los arrabales de El Carmen, el lugar donde empezaban las huertas. ¿Y por qué es importante empezar por aquí? Porque es aquí donde se explica Murcia. En la orilla de El Carmen puedes ver el fantástico Museo de los Molinos de Río (Molinos, sn), sin duda alguna el mejor de su especie en todo el país. Estos molinos del XVIII son un ejemplo de la relación de la ciudad con el río: un río que riega las huertas, mueve las máquinas de la industria, provee… Muy cerca puedes ver el Molino de los Álamos (Paseo Escultor Juan González Moreno), otra muela con algunos siglos más de existencia que servía para moler pimentón.
Agua. Río y huerta. No salimos del entorno del Segura para seguir con este primer paseo de exploración de la realidad histórica murciana. El Palacio Almudí (Plano de San Francisco, 8) se levanta sobre algunos de los pocos restos de la Múrsiya islámica. El nombre de Almudí hace referencia a una medida de granos que nos da una pista sobre el origen de este edificio. En el siglo XIII aquí se construyó un pósito de granos que nada tiene que ver con el fantástico edificio renacentista del siglo XV. Y ¿Qué nos queda de aquella Murcia islámica? Muy poco. Algunos tramos de muralla (como sucede en los alrededores del Arco de las Verónicas) y restos dispersos. Con la conquista cristiana de la ciudad en el siglo XIII, la nueva ciudad fue tragándose a la anterior y las viejas infraestructuras civiles, militares y religiosas de la taifa murciana fueron convirtiéndose en palacios, iglesias… Puertas adentro nos podemos encontrar algunas gratas sorpresas.
El Convento de Santa Clara (Alfonso X el Sabio, 1) es el ejemplo paradigmático. Este cenobio del siglo XIV esconde algunos de los mayores tesoros históricos de la ciudad. Entre los claustros y las salas puedes ver antiguas estancias, puertas, patios y albercas del antiguo Al-Qasr al-Sagir, el Alcázar Menor musulmán que servía de lugar de recreo y retiro a los gobernantes de Múrsiya (siglos XII y XIII). Hoy este lugar se ha convertido en uno de los museos más importantes de la ciudad con una colección de restos históricos y arqueológicos de primer nivel. A dos pasos de aquí se encuentra el Museo Arqueológico de Murcia (Av. Alfonso X el Sabio, 7) con importantes colecciones históricas que completan esta visión de conjunto del origen de la ciudad y van más allá (íberos, fenicios, romanos…).
El Palacio de San Esteban y la Arrixaca.- En torno al Palacio de San Esteban (Acisclo Díaz, sn) puedes también rastrear esta historia remota que quedó sepultada por los siglos. La actual sede del Gobierno de Murcia, un antiguo colegio jesuita del siglo XVI ya merece la pena el paseo, pero lo que de verdad importa se encuentra en su entorno. Unas obras de reforma dejaron al descubierto las tripas del Arrabal de la Arrixaca, un macro yacimiento arqueológico que permite hacerse una idea de cómo era la Múrsiya andalusí en sus años de máximo esplendor (siglos XI, XII y XIII). La enorme densidad de edificios (se pueden ver las calles, antiguos patios, edificios grandes y pequeños) hace pensar en la magnitud de la Murcia medieval que debe estar escondida bajo las calles actuales. La casualidad hizo que muy cerca de aquí se instalara el Museo de la Ciudad (Agistinas, 7), donde puedes completar la información de un yacimiento que apenas empieza a ver la luz y que promete ser una de las joyas de la arqueología medieval de toda España. Aprovecha que estás aquí para ver la Plaza del Chuan de la Misericordia y el bonito Jardín de la Seda (de aquella Real Fábrica apenas quedan una chimenea y poco más).
La Murcia barroca; una de las catedrales más hermosas de España.- En el Claustro de la Catedral de Santa María de Murcia (Plaza del Cardenal Belluga, sn) podemos ver como los cimientos de la antigua mezquita mayor se convirtieron en un corredor gótico de gran belleza. Es otra muestra más de esa superposición de ciudades tan habitual en los países de carga histórica. Hay dos catedrales: la de fuera y la de dentro. Empecemos por dentro. Mandan el gótico y el renacimiento, que alcanza niveles de obra maestra en lugares como la Capilla de los Junterones, una construcción de inicios del XVI que tiene a su cúpula elíptica repleta de esculturas como principal reclamo. Cuando visites el lugar mantente cerca de la puerta y escucha a los que entran… Bien se podría llamar la capilla de los Oh! O de los Uf! Abruma la belleza. Otro tanto sucede con la Capilla de los Vélez, su contrapunto gótico (casi portuguesa por su decoración recargada) Y después está la catedral de puertas afuera: la de esa fachada barroca que es, sin duda alguna, la obra cumbre de este estilo arquitectónico en toda la Hispanidad. Y no exageramos. Para nada. Siéntate en el centro de la Plaza del Cardenal Belluga. Y mira. A un lado, al otro. Recréate en cada detalle de la fachada catedralicia y su torre campanario y del Palacio Episcopal (Plaza del Cardenal Belluga, 1). Hay pocas plazas en España más bonitas que ésta. Muy pocas.
La ciudad barroca se desparrama por el casco histórico murciano a través de iglesias, palacios, fuentes, pequeños monumentos. Una ciudad que habla a las claras de un momento histórico. Murcia jugó bien sus bazas durante la Guerra de Sucesión y se posicionó desde el principio del lado de los Borbones. El triunfo del pretendiente francés inició un verdadero siglo de oro murciano con una revolución urbana y grandes infraestructuras hidráulicas que potenciaron su ya imponente huerta. Riqueza, nombres ilustres (encabezados por el Cardenal Belluga y el Conde de Floridablanca) y nuevas industrias como la Real Fábrica de Sedas. Murcia se convirtió en una de las ciudades más prósperas y potentes de la Península. Un poderío que se traslada a las calles en forma de edificios notables. Los más bellos, de carácter religioso: San Juan de Dios (Eulogio Soriano, 4), donde también puedes ver restos del Alcázar Mayor musulmán –siglos XI y XII-; el Palacio del Conde de Floridablanca (Plaza Ceballos, 10); el Palacio de las Balsas (Plaza de las Balsas, 1); el Palacio Fontes (Azucaque, sn); San Juan Bautista (Plaza de San Juan, sn), Santa Ana (Santa Ana, 1) o la propia Santa Clara de la que te hablamos antes. El barroco murciano se desparrama por toda la ciudad y pone de manifiesto ese trato de favor de la nueva dinastía reinante que provocó el ascenso de una nobleza rural vinculada a la huerta murciana. Las piedras nunca son ajenas a los avatares de su contexto.
Otros lugares de interés de la ciudad de Murcia.- Mucho más que barroco. Mucho. El entorno de la Plaza de las Flores y la Plaza de Santa Catalina, por ejemplo, no sólo es un espacio bonito de ver sin que es el epicentro del tapeo murciano, a la altura de sus vecinas andaluzas sin ningún tipo de complejo. También es una forma de iniciarse en la búsqueda de los iconos de la ciudad burguesa de los siglos XIX y principios del XX. Imprescindible es el Real Casino de Murcia (Trapería, 18), que uno de los grandes templos de la burguesía local. Estamos ante una obra maestra de la arquitectura ecléctica española. Un gran edificio que bebe de las tradiciones más antiguas (como su espléndido salón mudéjar) y de las nuevas tendencias del cambio de siglo como el art nouveau (ese estilo que tanto nos gusta). La triada de las grandes ‘infraestructuras liberales’ se completa con el Teatro Romea (Plaza Julián Romea, sn) y el Mercado de las Verónicas (Plano de San Francisco, 10), que más allá de ser un bonito edificio modernista es un espectáculo donde puedes ver en todo su esplendor los tesoros que ofrece la huerta murciana.
De tapas por Murcia.- Nada de inventos. Hay que ir a los sitios de toda la vida. Los Zagales (Polo de Medina, 4) lleva ahí sirviendo buena comida desde 1926 y sus tapas son una de las señas de identidad de la ciudad. Aquí vas a encontrar clásicos murcianos como los michirones y el zarangollo. De las mejores migas que comimos jamás. Pepico del tío Ginés (Ruipérez, 4) es otro de los clásicos. También cuentan con una carta basada en los platos tradicionales pero aquí reinan los montaditos de primerísima calidad y unas croquetas que quitan el sentido. Una opción más atrevida es El Huésped (Plaza de las Flores, 1) con una propuesta que aúna lo tradicional con un toque de innovación. De este local destacan los ‘fantasmas’, tapas elaboradas con base de pimiento y mahonesa casera a las que se añaden casi cualquier cosa.
Fotos bajo Licencia CC: Santiago López Pastor; Grey World; Hans Porochelt; Kent Wang; Enrique Freire; Sharon Hahn
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