El centro histórico de Burdeos (recordamos que es el segundo más grande y monumental de toda Francia) ocupa buena parte de cualquier viaje a la ciudad de Burdeos. Pero hay mucho más. Para una segunda jornada en la ciudad te proponemos un pequeño paseo por el barrio de Chartrons, que es algo así como el Le-Marais bordelés y echarle un vistazo a la nueva joya de la capital aquitana: La Ciudad del Vino. Pero empecemos por el principio y bien temprano. Si te estás alojando por la zona del centro levántate temprano y desayuna en el entorno del Mercado de Le Lerme (Pl. de Lerme), un pequeño mercado construido con hierro forjado y cristal en 1866 (con diseño del famoso arquitecto Charles Burguet) que hoy se ha convertido en un activo centro cultural. El entorno del mercado es lindo de ver y hay muy buenos lugares para tomar un buen café y coger fuerzas antes de ir hasta el barrio de Chartrons y los quays (puertos) de Burdeos.
La historia y el desarrollo del Quarter de Chartrons está íntimamente relacionados con la conversión de Burdeos en la capital mundial del vino. Las antiguas bodegas que se situaban más allá de las murallas de la ciudad se fueron convirtiendo, poco a poco, en un vecindario de vinateros y comerciantes que creció de manera importante a partir del siglo XV. La rue Notre Dame ejerce de arteria principal del barrio y concentra la mayor parte de las antiguas bodegas que, desde aquí, tenían acceso directo a los quays del Dordoña. Hoy Notre Dame es la gran calle de Burdeos. Una calle en la que puedes encontrar los mejores restaurantes y bistrós de la ciudad y también multitud de anticuarios donde puedes bucear en busca de algún tesoro (libros, láminas, artes decorativas…). Aquí también se encuentra el Museo del Vino y el Comercio de Burdeos (Rue Borie, 41) que ocupa la casa del corredor de vinos del rey Luis XV.
El museo mola, pero ha quedado eclipsado por la Ciudad del Vino (Quai de Bacalan, 134), un modernísimo edificio de arquitectura vanguardista que ofrece una experiencia inmersiva en el potentísimo universo del vino más allá de los caldos de Burdeos. El lugar es una pasada en cuanto al uso de la tecnología en lo que respecta al discurso museográfico. Este museo se localiza en una de las dársenas más importantes del puerto bordalés. Aquí vas a encontrar otros dos hitos, uno de ellos impresionante. El más ‘normal’ es el Museo de la Mar (Rue des Étrangers, 89), un buen museo marítimo con una gran cantidad de piezas históricas, maquetas de barcos y todas esas cosas que suelen llenar las salas de los museos navales. No se diferencia mucho de otros museos navales de Europa. Lo que sí es extraordinario es la Base de Submarinos de Burdeos (Bd Alfred Daney, 284), una de las cinco bases fortificadas que los alemanes construyeron en la costa de Francia durante la Batalla del Atlántico (1940-1945). Hoy parte de esta base se ha convertido en un museo y un espacio para la memoria (la construyeron prisioneros). Sólo para ver la gigantesca estructura de hormigón merece la pena acercarse hasta aquí.
Ir hasta Saint-Emilión y disfrutar de la campiña vinícola más importante del mundo.- Este pequeño municipio situad a pocos kilómetros de la capital acumula para sí más de 5.000 hectáreas de viñedos y tiene el honor de ser el primero que logra que su paisaje agrícola sea declarado como Patrimonio Mundial de la UNESCO. Para llegar hasta aquí tienes varias opciones de transporte público. El más cómodo y más rápido es el tren que llega hasta aquí en apenas media hora y sin transbordos desde la Estación de St. Jean a través de los eficientes Ferrocarriles Nacionales Franceses. El precio del billete es de 10 euros y hay trenes cada hora. Más barato es el autobús. La empresa Citram Aquitaine conecta Burdeos y Saint-Emilión tres veces al día. El billete cuesta tres euros y el trayecto demora una hora. ¿Merece la pena ir? Sí. Y no sólo por los viñedos porque Saint-Emilión es una pequeña joya medieval repleta de monumentos impresionantes en apenas dos docenas de calles.
El monumento más notable y famoso de esta pequeña villa amurallada es la curiosa Iglesia Monolítica (Place du Marché) un complejo monástico excavado en la roca entre los siglos XII y XIII que se cuenta entre las iglesias subterráneas más impresionantes de toda Europa. Estamos ante un lugar único que cuenta con pequeñas capillas con frescos medievales, catacumbas y un pequeño mausoleo que sirvió de monumento funerario para las familias nobles de la localidad. LO mejor de Saint Emilión es que todo está pared con pared. Apenas dos centenares de metros de callejuelas apiñadas dan para la Torre del Rey (Passage de la Tour du Roy), un verdadero rascacielos de la Edad Media (siglo XII) mandado a hacer por el Rey Luis VIII para asentar el poder francés en la región durante la Guerra de los Cien Años. Otro lugar imponente que resaltaría en cualquier gran ciudad es la Colegiata de Saint-Emilión (Pl. Pierre Meyrat) con un claustro de inicios del gótico –siglo XII- que es una maravilla. Y otro más. El Claustro de los Cordeliers (Rue de la Prte Brunet, 2), un antiguo monasterio convertido en bodega. La villa es bellísima y tiene decenas de rincones dignos de verse. Destacamos dos: la Puerta de la Cadene (Rue de la Cadene) donde puedes ver una de las puertas medievales adosada a una casa del siglo XIV con la típica trama de madera y la Rue du Couvent (a los pies de la Torre del Rey) donde tienes una vista brutal sobre los viñedos.
Si vas con coche de alquiler aprovecha la excursión hasta Saint Emilión para dejarte caer por el Castillo de Vayres (Av. de Libourne, 63 –Vayres-), uno de esos grandes chateaus que tanto abundan en la campiña francesa. El origen del castillo es de época galo-romana, pero su función como fortaleza se asentó en el siglo X cuando se construyó como gran castillo junto al cauce del Dordoña como protección de la cercana Burdeos. Tras la guerra de los Cien Años, la fortaleza medieval se convirtió en residencia palaciega lo que supuso una gran reforma culminada en el siglo XV. Hoy podemos ver una gran casona rural de estilo renacentista que cuenta con impresionantes jardines que culminan en el mismísimo río. Merece mucho la pena.
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