De la vieja Pared apenas quedan un par de tramos a medio desmoronar; pero lo imponente de la tarea, aún más si tenemos en cuenta la precariedad tecnológica de los hombres y mujeres que la construyeron, todavía causa asombro. Hoy, más de cinco siglos después de que aquella sociedad colapsara ante la irrupción violenta de la colonización europea, las huellas de aquel muro de más de seis kilómetros de longitud se reducen pequeños montones de piedra seca que, en el mejor de los casos, apenas roza el metro de altura y los cincuenta centímetros de grosor. La mejor manera de visitar este yacimiento arqueológico de primera magnitud es dejar el coche en el pequeño núcleo turístico de La Pared y acercarse hasta la costa. El muro arranca muy cerca del Restaurante Bahía La Pared y serpentea hacia el interior de la isla en un primer tramo que muere en las inmediaciones de la carretera FV-605 que conduce a la vecina Pájara. De ahí, el muro aparece y desaparece en medio del jable (campos de dunas que cubren el itsmo) en dirección a Costa Calma, justo en el arranque de la impresionante Playa de Sotavento, meca mundial del windsurf y uno de los arenales más bonitos de Fuerteventura, que ya es decir.
El antiguo muro levantado por los majos, habitantes prehispánicos de la isla, en tiempos anteriores a la llegada de los europeos servía para aislar la Península de Jandía del resto de la isla. En las inmediaciones de la pared se han localizado hasta 54 estructuras de piedra de diferentes tamaños que se han identificado como cabañas, rediles de ganado y plazas de reunión en las que aún pueden verse trozos de cerámica, abundante material lítico y fragmentos de herramientas de hueso. Tradicionalmente, esta especie de límite se identificó como frontera de los dos cantones de la isla, aunque los nuevos estudios apuntan a barrera para evitar que el ganado salvaje penetrara en la península, reserva de pastos en tiempos de escasez.
Y no es ninguna tontería. En el extremo sur de Fuerteventura se localizan las mayores alturas del territorio insular y lo más parecido a un bosque, aunque no sea más que una acumulación de matorrales, que puede encontrarse, de manera natural, en las llanadas majoreras. El Parque Natural de Jandía abarca más de 14.000 hectáreas y se eleva hasta los 807 metros del Pico de la Zarza, máxima altura de Fuerteventura y única zona de toda la isla que queda dentro del régimen de alisios (vientos cargados de humedad que colisionan con las laderas de las montañas), lo que convierte a las cresterías de la península en un modesto vergel. La mejor manera de llegar hasta la montaña más alta de Fuerteventura es a través de un sendero que parte desde la urbanización turística de Morrojable. A parte de las vistas (impresionante la de Cofete), el lugar atesora más de una cuarentena de endemismos vegetales.
Las carreteras que van y vienen entre quebradas, playas y páramos descubren al viajero la belleza sencilla y minimalista de eso que los que no saben mirar llaman desierto. Porque basta un vistazo somero para darse cuenta de que esto es todo menos un desierto. Las 28 especies que habitan el lugar de manera permanente y otras muchas que pasan por estos parajes justifican que Jandía sea Zona de Especial Interés para las Aves. La Hubara, el Ibis, el Halcón de Berbería o el paradigmático Guirre (alimoche canario) han hecho de este lugar su hogar compartiendo espacio con reptiles, innumerables insectos y algunos pequeños mamíferos como el erizo, la musaraña canaria o la invasora y dañina ardilla moruna. Una buena manera de conocer a fondo estos parajes es seguir los 22,5 kilómetros que median entre Morro Jable y el viejo Faro de Jandía para, más allá de quedar impresionados con la belleza del extremo sur de la isla, visitar el Centro de Interpretación del Parque Natural de Jandía (Dirección: Puertito de la Cruz sn; Tel: (+34) 928 858 998; Horario: MS 10.00-18.00; E-mail: emuseos@gmail.com), un pequeño museo que desvela los secretos naturales del lugar y la relación que los hombres y mujeres de la isla han tenido con él desde tiempos inmemoriales. Una buena ‘clase práctica’ tras la visita es callejear por El Puertito y ver como hay gentes en Fuerteventura que aún siguen viviendo de lo que da la mar.
Leyendas y misterios de Cofete
Las carreteras de tierra mantienen a la mayoría de los turistas que visitan Fuerteventura alejados de estos parajes. Por eso Jandía sigue siendo reducto de viajeros y viajeras. El camino hacia la Playa de Cofete, al igual que el que conduce al faro, requiere de paciencia y prudencia. Pero la recompensa merece los 20,1 kilómetros de pista de tierra. La primera parada en la Degollada de Agua Oveja, ya compensa con creces el esfuerzo de paciente y prudente conducción. Allá abajo se extienden los más de doce kilómetros de playa ininterrumpida a los pies de las alturas del macizo. Playas de arenas de amarillo intenso que, durante décadas, fueron el centro de oscuras leyendas que vincularon el lugar a los planes del mismísimo Adolf Hitler para controlar las aguas del Atlántico.
Villa Winter es un caserón enorme que mira hacia el mar desde las laderas que suben hacia La Zarza. Gustavo Winter, su primer propietario, fue un hombre de negocios alemán que intentó hacer un emporio ganadero en la Península aunque la leyenda local creó el mito de que los planes reales del germano eran levantar una base de aprovisionamiento de submarinos para ayudar al III Reich durante la Segunda Guerra Mundial. Hoy, los restos de la mansión son un reclamo más de Cofete. Un paseo por la playa es una de las experiencias más intensas de las que se pueden vivir en la isla. Soledad. Esa es la palabra. A unos cinco kilómetros del aparcamiento, situado junto al pequeño cementerio del poblado de pescadores, se encuentra El Islote, una de las imágenes paradigmáticas del litoral majorero.
De vuelta a Morro Jable
La costa de Sotavento de la Península de Jandía no sólo alberga las grandes urbanizaciones turísticas de esta parte de la isla. Un ejemplo claro de esto es el propio núcleo jableño que más allá de hoteles, campos de golf o bloques de apartamentos guarda joyas como la Playa del Matorral, que con sus doce kilómetros de longitud es una de las más grandes y apreciadas de la isla. Pero más allá de la arena blanca, del sol y del mar, el lugar atesora uno de los ecosistemas más singulares de las islas. El Saladar de Jandía es uno de los escasos humedales que existen en Canarias; un paisaje marcado por las inundaciones periódicas, la alta insolación y la salinidad que crea un paraje singular que es hogar de especiales vegetales especialmente adaptadas a las duras condiciones ambientales y lugar de paso de multitud de aves.
Siguiendo la FV-2 hacia el norte, se suceden las urbanizaciones y las playas. Una de las más singulares es la de Butihondo. Más allá de la playa, la importancia del lugar se encuentra barranco arriba (justo por encima del trazado de la FV-2), ubicación de un antiguo poblado aborigen del que quedan algunos vestigios pese a la utilización del lugar como corral a lo largo de los siglos. Los restos arqueológicos rescatados en el lugar se encuentran expuestos en el Molino de Antigua. Hacia el norte, ya cerca de los jables que marcan el itsmo que une Jandía al resto de Fuerteventura se encuentran otros espacios costeros como Esquinzo (con su coqueta playa nudista) la Playa de Sotavento, preludio a los restos de aquella pared que marcaba, hace cinco siglos, el límite de la comarca.