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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Glidden contra la oscuridad

La dibujante estadounidense Sarah Glidden (Boston, 1980) acompañó en 2011 a dos amigos periodistas durante un viaje de dos meses por Turquía, Siria e Iraq. El objetivo era descubrir las consecuencias de la guerra de Iraq en Oriente Próximo en general y en los refugiados en particular. Seis años después vería la luz la novela gráfica Oscuridades programadas (Salamandra Graphic, 2017), un apasionante testimonio sobre la realidad de los refugiados de la zona y una aguda reflexión sobre el periodismo.

La narración comienza en diciembre de 2010, cuando Sarah Glidden decide emprender viaje a Oriente Próximo junto con sus amigos Alex Stonehill y Sarah Stuteville, fundadores del Seattle Globalist, un medio de comunicación constituido como organización sin ánimo de lucro, un periódico independiente que busca informar sobre problemas que los medios mayoritarios ignoran. Completa el grupo Dan, amigo de la infancia y excombatiente en Iraq cuya experiencia y visión aporta un punto de vista tan diferente como desconcertante en algunos momentos. 

En esa época, tres millones de refugiados iraquíes habitan en Siria y Jordania. Son poblaciones surgidas de un conflicto que inició Estados Unidos pero, tras la elección de Barack Obama como presidente, los estadounidenses han dejado de lado el conflicto para centrarse en sus propios problemas. Los periodistas buscan conocer el alcance real de la guerra de Iraq y su impacto a través de testimonios más personales, saber quiénes son los refugiados y cómo la guerra cambió sus vidas.

Periodistas y medios de comunicación juegan un papel fundamental en la concienciación sobre este conflicto y sus consecuencias pero, ¿qué es periodismo? “Todo lo que sea informativo, verificable, responsable e independiente”. Los amigos cruzan Turquía en tres días a bordo del Trans Asia Express hasta llegar a la ciudad de Van, donde apartan sus prejuicios y comienzan a descubrir que los refugiados no son pobres y harapientos, sino personas con formación e incluso de clases pudientes; personas tan normales y corrientes como las occidentales; personas en el lugar equivocado en el momento equivocado.

El testimonio de Sam Malkandi es uno de los más significativos de la obra. En principio, Malkandi representa la historia del sueño americano del refugiado, un kurdo iraquí que pasó de estar exiliado en Irán a sufrir una trágica pérdida y vivir una década en campos de concentración en Pakistán a rehacer su vida en EEUU como padre modélico. Sin embargo, tras los atentados del 11-S, su nombre comienza a vincularse Al Qaeda. Aunque este vínculo no es demostrado, es perseguido por el gobierno hasta ser finalmente expulsado del país por motivos de inmigración, alegando que falseó información al solicitar asilo como refugiado.

Sarah y sus amigos periodistas creen que la expulsión de Malkandi no es otra consecuencia que de las acusaciones, no probadas, de terrorismo. Lo cierto es que hay muchas historias personales y problemáticas sociales que muestran una faceta de Iraq y los iraquíes apenas recogida por los medios de comunicación occidentales, más preocupados por los coches bomba o las batallas entre insurgentes y tropas americanas.

Oriente Próximo es terreno hostil para los periodistas y Siria no es una excepción. El gobierno controla todos los medios de comunicación y detiene a los periodistas “que sacan los pies del tiesto”. La prensa internacional, por su parte, no lo tiene más fácil, ya que apenas se conceden visados a periodistas extranjeros, el acceso es muy restringido. Un contacto en la embajada siria de Washington permitirá a Sarah y sus amigos hacerse con uno de esos visados.

En Damasco, se entrevistan con más refugiados y conocen iniciativas como el Iraqi Student Project, liderado por Gabe Huck y Theresa Kubasak. Son dos activistas que preparan a estudiantes iraquíes para las pruebas de acceso a la universidad de Estados Unidos, así como para perfeccionar el inglés y rellenar los formularios de inscripción: “No queremos que haya una fuga de cerebros de estudiantes iraquíes, sino que algún día quieran volver para ayudar a reconstruir su país”. Se trata de un programa que puede tener un gran impacto, aunque sea para un número reducido de personas.

El fin del viaje simboliza para Sarah una extraña y difícil dicotomía: en un momento, de recorrer Turquía, Siria o Iraq, rodeada de cientos de personas que han perdido a sus familiares y amigos, que han tenido que dejar sus casas y que ignoran si podrán regresar algún día, pasa a coger un avión y retornar a una vida plácida y cómoda en Estados Unidos, el país que provocó la guerra que obligó a esas personas a abandonar sus vidas.

Sarah Glidden saltó a la fama con su primera obra, el cómic Una judía americana perdida en Israel (Norma, 2011), diario de viaje político y religioso a Israel, en el que expone su visión sobre el conflicto israelo-palestino. Fue justo antes de este primer éxito editorial, reconocido con el Premio Ignatz al Mejor Nuevo Talento, cuando realizó su viaje a Oriente Próximo para documentarse de cara a su siguiente trabajo.

Como recuerda la propia Glidden en el prólogo, Oscuridades programadas responde a un trabajo extremadamente minucioso y complejo, seis años dedicados a editar y contextualizar cientos de conversaciones registradas en una pequeña grabadora. Transformar esas conversaciones en historias para un libro conlleva una pérdida de imparcialidad: “Es imposible alcanzar la objetividad real en el periodismo narrativo”, advierte la autora que, no obstante, declara su predilección por este género debido a su capacidad para conectar con los personajes.

Las acuarelas de Sarah Glidden reflejan una realidad incómoda, con la que busca concienciar al lector -especialmente en Estados Unidos- sobre el sinsentido de un conflicto que ocasionó un daño aún lejos de repararse y en el que EEUU, más aún con Donald Trump, está aún lejos de asumir una responsabilidad acorde con el daño causado. Dar a conocer la insostenible situación de los refugiados y proponer nuevas soluciones es una de sus preocupaciones esenciales.

Contra la oscuridad que promueven algunos poderes mediáticos y frente al sensacionalismo del clickbait, Glidden reivindica un mayor espacio para las historias de calidad, apoyadas por los lectores. Oscuridades programadas evidencia que un periodismo independiente y comprometido es ahora más necesario que nunca, confirmando además que periodismo y cómic pueden complementarse a la perfección para documentar la realidad.

La dibujante estadounidense Sarah Glidden (Boston, 1980) acompañó en 2011 a dos amigos periodistas durante un viaje de dos meses por Turquía, Siria e Iraq. El objetivo era descubrir las consecuencias de la guerra de Iraq en Oriente Próximo en general y en los refugiados en particular. Seis años después vería la luz la novela gráfica Oscuridades programadas (Salamandra Graphic, 2017), un apasionante testimonio sobre la realidad de los refugiados de la zona y una aguda reflexión sobre el periodismo.

La narración comienza en diciembre de 2010, cuando Sarah Glidden decide emprender viaje a Oriente Próximo junto con sus amigos Alex Stonehill y Sarah Stuteville, fundadores del Seattle Globalist, un medio de comunicación constituido como organización sin ánimo de lucro, un periódico independiente que busca informar sobre problemas que los medios mayoritarios ignoran. Completa el grupo Dan, amigo de la infancia y excombatiente en Iraq cuya experiencia y visión aporta un punto de vista tan diferente como desconcertante en algunos momentos.