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Una piedra en el zapato de Henry D. Thoreau

Este mismo año, concretamente el pasado 12 de julio, se han cumplido 200 años del nacimiento del pensador y activista norteamericano Henry David Thoreau. Personaje cuya obra ha  venido siendo reivindicada desde posturas (en un principio) un tanto antagónicas, las cuales oscilan desde el anarquismo o el ecologismo radical,  al patriotismo yankee más conservador (si cabe) y nostálgico, pasando por la simpatía y adscripción de cierto sector neo-ruralista y consumidor de  últimas tendencias. Dos siglos después, como es lógico, su figura ha llegado hasta nuestros días un tanto difusa y mitificada. Puede que estos sean motivos suficientes para comprender esa falta de homogeneidad existente entre algunos de sus más acérrimos seguidores.

Tal figura suele ser recordada y representada por sus dos obras más famosas; bien la del rebelde y agitador que plantó cara a su implacable gobierno (La desobediencia civil, 1848); o bien como la del hombre que dio la espalda a la civilización para encerrarse en una pequeña cabaña, vivir como un ermitaño y disponer sólo de los recursos que el propio medio le ofrecía (Walden. Life in the Woods, 1854). Siendo ciertas ambas representaciones, este misticismo ha tendido a olvidar, por ejemplo, que su insumisión solamente le hizo pasar una noche en la cárcel (por fortuna y gracias a su mecenas y mentor Ralph Waldo Emerson sería prontamente liberado) y que la famosa cabaña del lago Walden estaba lo suficientemente a mano como para (en caso de extrema necesidad) poder acercarse a por víveres al pueblo. Lo que es indiscutible, y principal motivo por el cual su legado permanece vigente a día de hoy, es que Thoreau fue un pionero. Su inconformismo resultó ejemplar, su insumisión al gobierno fue obstinada y decidida. Curioso y estudioso de todo aquello que le rodeaba, antibelicista y adalid de los derechos sociales, incluso vaticinó, en plena revolución industrial, que ese nuevo modelo de producción y consumo deterioraba el medio y era a todas luces deshumanizador.

A todo al que le pueda interesar, indagar en el personaje y la obra de Thoreau le resultará sencillo, pues aparte de sus propios trabajos, varios son los estudios y acercamientos a su legado, editados en casi todos los idiomas y formatos (cabe resaltar los recientes cómics o algunas  biografías ilustradas con buen gusto) y disponibles en cualquier librería. Quizás la asignatura pendiente con este autor, al menos en su obra traducida al español, sean sus poemas. Muchos de ellos aparecen intercalados en sus escritos, como apuntes o colofones a ciertos pensamientos; casi como modo de representación de un lenguaje que de otra forma no hubiera podido plasmar, al menos con la precisión que la libertad del verso le permitía. Ciertamente, la obra poética de Thoreau es bastante más extensa de lo que, al menos, el lector en castellano a priori pudiera suponer. A través de ella,  vuelve a reincidir en los más importantes puntos de sus planteamientos en prosa. Algunas voces, incluso, han llegado a situarle (obviamente, salvando las distancias) como  predecesor del gran Walt Whitman, dada su apasionada y certera descripción del vasto, y por entonces todavía medio a descubrir, continente americano. Sin profundizar demasiado, y usando una breve selección de sus más representativos poemas, a continuación intentaremos mostrar algunos ejemplos de esta relación entre la obra poética y el pensamiento de Henry David Thoreau.

Sin duda, a excepción de un puñado de poemas de tono confesional e incluso amoroso (su tormentosa relación con Ellen Sewall), el eje en el que se apoya principalmente la obra poética de Thoreau es la proyección de la Naturaleza como ente primario, libre y salvaje; el deleite de su contemplación, su poder regenerador, su admiración, respeto e incluso temor.  No es casual que el propio término sea escrito, en ocasiones, en letras mayúsculas, y el diálogo que el poeta establece sea directo.

¡Oh Naturaleza! Yo no pretendo

Ser el más elevado en tu coro,

Ser meteoro en el cielo,

o el cometa que asciende más alto;

Sólo viento suave que pueda soplar

entre los juncos río abajo;

Otórgame tu rincón más privado

Donde pueda hacer correr liviana mi corriente.

 

En algún apartado lugar, en la pradera sin público

Déjame hacer sonar, suspirando el junco

o en el bosque sobre la hojarasca,

Susurrar a la quietud del atardecer

sólo para poder estar junto a ti

Ofréceme algún trabajo que yo pueda hacer

 

Pues prefiero ser tu hijo

y discípulo, en el salvaje bosque,

que ser rey de los hombres en cualquier otro lugar,

y el más obediente de tus esclavos

pueda tener un instante de tu amanecer

antes que vivir un año desolado en la ciudad.

 

(‘Nature’)

En la resolución de este poema nos encontramos con esa confrontación que Thoreau muchas veces establece entre bosque y ciudad, como metáforas de libertad y esclavitud respectivamente. Incluso a veces esos pedazos de naturaleza encerrados en la urbe sirven como breve escapatoria.

Sobre los elevados arbustos del olmo

el víreo canta dulces variaciones

en los nímios días estivales;

luchando por alzar nuestros pensamientos,

por encima de la calle.

 

(‘Upon the lofty elm tree sprays’)

 

En otras ocasiones, son ser humano y progreso quienes irremediablemente entran en contradicción. Una (r)evolución con la cual Thoreau trata de mantener cierta distancia.

 

Los hombres dicen saber muchas cosas

pues creen haber desarrollado alas

con las artes y las ciencias

y sus miles de artefactos;

pero el viento que los agita

es todo lo que conocen.

 

(‘Men say they know many things’)

 

O su famosa reflexión sobre el ferrocarril, tan importante en la conquista y posterior desarrollo del oeste americano.

 

Que es el ferrocarril para mí;

jamás veré donde termina.

Rellenará unos cuantos huecos

creando refugios para las golondrinas.

Acumulará la arena que ahora sopla

donde crezcan los zarzales.

 

(‘What's the railroad to me’)

 

Pero el poeta, más allá de reivindicar el poder absoluto del medio natural, a veces se nos muestra y trata de salir a flote. A pesar de que él mismo (e incluso convencido por Emerson, quien luego se retractaría) en posteriores épocas acabaría renegando de su pasado lírico, llegando a quemar algunos de sus poemas.

 

Fui hecho erguido y solitario,

pues en mí habita el esqueleto.

Todavía es mi visión transparente,

todavía no mi vida deprimente,

hasta el ecuador todo es cercano.

Allá me siento donde se encuentra mi trono.

Si la vejez elige tomar otro asiento

Si la vejez así lo determina, dame ventaja,

toma la savia y abandona el corazón.

 

(‘I was made erect and lone’)

 

O, por ejemplo, en otra de sus más celebradas piezas, de título: ‘La tardanza del poeta’.

 

En vano veo alzarse la mañana,

En vano observo el resplandor de Occidente,

yo quien distraidamente miré hacía otros cielos,

imaginando la vida de otra manera.

 

En medio de tal inagotable riqueza,

todavía estoy solo, pobre por dentro,

los pájaros ya han cantado la salida del verano,

cuando mi primavera aún no ha comenzado.

 

Debiera entonces esperar al viento del otoño,

obligándome a buscar un día más apacible,

y no dejar atrás nidos extraños,

¿Pues no resuenan aún los bosques en mi canto?

 

(‘The Poet's Delay’)

 

No sólo la naturaleza es descrita y admirada como algo ajeno, a veces el propio Thoreau se convierte en parte de ella.

 

Soy un manojo de vanos esfuerzos

por casualidad así atados,

donde las tiras cuelgan libres

pues fueron anudadas debilmente,

supongo,

para climas apacibles.

 

Un puñado de violetas sin raíces,

con acedera mezclado.

alrededor una brizna de paja

enrrollada sobre sus brotes;

La ley

a la cual estoy fijado.

 

Un ramillete que el tiempo ha desprendido

de aquellos hermosos campos de Elíseo,

con hierbajos y tallos rotos, apresurado;

hecho con la muchedumbre derrotada

desperdicio

del día que recolecta.

 

Y aquí florezco desapercibido en la escueta hora,

absorbiendo toda mi savia,

sin raiz sobre la tierra

que mantenga verdes mis ramas,

pero aún erguido

sobre una desnuda copa.

 

Algunos brotes tiernos abandonaron mi tallo

imitando a la propia vida,

pero ¡ah! Los niños nunca sabrán,

hasta que el tiempo haya marchitado,

la calamidad

que a ellos mismos ha tocado.

 

Pero ahora veo que no fui recogido en vano,

y transcurrida una vida en el florero

de cristal, mientras trataba de sobrevivir,

traído por mano amable,

estoy vivo

aún en insólito lugar.

 

A ese tronco más delgado pronto llegará su hora,

y transcurrido otro año

tal como ella bien sabe, liberado por la brisa,

más frutos y hermosas flores

ofrecerá;

mientras yo aquí desvanezco.

 

(‘Sic Vita’)

 

O es por el propio autor implorada...

 

Nube baja y anclada,

Aire de Terranova.

Cabeza de manantial y fuente de ríos.

Pañuelo del rocío, cortinaje del sueño

y servilleta extendida por las hadas.

Pradera a la deriva del viento

donde surgen hileras de margaritas y violetas

en cuyo fangoso laberinto

se escuchan los bramidos y el vadeo de la garza.

Espíritu de los mares, lagos y ríos

¡Traed las fragancias y la esencia

de las hierbas sanadoras

a los campos de los hombres!

 

(‘Mist’)

 

como un elemento de inmortalidad y permanecia.

 

 

Muera y sea enterrado quien le plazca,

mas yo tengo la intención de aquí permanecer,

pues mi naturaleza brota cada vez más joven;

Entre los pinares primitivos.

 

(‘Die and be buried who will’)

 

Cerramos esta breve introducción a la poesía de Thoreau , dejando reaparecer al hombre, con unos versos que más suenan a epitafio.

Mi vida ha sido el poema

que tendría que haber escrito;

pero no pude hacer ambas cosas,

recitarlo y vivirlo.

 

(‘My life has been the poem’)

 

Les invito a seguir caminando.

Este mismo año, concretamente el pasado 12 de julio, se han cumplido 200 años del nacimiento del pensador y activista norteamericano Henry David Thoreau. Personaje cuya obra ha  venido siendo reivindicada desde posturas (en un principio) un tanto antagónicas, las cuales oscilan desde el anarquismo o el ecologismo radical,  al patriotismo yankee más conservador (si cabe) y nostálgico, pasando por la simpatía y adscripción de cierto sector neo-ruralista y consumidor de  últimas tendencias. Dos siglos después, como es lógico, su figura ha llegado hasta nuestros días un tanto difusa y mitificada. Puede que estos sean motivos suficientes para comprender esa falta de homogeneidad existente entre algunos de sus más acérrimos seguidores.

Tal figura suele ser recordada y representada por sus dos obras más famosas; bien la del rebelde y agitador que plantó cara a su implacable gobierno (La desobediencia civil, 1848); o bien como la del hombre que dio la espalda a la civilización para encerrarse en una pequeña cabaña, vivir como un ermitaño y disponer sólo de los recursos que el propio medio le ofrecía (Walden. Life in the Woods, 1854). Siendo ciertas ambas representaciones, este misticismo ha tendido a olvidar, por ejemplo, que su insumisión solamente le hizo pasar una noche en la cárcel (por fortuna y gracias a su mecenas y mentor Ralph Waldo Emerson sería prontamente liberado) y que la famosa cabaña del lago Walden estaba lo suficientemente a mano como para (en caso de extrema necesidad) poder acercarse a por víveres al pueblo. Lo que es indiscutible, y principal motivo por el cual su legado permanece vigente a día de hoy, es que Thoreau fue un pionero. Su inconformismo resultó ejemplar, su insumisión al gobierno fue obstinada y decidida. Curioso y estudioso de todo aquello que le rodeaba, antibelicista y adalid de los derechos sociales, incluso vaticinó, en plena revolución industrial, que ese nuevo modelo de producción y consumo deterioraba el medio y era a todas luces deshumanizador.