Cuando el joven historiador holandés Rutger Bregman (Westerschouwen, 1988) comenzó a escribir sobre la renta básica a finales de 2013, no imaginaba el impacto que sus ideas estaban a punto de generar. En su ensayo 'Utopía para realistas', publicado originalmente en De Correspondent (medio holandés récord mundial de crowdfunding en periodismo), planteaba acabar con la pobreza y repensar el modelo de sociedad actual a través de tres propuestas revolucionarias: la renta básica universal, la semana laboral de 15 horas y un mundo de fronteras abiertas. Tras la edición del libro en Holanda, su traducción a veinte idiomas ahora (en castellano a cargo de la editorial Salamandra) y los experimentos iniciados en Finlandia y Canadá no han hecho sino expandir y avivar aún más el debate.
El regreso de la utopía
Rutger Bregman introduce su manifiesto planteando una serie de preguntas clave: “¿Por qué trabajamos más desde la década de 1980, a pesar de ser más ricos que nunca? ¿Por qué hay millones de personas viviendo en la pobreza cuando somos más que suficientemente ricos para erradicarla para siempre? ¿Y por qué más del 60% de nuestros ingresos dependen del país donde por casualidad hemos nacido?”. En un momento en el que muchos jóvenes de países ricos [los llamados millenials] viven ya peor que sus padres, ahogados en un mar de narcisismo e incertidumbre, propone mirar a largo plazo y recuperar la visión de la utopía para imaginar un mundo mejor que el que tenemos.
Parafraseando una mítica cita de la película El club de la lucha, Bregman observa que “la industria alimentaria nos proporciona comida basura barata con exceso de sal, azúcar y grasas, poniéndonos en la vía rápida hacia el médico y el dietista. El desarrollo de las tecnologías causa estragos en el empleo y nos envía de vuelta al consultor. Y la industria publicitaria nos anima a gastar dinero que no tenemos en trastos que no necesitamos para impresionar a gente a la que no soportamos”. El capitalismo que favoreció el desarrollo económico y el progreso desde la Edad Moderna no es suficiente para superar los retos del siglo XXI. Hacen falta nuevas formas de impulsar nuestra calidad de vida y la solución pasa por la política para encontrar una nueva utopía.
Renta básica universal
El pasado 25 de abril, Rutger Bregman acudía como invitado a la prestigiosa TED Conference de Vancouver (Canadá) para exponer su concepto de renta básica universal, un plan para erradicar la pobreza ya sugerido por algunos de los pensadores más importantes de la historia, tan dispares como el filósofo Tomás Moro (autor del libro Utopía, publicado hace más de quinientos años), el activista por los derechos civiles Martin Luther King o el economista Milton Friedman. En palabras de Bregman, se trata de una idea “increíblemente simple”: una ayuda económica para nuestras necesidades más básicas: comida, vivienda y educación. Universal y sin condiciones.
Apoyado en una enorme cantidad de datos y referencias, el autor holandés asegura que “numerosos estudios de todo el mundo aportan pruebas concluyentes: el dinero gratis funciona”. Los programas de transferencias de dinero en países como Brasil, India, México o Sudáfrica, así como el experimento llevado a cabo en 1974 en la localidad canadiense de Dauphin, demuestran que la gran mayoría de la población quiere trabajar, lo necesite o no. Estos programas produjeron beneficios de larga duración, registrándose una mejora en el rendimiento académico, una reducción de los gastos sanitarios y una mayor independencia para las mujeres, siendo además menos costosos que las alternativas desarrolladas hasta el momento.
Hay más ejemplos que, según Bregman, refuerzan esta visión: en 2005 Utah (Estados Unidos), lanzó una campaña para sacar a los sin techo de las calles, proporcionándoles apartamentos gratuitos y orientación laboral, hasta ser en solo unos pocos años el primer estado del país en eliminar por completo el problema. El éxito de la iniciativa llegó hasta Holanda, cuyo plan de acción reveló que cada euro invertido en combatir la indigencia generaba un rendimiento doble o triple, como consecuencia del ahorro en servicios sociales, policía y costes judiciales.
En Europa, el número de viviendas vacías duplica al de personas sin hogar. En Estados Unidos, la proporción es de cinco casas vacías por cada persona sin techo. La renta básica universal sería la mejor herramienta para acabar con la pobreza, ayudando a las personas a recuperar la visión a largo plazo y tomar decisiones más acertadas. No sólo desde el punto de vista moral, sino también desde el punto de vista económico: “Una vida sin pobreza no es un privilegio por el que trabajar, es un derecho que todos merecemos”.
Una semana laboral de 15 horas
En el verano de 1930, el economista británico John Maynard Keynes impartía una conferencia en Madrid, concluyendo que el mayor desafío para la humanidad en el siglo XXI sería qué hacer con el tiempo libre. Para el año 2030, pronosticaba, la semana laboral sería de 15 horas y el nivel de vida en Occidente se habría multiplicado por cuatro. Más acertado en sus predicciones se encontraría el escritor Isaac Asimov que, preguntado sobre cómo sería el mundo en 2014, consideraba que la humanidad se convertiría en una “raza de cuidadores de máquinas”, con graves consecuencias mentales, emocionales y sociológicas. La psiquiatría sería la mayor especialidad médica debido a la gran cantidad de personas en desempleo y la palabra trabajo sería “la más ensalzada del vocabulario”.
La reducción de la jornada laboral fue una constante hasta la década de los años 1980. Desde entonces, “no nos morimos de aburrimiento, sino que nos matamos a trabajar. Lo que combate el ejército de psicólogos y psiquiatras no es el avance del tedio sino una epidemia de estrés”.
Empresarios de éxito como Henry Ford o W.K. Kellog descubrieron que jornadas laborales largas y productividad no van de la mano. En una economía moderna del conocimiento, incluso 40 horas son demasiadas y si se trata de un empleo dependiente de la creatividad del trabajador, no se puede ser productivo, de media, más de 6 horas al día.
La introducción de una renta básica universal supondría una profunda revisión del concepto de trabajo. En un momento en el que la línea que separa el trabajo de nuestro tiempo libre es cada vez más difusa, Rutger Bregman propone reducir la semana laboral a 15 horas como solución para algunos de los principales problemas a los que se enfrenta el mundo actual. En primer lugar, reducir el estrés: “Trabajar menos proporciona espacio mental para otras cosas que también son importantes para nosotros” (familia, estudios, deporte, ocio, etc.) y favorece el voluntariado y la participación en causas sociales. Asimismo, ayudaría a combatir el cambio climático, al reducir a la mitad las emisiones de CO2 y dejar una menor huella ecológica. Se reducirían los accidentes (causados en muchas ocasiones por la sobrecarga de trabajo) y el desempleo, favoreciendo también una mayor igualdad de género y proporcionando, en definitiva, una distribución más equitativa de la riqueza.
Un mundo sin fronteras
Por encima de la renta básica o de una semana laboral de quince horas, la desigualdad económica (el 1% más rico del mundo ya tiene tanto como el otro 99%) plantea un reto mayor para la nueva utopía que propone Bregman: permitir que todas las personas del planeta puedan disfrutar de la tierra de la abundancia.
El mundo occidental gasta 134.800 millones de dólares al año en ayuda internacional al desarrollo, pero su repercusión es difícil de medir. Entre estudios y teorías de todo tipo, lo cierto es que “tomar medidas contra los paraísos fiscales, por ejemplo, reportaría mayores beneficios que todos los programas de ayuda bienintencionados”. Pero hay una decisión política que, para el autor, supondría el fin de la pobreza en todas partes: abrir las fronteras. “No sólo para los plátanos, los derivados financieros y los iPhone, sino para todo y para todos: para los trabajadores del conocimiento, para los refugiados y para la gente común que busca nuevas oportunidades”.
“Las fronteras son la principal causa de discriminación en toda la historia de la humanidad”. Bregman defiende la apertura de las fronteras como el arma más poderosa en la lucha global contra la pobreza y desmonta uno por uno los “argumentos falaces” que se utilizan contra esta idea, tales como el terrorismo, la delincuencia, la socavación de la cohesión social, el desempleo o la precarización del trabajo. No obstante, reconoce que abrir las fronteras no es algo que se pueda ni se deba hacer a corto plazo.
Veinticinco años después de la caída del muro de Berlín, el mundo tiene más barreras que nunca y la tendencia sigue al alza en Occidente, mientras millones de personas se agolpan fuera de esta comunidad cerrada, intentando alcanzar la tierra de la abundancia. “Tal vez dentro de un siglo, al mirar atrás, veremos estas fronteras como vemos hoy la esclavitud o el apartheid. Eso sí, una cosa es cierta: si queremos hacer del mundo un lugar mejor, no hay forma de eludir la migración”.
Un cambio de ideas
“Cuando la realidad choca contra nuestras convicciones más profundas, preferimos recalibrar la realidad que corregir nuestra visión del mundo”. La gente se aferra a las viejas ideas con las que se siente cómoda, de la misma forma que los políticos con minúscula buscan mantener el status quo. La dificultad en el camino a esta nueva utopía reside por tanto más en el cambio de mentalidad que conlleva, en dejar que las ideas viejas den paso a las nuevas, que en su aplicación propiamente dicha.
Las nuevas ideas, por muy surrealistas o subversivas que parezcan, han cambiado el mundo y pueden volver a hacerlo: El final de la esclavitud, la emancipación de las mujeres, el auge del estado del bienestar o el matrimonio homosexual fueron vistas como ideas utópicas o imposibles de llevar a cabo en un principio, pero hoy en día forman parte del sentido común: “La historia nos enseña que las cosas podrían ser diferentes”. El debate está servido.