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Sobre este blog

Amberes es una revista digital volcada en la divulgación de contenidos culturales y con un especial interés en los nombres y eventos de la escena santanderina.

Emulando la vocación comercial de la ciudad que le da nombre, nuestra revista aspira a transformarse en un polo de intercambio no ya de bienes tangibles, sino de una serie infinita de ideas cuyo anclaje se encuentra en las manifestaciones culturales más dispares. Nuestro propósito es acercarnos a éstas sin miedo para mediar entre ellas y nuestros lectores.

El Shinto, la religión originaria de Japón

Templo sintoísta en bosque (Japón). | REVISTA AMBERES

José María Navajas Puerta

En uno de los momentos del mito shintoista de la creación, Izanagi y su esposa Izanami procrean dando lugar a las islas del archipiélago japonés y a otras muchas deidades. El último de sus hijos fue la propia encarnación del fuego que dio a luz causando grandes quemaduras en los genitales de Izanami, provocándole la muerte.

Izanagi enterró a su esposa en la ladera del monte, pero, incapaz de aceptar su muerte, decidió viajar al Yomi (el inframundo) en su busca. En esta catábasis, tan conocida y repetida en la mitología occidental —resulta sorprendentemente semejante al relato de Orfeo y Eurídice—, Izanagi toma un diente de su peineta izquierda y prende un fuego para iluminar el camino en las tinieblas. Al hacerlo, descubre a su esposa completamente putrefacta y cubierta de innumerables larvas y gusanos.

Horrorizado, Izanagi huye mientras su esposa, llena de furia por haber descubierto su vergüenza, envía contra él a las bestias malignas del Yomi. Para librarse de sus perseguidores, Izanagi toma los dientes de su peineta derecha, los convierte en uvas, brotes de bambú y melocotones, y los lanza a las bestias que se paran a devorar las frutas.

Finalmente, el dios llega a la ladera de la montaña, pero su esposa aún le persigue. Así que coloca una enorme roca ante la entrada del Yomi, bloqueando el paso de Izanami, y decide romper su matrimonio. Al escucharlo, su esposa le advierte de que entonces cada día mil súbditos del reino de los vivos morirán. A lo cual Izanagi contesta que siendo así él hará nacer otros tantos. Por último, los dos dioses se ponen de acuerdo: Izanagi acepta la muerte de su esposa y por tanto la separación de los dos reinos. El mundo de los muertos queda para Izanami que deja de ser madre creadora, y el mundo de los vivos queda para Izanagi donde ahora habitan los mortales.

Pero Izanagi ha visitado el inframundo, y aún lleva la vergüenza como una mácula, por lo que se sumerge en las aguas del río para purificar su cuerpo y espíritu. Esta purificación originaria es, de nuevo, un momento creador. Al desnudarse y dejar sus ropas, surgen de ellas otras divinidades, también de la espuma del río, y prácticamente cada una de las innumerables gotas del baño dan lugar a un nuevo espíritu.

Este primer rito de purificación se convierte así en uno de los cimientos que dan sentido a multitud de convenciones, costumbres, creencias e importantes festividades en la sociedad japonesa. Y forma parte del shinto, el culto a los dioses de la naturaleza, que es considerado la religión originaria de Japón, y que tiene como centro el santuario de la divinidad (kami). Este culto impregna la sociedad nipona dando sentido a las relaciones sociales y permitiendo un sentimiento de comunidad apreciable en los festivales tradicionales (matsuri).

La purificación no es sólo una forma de limpieza física a la hora de acercarse a la divinidad, es también una forma de eliminar la mácula, de satisfacer una deuda o una culpa por un mal causado. Representa la división y el paso entre dos mundos, el mortal y el de las divinidades, división que es también espacial y temporal.

El año nuevo empieza en Japón con la «gran purificación» (osoji), celebrada en todos los hogares con una limpieza general y exhaustiva de las casas. Su réplica tiene lugar en los templos, con ceremonias de limpieza como sacudir el tatami con varas de bambú. De igual modo, los japoneses realizan la primera visita del año al santuario (hatsumode) donde escuchan las campanadas, beben el sake especial de año nuevo —el sake, como el agua, es purificador—, compra amuletos de protección, etc. El paso de un año a otro está por tanto regido por este ritual.

Es quizás en los propios santuarios shintoistas donde mejor se aprecia el sentido de toda esta mitología, seguramente porque entorno a ellos giró durante siglos —y en buena parte sigue girando— la vida cotidiana de los japoneses.

En la imagen ideal el santuario shintoista está necesariamente ligado al paisaje bucólico de naturaleza y vida rural tradicional, como pueden ser los irrigados campos de arroz o el frondoso bosque. El espacio sagrado y el profano del santuario están separados por un símbolo que ya es prácticamente internacional: el torii. El torii es un arco que señala la entrada, su característico color bermellón espanta a los malos espíritus, y es común que pequeñas réplicas de arcos torii se donen como ofrenda a los santuarios para pedir el favor de la divinidad. Antes de cruzar la frontera entre el mundo de los espíritus y el de los humanos que representa este arco, se ha de realizar la oportuna reverencia.

Cerca del torii suele encontrarse la fuente para las abluciones (temizuya). Bajo un pabellón cubierto se sitúa el caño que vierte el agua en una gran pila, en ella se disponen varias pequeñas cazoletas (hishaku) que se usan para lavarse las manos y la boca (temizu) según un estricto orden. Una vez purificado, se puede pasar a rendir culto a la divinidad.

La capilla (haiden), situada antes del pabellón principal (honden), es el lugar donde habitualmente se adora a la divinidad. Por lo general los santuarios se consagran a un dios principal, tal es el caso de Inari en Fushimi Inari-Taisha, Kioto. Inari es, además de una célebre divinidad del shinto, una de las que mejor puede representar la relación entre la vida tradicional rural y los elementos de fertilidad, vida y crecimiento de la comunidad.

Para empezar, Inari es andrógina, puede ser tanto hombre como mujer. Es la divinidad de la agricultura, de los alimentos —en concreto del arroz—, del comercio y la industria; pero también lo es de los zorros. Y es que la dieta tradicional japonesa siempre se basó en el arroz. Este cereal era sinónimo de vida como en Europa lo eran el trigo y el pan. Antes de la acuñación de moneda, el arroz se usaba como modo de pago y de tributo, por lo que las buenas cosechas eran necesarias para cualquier intercambio o pago comercial. El arroz se guardaba en graneros y su mayor enemigo siempre fueron los ratones y roedores. Por tanto, tener algunos zorros guardianes en las cercanías siempre era bueno para los campesinos. De esta manera, los templos de Inari suelen estar llenos de estatuas de zorros que portan en sus bocas la llave del granero. Así mismo, el festival de plantación de arroz (otaue) es uno de los más importantes del año en Japón, celebrándose en todos los santuarios shintoistas.

Pero además del dios principal, los santuarios pueden contener infinidad de divinidades y espíritus más, tantos como gotas surgieron del baño de Izanagi, tal es el politeísmo shintoista.

Los más antiguos santuarios, especialmente en zonas rurales, eran en realidad bosques sagrados (chinju no mori) cuya pureza innata los convertía en lugares de culto. En ellos, grandes árboles y rocas eran la morada de alguna divinidad. Y, en verdad, la totalidad de los seres vivos del bosque eran habitados por algún espíritu (kami) a la manera de las ninfas y dríades grecorromanas. Hoy día muchos de estos árboles siguen siendo considerados divinidades sagradas y se encuentran rodeados por una cuerda (shimenawa) que indica su sacralidad y pureza. Como un lejano recuerdo de estos bosques sagrados quedan también los cercados (tamagaki) del santuario y sus pabellones. Mientras que hoy día están construidos en hormigón o madera, en épocas pasadas eran los propios árboles del bosque los que rodeaban al santuario. Todavía en época medieval los cercados se realizaban con arbustos y plantas (ikegaki), y era común utilizar para ello el sakaki (cleyera japonica) un árbol que abundaba en los bosques. De ahí que sea usual colocar una rama de sakaki a intervalos regulares en los cercados, en recuerdo de su pureza natural.

Esta forma de vida que históricamente unía a las comunidades japonesas con sus respectivos santuarios y divinidades tiene su plasmación en los matsuri, festividades tradicionales ligadas a algún aspecto concreto de la vida en comunidad: la fertilidad, la plantación del arroz, la cosecha, etc. En ellos la comunidad pide ayuda a la divinidad, con la que entra en comunión, en lo que es un proceso de renovación y sacralización del espacio mundano. Nadie sabe cuántos matsuri hay en Japón, quizás tantos como kami, pues cada pueblo y localidad tiene su respectiva celebración, donde se llevan a cabo alegres procesiones, se portan carrozas, se baila, se canta, se bebe... Los matsuri se han convertido así en un elemento popular distintivo de la sociedad japonesa.

En un pasaje mitológico posterior, la diosa del sol Amaterasu se encontraba escondida en una cueva, por lo que las tinieblas invadieron el mundo, los arrozales se secaron y los campos se cubrieron de hielo. Preocupados, los demás dioses y espíritus se reunieron a la entrada de la cavidad y, como si del matsuri originario se tratase, comenzaron a tocar música, a reír y a bailar, logrando así que Amaterasu saliese de la caverna. De esta manera el sol volvió a iluminar con su luz la tierra, donde tanto los kami como los hombres pudieron vivir.

El shintoismo no es la única religión en Japón, sus prácticas y creencias se entremezclan con muchas otras, especialmente con el budismo. Pero resulta innegable que impregna la totalidad de la sociedad japonesa, dando orden y sentido al mundo.

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