Si a Gonzalo Calcedo (Palencia, 1961) le obsesionaran los premios literarios podría decírsele que no se puede quejar: ha conseguido una docena, entre ellos el Premio Castilla y León de las Letras en 2020 por toda su trayectoria literaria. Pero, salvo los primeros, al que tal vez sea uno de los mejores cuentistas del país no le quitan el sueño los galardones. El cuento en sí mismo, sí, el relato breve, sí, como una vuelta iniciática al principio, a lo sustancial, pues al relato breve ha dedicado su carrera literaria y todavía sigue tirando de él para que escriba.
Calcedo, de niño, se trasladó a vivir a Cantabria. Vive al otro lado de la bahía de Santander, frente a la ciudad. Aparte de escribir, da conferencias y colabora en revistas literarias y medios de comunicación. Es muy discreto y es raro vérsele aparecer por cenáculos, tertulias y presentaciones. El autor de 'Playa Omaha' acaba de publicar, como para demostrar que no solo del cuento vive el hombre, 'Una historia de agua' (Traspiés, 2022), una novela corta sobre la guerra, el colaboracionismo y la justicia; sobre náufragos y mareas, playas inmensas y cielos grises donde el hambre y la inquietud acechan.
Antes de venir aquí he repasado su palmarés y me salen no menos de una docena de premios. Incluso he llegado a oír que usted tiene una fórmula para ganar concursos. ¿Es así? ¿En qué consiste?
Los premios forman parte de nuestro ecosistema literario. En otras latitudes escasean. Aquí no hay un ayuntamiento libre de organizar uno. Respecto a los que he ganado, te dejan huella los primeros, aquellos que dan forma al reconocimiento cuando empiezas a escribir y necesitas esa gratitud. Los posteriores son la consecuencia del azar y una necesidad económica: publicar libros de relatos puede otorgarte algún estatus literario, pero resulta difícil sostenerse económicamente con sus ventas.
¿Y la fórmula secreta?
Respecto a la fórmula para ganarlos, la ignoro. Yo tengo pocos contactos en el mundillo literario. Y tener pocos contactos equivale a cero influencias. Las cuentas no son lo que parecen. He participado en centenares y ganado unos cuantos, pero desconozco los trucos. Eso sí, de tanto leer cuentos ganadores he llegado a la conclusión de que, para determinado tipo de jurado, existe un cuento excesivamente literario, muy evidente, que es el que importa. Ahí no cedo. Si un cuento que he escrito me gusta, lo envío a alguna convocatoria, pero no escribo cuentos “solo” para concursos.
¿Qué opina de los premios? ¿Son necesarios?
Editorialmente te señalan porque tergiversan tu trayectoria. Varios editores me advirtieron al respecto en mis inicios. Lo triste es darse cuenta de cómo esos mismos editores hacían lo imposible para que sus novelistas ganasen concursos relevantes. De novela, obviamente. Lo miserable, por lo visto, es el género. Cuando estás en el último escalón editorial, bajar la escalera del todo es sencillo. Cuestión de un paso.
'Una historia de agua' es su último libro (corríjame si me equivoco). ¿Puede hablarnos de ella?
Sí, es lo último que he publicado. Una novela corta fruto de uno de esos azares que comentaba antes. Suelo escribir novelas cortas muy de vez en cuando porque por lecturas previas adoro el género y, por higiene literaria, conviene despegarse de lo breve. Su salida editorial es casi tan limitada como la de los relatos, así que, de nuevo, hay que ir a los concursos. “Una historia de agua” quedó finalista en uno y al final, con algunos inconvenientes en su edición, vio la luz. Tampoco quiero extenderme mucho sobre estas vicisitudes. Mis novelas son muy diferentes al mundo de mis relatos, son otra familia. No reniego de ellas, claro está, pero el flujo que las alimenta es otro.
¿Por qué pasa de una editorial a otra en los últimos tiempos?
Me cuesta encontrar el término adecuado. ¿Flirteo? ¿Devaneo? ¿Obligación? ¿Resignación? De todo un poco. En lo referente a los cuentos, con Menoscuarto he encontrado una estabilidad que otras editoriales me han negado antes. No todos los editores son iguales. No todos aman por igual su oficio. Ya son cinco libros y probablemente haya relativamente pronto un sexto. Entremedias han aparecido, salpicados, otros títulos, cierto. En mi defensa puedo decir que son consecuencia de concursos, no libros estrictamente planeados. En mi juventud cometí algunos errores de bulto con otras editoriales y, aunque el relato, como género, tiende a la inestabilidad, intento ahora espaciar más los libros y no tentar tanto a la suerte.
¿Considera que los grandes grupos editoriales están asfixiando el mundo del libro?
El mundo se mueve a una velocidad que hasta hace poco no era la de la literatura. Los ritmos ya se están igualando. Los autores llegan surgidos de una nada difícil de definir y publican a bombo y platillo. Si nadie desafina y hay talento, unos cuantos permanecerán. Por los demás no hay que preocuparse. Sobran escritores haciendo fila y el sistema ni siquiera regurgita los huesos. Es un procedimiento bastante cruel por parte de las grandes editoriales: quieren asegurarse su presencia en los medios, en las mesas de las librerías, y no les importa cortar cabezas. El juego es ese y todos lo sabemos. Me queda el consuelo de que yo ya tengo mi carrera más o menos hecha y, manteniéndome en el cuento, sufro menos la tiranía de las modas. Pierdes visibilidad, pero duermes un poco más tranquilo.
A lo largo de su trayectoria no se ha apeado del relato como género, con alguna incursión en la novela corta. ¿Qué tienen estos formatos que no tenga una novela convencional?
La novela es la especie dominante. El cuento intenta florecer a su manera, como la poesía, pero sin el manto protector que tiene ésta, y la novela corta se queda a medio camino de todo, es casi un imposible editorial. Disfruto escribiendo cuentos y disfruto leyéndolos. Cabe todo en ellos. La novela a veces tiende a la deformidad y salvo ocasiones, nunca es redonda. Los buenos cuentos son tesoros. Aunque no puedo negar que mi trayectoria está basada en el libro de relatos como un todo, no en antologías: el conjunto aspira a tener un sentido; existe un armazón interno que los une, así que podría decirse que están pisando otros terrenos narrativos. Confieso que me cuesta escribir largo. Lo he intentado, pero enseguida pierdo el interés.
Suele utilizar en sus artefactos narrativos elementos fantasiosos. ¿Por qué? ¿No le basta la realidad?
En lo que respecta al cuento soy absolutamente realista, un escritor frontal, casi de choque. Me gusta describir la acción y definir a los personajes a través del diálogo. Con la realidad, incluso la más doméstica, me sobra. Las novelas cortas, en cambio, sí albergan ese poso fantástico que comentas. Quizás se trate de un subterfugio, de unas muletas que me permitan caminar más allá de las cien páginas. Haciendo balance sobre ellas, es fácil reconocer homenajes e influencias. Una querencia por los géneros modestos, como la serie B en el cine. Puede que esa impronta fantástica les otorgue la consistencia que mi mala de conciencia de cuentista puro se empeña en arrebatarles.
¿Qué importancia concede a la trama en sus cuentos?
Si soy franco, ninguna. No hay trama en sí. No hay nada calculado que conduzca a un desenlace. Ese tipo de cuento adivinanza no me gusta; tampoco se me da bien. Lo percibo como algo artificial. Narro fracciones de vida, hechos en apariencia irrelevantes, buscando que lo mínimo deje huella en el lector: aspiro a que el mismo escalofrío que parece aterir a mis protagonistas salte de las páginas y conmueva. Generar una emoción. Lo que supongo intentamos todos al escribir ficción y aferrarnos al salvavidas de las palabras.
¿Cree que hay quien llama novela, por ejemplo, a algo que no lo será nunca? ¿Qué características da a la novela y al relato corto?
La novela tiene su riqueza. Y su poder. Puede abarcarlo todo y, aunque como cuentista tienda a combatirla, no puedo negar su imperio. Existen muchas comparaciones, muchos cánones que ilustran las virtudes de un género u otro. Siempre digo que la novela es como una ciudad que hay que construir poco a poco y el cuento como un campamento. Apagas el fuego, dejas unos rescoldos y te vas. La itinerancia forma parte de lo breve. Es un género más viajero y, en consecuencia, no vas siempre cargado de maletas, basta con muy poco equipaje.
¿Considera que hay una conexión trascendente con otras realidades cuyo misterio está al alcance de la literatura, de la poesía en concreto?
La vida es un misterio. Cualquier vida lo es. La literatura trata de narrarla, de iluminar sus pasajes más oscuros o de transitar los más luminosos. Lo llaman esperanza. A veces se limita a representarla, otras trata de trascenderla e ir más allá. Es difícil encontrarle un sentido al dolor, a la muerte. La poesía tiene sus armas: su pureza, su colorido, sus fogonazos. Yo nunca he escrito poesía, pero envidio la fidelidad de sus autores, ese deseo por explicar y explicarse desde la intimidad. La poesía pone letra y música a lo que nos sucede, a ese devenir de las cosas contra el que apenas somos un escollo, una filigrana de agua en la corriente.
¿Qué utilidad tiene el arte, la belleza, la literatura en un mundo como este?
Todo cambia y da la impresión de que, hoy en día, la utilidad solo puede medirse en términos económicos, ni siquiera prácticos. ¿Tiene algún rédito algo bien escrito? ¿Importa esa belleza que mencionas? El hedonismo que palpamos a diario en las redes sociales parece una celebración de la hermosura del yo, pero hay que cuestionarse todo. No se puede asentir creyéndonos libres porque podamos publicar un comentario en una noticia o colgar fotografías triviales de nuestros viajes. Ir más allá exige un esfuerzo que, de momento, está en pañales. Hay que interiorizar en vez de exteriorizar. O al menos intentarlo.
¿Qué tiene ahora entre manos?
Cuentos. Son mi día a día como escritor. Cuentos que reflejan mi tiempo, mi ánimo. Me relajan, me seducen. También me enfadan, pero en este caso la frustración del relato es llevadera: si fracasas con unas pocas páginas, puedes empezar otro cuento al día siguiente. El mañana del relato es generoso. Me expreso a través de los cuentos y, sinceramente, creo que ya es tarde para, literariamente, cambiar.