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Una conversación directa y sincera con la música cántabra de raíz

El Festival Sónica, la Semana Grande de Santander o el Cabuérniga Folk. Irene Atienza y Yoel Molina, Casapalma, están que no paran este verano. Justo antes del revuelo estival que los está llevando de escenario en escenario por toda la comunidad, me invitan a comer en la misma Casa Palma, en el centro de Valle de Cabuérniga. Se trata del lugar que los ha acogido y en el que han creado este proyecto que viste la canción montañesa de toda la vida con los ritmos, arreglos y armonías que hoy les fascinan. En sus melodías se puede distinguir un ritmo drill o el Auto-Tune, pero también el acompañamiento de referentes de la música tradicional. Como muestra, lo que podríamos llamar la canción cántabra del verano, 'Con el agua de limón', una jota a lo ligero con sutiles tintes de reguetón que se pega a la primera.

La valentía con la que se aproximan a la creación genera un resultado redondo y embriagador incluso para quienes son referentes del folclore en la comunidad. Sin embargo, ese arrojo no opera solo, sino en delicado equilibro con otros dos valores clave que la pareja aplica con naturalidad y determinación.

Por un lado, la exigencia que se autoimponen como músicos profesionales. “Tuvimos un flechazo artístico en 2021, poco después de mudarnos a Cantabria por la pandemia. Yo venía de vivir 10 años en Brasil, cantando música de raíz de allí. Y Yoel era músico de jazz, está formado en los mejores conservatorios”, explica Irene mientras ponemos la mesa para comer. La misma mesa en la que han concebido y grabado temas como 'Morenuca' o 'Amores de largo tiempo'.

Pero hay algo más que está presente a lo largo de toda la conversación, y que se palpa cada vez que Casapalma se sube a un escenario –en la expresión de Irene cuando empieza a sonar una grabación de Genio el de Camijanes o cuando presenta a las pandereteras Conchi García y Mari Velarde–. Ese otro ingrediente esencial es la admiración y la curiosidad que sienten por quienes crearon, interpretan o investigan nuestra música, y que se traduce en humildad en su forma de aproximarse a este mundo.

Sin quitar el ojo de la cazuela en la que termina de preparar las verduras en teriyaki, Yoel se explaya: “Casapalma es una conversación directa y sincera con la raíz. Hemos preguntado mucho, a todo el mundo, cómo era la pandereta, cómo era la fiesta. Hemos investigado in situ, hemos ido a los bares a tomar blancos, escuchar y cantar. De hecho, durante el primer año, fue casi todo lo que hicimos, trabajo de campo… Este es un proyecto muy personal que a la vez es de todos”.

En silencio, me pregunto si un sitio chiquito y relativamente apartado como Cabuérniga puede resultar estimulante para dos creadores. La familia de Irene viene de aquí mismo, de esta casa que se llama Palma en honor a la tía de su abuelo, última mujer que vivió de continuo en ella, y en la que Irene, cuando llegó para quedarse, descubrió una vieja grabadora con tonadas cantadas por su abuelo que la inspiraron para dar un salto de vuelta a sus raíces.

“El amor al folclore me viene de familia, de mi abuelo, de mi madre. Yo de pequeña cantaba, incluso en algún concurso, y veía a los hombres cantando en los bares, a las pandereteras, vivía las ferias con pito y tambor. Cuando volví 20 años después y me instalé en Cabuérniga, me dediqué a observar lo que estaba pasando con la música tradicional, empecé a ir a clases de pandereta, me encontré con aquello que dejé cuando me fui. En ese momento me dan muchas ganas de trabajar con el folclore de aquí”, cuenta.

Para Yoel la transición tuvo mucho que ver con 'El mal querer' de Rosalía

Para Yoel la transición tuvo mucho que ver con 'El mal querer' de Rosalía. “Yo siempre he estado conectado con la música anglosajona y un poco con la latinoamericana. De repente, cuando Rosalía sacó ese disco en 2018, entendí que yo tenía la sensación de que estaba de prestado en el arte porque estaba haciendo algo que no era mío. Entonces empecé a buscar de manera muy deliberada aquello que sintiera como propio. Algo que me apelara a mí y no a la música como algo genérico”. Y en esa búsqueda, Yoel, que es un cuarto cántabro, pero de Valderredible, se encontró con Irene y todo su bagaje en el folk.

Juntos, en un pueblo, se refundaron como músicos, hicieron una transición laboral en toda regla. “En una ciudad no puedes hacer un cambio profesional profundo de la noche a la mañana. Allí la energía se dispersa muchísimo. Es mucho más sencillo hacerlo en un pueblo, también gracias al mundo digital, que te permite estar conectado con otras realidades y trabajar a nivel internacional. Ahora mismo puedes encontrar el equilibrio viviendo en medio de un bosque de hayas”, explican.

Mi pregunta acerca de la creatividad y el rural termina de responderse cuando Yoel, con su inseparable café en mano, se ilusiona contándome la idea de poner en marcha un estudio creativo rural, un lugar en el que se organicen residencias para hacer música. “Una cosa que me encanta es trabajar con gente que viene con una canción a medias y ayudarle a terminarla. Esta experiencia sería inmersiva, conviviendo durante unas semanas y te llevarías tu obra acabada”. Irene, con la sandía aún a medias, añade: “Yoel es un músico y un productor genial, pero tiene un don natural para enseñar. Alguna vez hemos hablado, junto a gente del pueblo, de hacer un combo de música con los niños y las niñas. Nos encantaría que en el medio rural hubiera una educación musical que a los y las crías les despertara las ganas de tocar y componer”.

Salgo de la casa de la tía Palma con la sensación de haber conocido a los Baiuca, Rodrigo Cuevas o Rocío Márquez y Bronquio de Cantabria. De hecho, además de un verano lleno de conciertos, Casapalama tiene nueva discográfica: Raso, precisamente del gallego Baiuca. Esto los posiciona en el panorama nacional, aunque ellos no paran de proyectar en conexión con la tierruca. “Queremos hacer un EP de colaboraciones con otros músicos de aquí, aunque estén viviendo fuera, gente como Marina y Teresa de Repion o Roberto Sánchez de Lone Ark”, adelanta Irene. Pienso que tengo suerte de haber dado con ellos a tiempo.

El Festival Sónica, la Semana Grande de Santander o el Cabuérniga Folk. Irene Atienza y Yoel Molina, Casapalma, están que no paran este verano. Justo antes del revuelo estival que los está llevando de escenario en escenario por toda la comunidad, me invitan a comer en la misma Casa Palma, en el centro de Valle de Cabuérniga. Se trata del lugar que los ha acogido y en el que han creado este proyecto que viste la canción montañesa de toda la vida con los ritmos, arreglos y armonías que hoy les fascinan. En sus melodías se puede distinguir un ritmo drill o el Auto-Tune, pero también el acompañamiento de referentes de la música tradicional. Como muestra, lo que podríamos llamar la canción cántabra del verano, 'Con el agua de limón', una jota a lo ligero con sutiles tintes de reguetón que se pega a la primera.

La valentía con la que se aproximan a la creación genera un resultado redondo y embriagador incluso para quienes son referentes del folclore en la comunidad. Sin embargo, ese arrojo no opera solo, sino en delicado equilibro con otros dos valores clave que la pareja aplica con naturalidad y determinación.