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Emprendimiento social en equipo en Cantabria. Con liderazgo femenino y principalmente rural. La nueva manera de hacer economía. Por Sandra Castañeda Elena.

Tarruco Huerta Ecológica: ¿Quién nos dará de comer?

María Leal Sánchez y András Miklós Hajdu en su huerta ecológica, Tarruco.

Sandra Castañeda Elena

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No sé si os lo habréis preguntado alguna vez: ¿Quién nos dará de comer cuando ya no haya personas dispuestas a quedarse en el campo y cultivar para el resto? Yo, especialmente desde que vivo fuera de la ciudad, me lo planteo con frecuencia. María Leal Sánchez y András Miklós Hajdu, fundadores de Tarruco, una huerta ecológica en la ladera sur del monte Caballar, en Villafufre, vinieron a Cantabria desde Londres precisamente para eso, para cuidar del suelo, de la biodiversidad y para alimentarnos con productos sanos y ricos. “Queremos dejar este rincón de la Tierra en un estado más fértil, más productivo, más resistente para las generaciones venideras”, dicen en su web. Creo que hay pocas, muy pocas cosas, que merezcan más un agradecimiento colectivo.

Aunque se conocieron en Italia mientras trabajaban en el Centro Común de Investigación (JRC) de la Unión Europea, fue durante su estancia en Reino Unido, con sendas ocupaciones universitarias estables, cuando decidieron dar el paso y vivir del campo. Imaginaron el destino ideal para realizar su sueño: “Estábamos decidiendo entre Hungría o España porque son nuestros países de origen. Acordamos que la situación en España sería mejor, así que empezamos a buscar un terreno por el norte -queríamos verde, mar y monte-. Yo, aunque soy de Salamanca, había venido bastante a Cantabria y me gustaba; y eso nos ayudó decantarnos. Encontramos una finca dentro de nuestro presupuesto, cerca de los servicios básicos, con unas vistas espectaculares en pleno valle del Pisueña y además descubrimos que teníamos vuelo directo a Budapest desde Santander”, explica María mientras damos los primeros pasos por Tarruco, que cumple ocho años como huerta. 

En enero de 2015, cuando aterrizaron en Cantabria, las tres hectáreas que ahora albergan manzanos, nogales y una inusual diversidad de verduras y flores, era simplemente un prado. “Hemos ido avanzando muy orgánicamente y sin préstamos bancarios, algo que nos recomendaron otros agricultores y que para nosotros ha sido importante. Al inicio plantamos los árboles y montamos el invernadero que compramos de segunda mano. Poco a poco hemos ido ampliando con nuevos bancales, cultivo de flores, el semillero que antes teníamos en casa y la sala de envasado en la que preparamos los pedidos cada semana”.

Recién llegados a su nuevo hogar, con una profesión por iniciar y sin contactos que les ayudaran a colocar la producción de manera regular, María y András se hicieron muchos mercados. Aunque apenas les resultaba rentable, les fue muy útil para darse a conocer y empezar a tejer relaciones con personas que, actualmente, son clientes fijos. De hecho, fue en su primer mercado, el campurriano de Reinosa de ese verano de 2015, en el que András, de origen húngaro, se soltó a hablar en español por primera vez. Fue, cómo no, para ofrecer sus verduras.

Algunos vecinos nos paraban para darnos las gracias por habernos establecido aquí

“Nos hemos adaptado estupendamente a Cantabria, el clima es fantástico, nos han tratado muy bien y nunca nos ha faltado de nada”, dice András en un perfecto español. “Cuando decidimos venir, la gente nos metía mucho miedo con los pasiegos, pero la realidad es otra. De hecho, algunos vecinos nos paraban para darnos las gracias por habernos establecido aquí. Yo creo que tiene que ver con que vinimos para hacer algo con la finca, con la tierra, y se identificaban con nosotros”, explica reflexivo al tiempo que vigila los bancales de salvia y cebollino que encantan a las abejas.

Tarruco es una de las huertas con más diversidad de producto ecológico en la comunidad. Además de los cultivos más típicos, de aquí salen micro brotes de kale y brócoli, hojas variadas de ensalada, tirabeque, rúcula, maíz dulce o pimiento húngaro. María se encarga, entre otras tareas, del cultivo de flores. En nuestro paseo nos sorprenden los primeros helicriso y en su perfil de Instagram se puede ver cómo van apareciendo, a lo largo de la temporada, dalias, ranúnculos, iris y anémonas con las que prepara unos ramos preciosos inspirada por la tradición floral británica y alguna que otra referente en redes sociales. “Las flores son alimento para el alma y fuente de biodiversidad para la finca”, apunta poética.

El aprendizaje lo han hecho sobre la marcha -acostumbrados ambos a la investigación- y con una gran dosis de organización y planificación, cualidades que aparecen recurrentemente en la conversación. Gracias a la experiencia del huerto urbano que tenían en Londres, infinitas lecturas, horas en internet, muchas charlas con otras agricultoras y agricultores ecológicos de Cantabria y el hacer diario, András, ingeniero ambiental agrícola y María, de montes, han ido construyendo el acervo que hoy les permite ser, ellos también, un referente en la comunidad.

En su página web se pueden hacer los pedidos que reparten cada jueves en puntos de recogida de Villafufre, Selaya, Sarón, Cabezón de la Sal, Torrelavega y Santander. También reconocen las bondades de asociaciones de consumidores y productores como Efecto Ecológico: “Para nosotros es superfácil porque llevamos la cosecha a granel y en su almacén preparan las cajas individualizadas. Y para el cliente es muy cómodo, porque puede hacer una compra semanal completa con productos de varias huertas, además de los no perecederos”. La confianza es fundamental para mantener la relación con sus clientes; por eso, la huerta está abierta en todo momento para quien quiera pasar a conocerla.

Hablando del futuro, María señala una zona en la que pastan las vacas de un vecino: “En esta parte de la finca está proyectada nuestra casa, con el almacén en la parte de abajo. También queremos hacer un obrador para añadir valor a algunos productos que, en fresco, no dicen tanto”. El nombre ‘Tarruco’, con terminación cántabra, viene de ese interés por procesar alimentos de la huerta y envasarlos en tarros. “Pero ese es otro arte”, reconoce.

Se nota que a María y a András les encanta su quehacer y que son unos trabajadores incansables. No contentos con adaptarse a un lugar desconocido, aprender un oficio y desarrollar relaciones nuevas, han tenido aquí a sus hijos, Daniel y Emma, que saludan sonrientes desde la furgoneta cuando nos despedimos. “Los críos también están en el asunto”, añade András detrás del volante. “Estaría guay ver cómo, si quieren, se involucran y entonces habría que ver cómo nos adaptamos para que esto dé para una o dos personas más. Queremos un crecimiento natural, como antes, acorde a lo que permite el terreno y los tiempos”. Desde mi visita a Tarruco, pienso de vez en cuando en Daniel y en Emma; ojalá que algún día decidan quedarse y seguir cultivando la huerta con tanto amor para todas nosotras.

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