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Cantabria, la tierra de las bibliotecas perdidas

6 de agosto de 2022 19:45 h

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Bibliotecas perdidas, bibliotecas recuperadas, bibliotecas aguadas, quemadas, vendidas o directa y simplemente robadas, bibliotecas expatriadas y bibliotecas vacías, bibliotecas represaliadas, bendecidas, publicitadas u olvidadas. Una biblioteca, en Cantabria, puede tener muchos destinos y buena parte de ellos no dejan huella. Bibliotecas que configuraron tesoros en papel cuando el papel tenía un valor intelectual en una era predigital.

Hace una década, uno de los contenedores de la Plaza de Numancia, en Santander, 'anocheció', cercado por las elevadas crestas de las montañitas que formaban los tomos de un enciclopedia Espasa Calpe, otrora un objeto de lujo, cuyo valor en la era digital es el de su peso en papel.

Desde hace décadas, la joya de la Corona bibliográfica de Cantabria, la Biblioteca de Menéndez Pelayo, se va consumiendo sin que se adopten medidas drásticas para su conservación, ya que la recuperación de lo dañado parece imposible. Almacenada provisionalmente en el Archivo Histórico Provincial, a la espera de que terminen las obras de la sede noble de la calle Gravina, los legajos y libros han tenido que ser 'desinsectados' por toda la vida que encerraban sus cubiertas. Por no hablar de los hongos, el daño causado por el vertido del agua cuando se extinguió el incendio de MAS (cuya biblioteca se quemó), situado en los aledaños, o proyectos de restauración de una sede en donde perviven las moquetas, criaderos de insectos y gérmenes donde los haya.

Los 77 millones de euros en que se ha valorado el depósito que el polígrafo cedió a la ciudad no han parecido preocupar demasiado. Tintas corridas, tomos excavados con cavernas por xilófagos, tomos como bloques que ya no se pueden abrir... Es lo que tiene el papel cuando uno solo se fija en el soporte.

Al otro lado de la balanza se encuentran otras bibliotecas como es el caso de la Biblioteca María Luisa Pelayo, sobrina del Marqués de Valdecilla, el cual da nombre al hospital de referencia en Cantabria y a una biblioteca histórica de la Universidad Complutense a la que él contribuyó con su donación económica, aunque documentalmente no haya rastro allí del legado del marqués.

María Luisa Pelayo y su tío Ramón fueron los creadores de la Casa de Salud Valdecilla, y aunque ella no se cubrió de gloria precisamente en su relación posterior con el auténtico artífice del hospital, el doctor y primer director gerente Wenceslao López Albo, sí que la Biblioteca Marquesa de Pelayo científica e histórica que ahora conserva el hospital fue mérito suyo.

La bibliografía científica de Valdecilla está ligada a las suscripciones a revistas electrónicas, pero el fondo histórico no deja de crecer. En los últimos dos años la Biblioteca ha aceptado más de 25 donaciones gratuitas de particulares o instituciones públicas y privadas gracias a una política activa de captación de fondos bibliográficos.

Ubicada en la segunda planta del Pabellón 16 de Valdecilla, la Biblioteca Marquesa de Pelayo lleva acumulados más de 750.000 accesos a su página web y cuenta actualmente con 890 revistas en papel. Incluye revistas únicas correspondientes al período 1929-1985. Se trata de fondos especiales porque las bibliotecas hospitalarias no se generalizaron hasta la implantación del sistema MIR en 1985. También dispone de 10.000 monografías, la mitad de ellas electrónicas.

Es la segunda biblioteca especializada en ciencias de la salud más antigua de España, por detrás de Basurto. Sin embargo, se trata de la primera biblioteca considerada moderna al haber sido diseñada dentro del hospital como un servicio más.

En el medio, hay una panoplia de situaciones de todo tipo. Por ejemplo, la biblioteca Marqués de Valdecilla de la Complutense está especializada en fondo antiguo, con un núcleo duro de la donación de Francisco Guerra, que el expresidente de Cantabria Juan Hormaechea no quiso para la comunidad. Aunque documentos del marqués no tiene, sí que han llegado a sus estanterías restos de naufragios librescos, como el de la colección de Fernando Fernández de Velasco, cuya espectacular colección, reunida ejemplar a ejemplar y desaparecida sin más, mantiene 42 pecios supervivientes en la Complutense.

Fernando Fernández de Velasco fue un político integrista cántabro que habitó el Palacio de Soñanes. Allí, en Villacarriedo, tenía su biblioteca, la cual desapareció, no está claro si robada o vendida a comerciantes del circuito bibliófilo. La desaparición de esta biblioteca, con ejemplares de los tiempos de Isabel de Castilla, es una de las grandes tragedias patrimoniales de Cantabria, por más que en la Complutense, en la colección Francisco Guerra, se hayan localizado ejemplares.

Otra biblioteca histórica expatriada en Madrid es la de los condes de Mortera. El Archivo Histórico de la Fundación Antonio Maura, de quien el conde era descendiente, completó de este modo en 1996 el fondo documental 'Gabriel Maura Gamazo' al que pertenecían, para su preservación y consulta.

No por repetitiva menos triste fue lo ocurrido con bibliotecas de instituciones y personalidades de la República durante la Guerra Civil. La biblioteca y la casa de Matilde de la Torre en Cabezón de la Sal fueron requisadas. Con sus libros, los falangistas construyeron una pira en cuya cúspide se colocó un retrato de esta periodista, escritora, pedagoga y política socialista. Era el sino de esa década, tan amante de las piras.

El doctor Madrazo (Enrique Diego-Madrazo y Azcona, destacado cirujano natural de Vega de Pas) fue un ilustrado progresista que tuvo la mala suerte de coincidir con el franquismo. En las cárceles franquistas pasó cuatro años y solo lo dejaron salir cuando tenía más de 90 años, ciego y gravemente enfermo, para morir un un año después, en 1942.

Su biblioteca fue expoliada y la familia fue recuperando los libros uno a uno, el conjunto de los cuales fue donado a la biblioteca de la Universidad de Cantabria.

Ateneos y bibliotecas populares no se escaparon de la razia. La biblioteca popular Reclús fue creada por la Comisión de Bibliotecas para dar vida intelectual a las barriadas de Santander. Esta en concreto abrió sus puertas en Puertochico, hecho del que no ha quedado rastro. Corría el año 1937, cuando las tropas sublevadas tomaron la capital de Cantabria.

El actual Ateneo de Santander ocupa la sede del que fuera Ateneo Popular, otra institución cultural que ha pasado al olvido. Con ella desapareció su biblioteca, aunque no los 82 tomos de su 'Enciclopedia universal ilustrada europeo-americana', de Espasa Calpe, cuya propiedad ateneísta y republicana quedó puesta de relieve cuando se fueron a reclamar los tomos actualizados.

Lo cuenta el escrito Rafael Pérez Llano en su blog 'Unos cuantos textos': “Un día, una Reconocida Institución Cultural santanderina (sic) con cierta tendencia a la suplantación, estando en posesión de una enciclopedia Espasa de la que sus gestores no habían hecho caso durante años, solicitaron a la editorial los suplementos que faltaban. Los suscriptores obtenían un precio más barato que los que compraban los anexos como nuevos clientes. La Reconocida Institución se consideraba suscriptora, pero no poseía documentación que lo acreditase ni figuraba en los registros de clientes. Espasa, sin embargo, tenía una solución: bastaba un código escrito a lápiz en una de las páginas para comprobar la identidad del adquiriente. El código resultó ser el del Ateneo Popular”.

El franquismo, pese a su carácter depredador, pudo parar proyectos culturales, pero no destruirlos. La Biblioteca María Luisa Pelayo, citada anteriormente, siguió siendo de referencia en el ámbito biomédico por más que su trayectoria quedara abortada en 1937. Aún siguen apareciendo restos en sitios tan insospechados como aparcamientos o antiguos mortuorios como el de Liencres.

“La Biblioteca Marquesa de Pelayo es la biblioteca de la Edad de Plata de las Ciencias Españolas. Si contamos con las bibliotecas del Centro Edad de Plata, con sede en Santander, de la Casona de Tudanca y de la Fundación Gerardo Diego, Cantabria puede ser considerada una súper potencia de la Edad de Plata de las Letras y de las Ciencias Españolas. No hay nadie en España que tenga tanto como nosotros. Esta riqueza está aún por explorar de forma coordinada”, asegura el responsable de la biblioteca biomédica, Mario Corral.

Bibliotecas perdidas, bibliotecas recuperadas, bibliotecas aguadas, quemadas, vendidas o directa y simplemente robadas, bibliotecas expatriadas y bibliotecas vacías, bibliotecas represaliadas, bendecidas, publicitadas u olvidadas. Una biblioteca, en Cantabria, puede tener muchos destinos y buena parte de ellos no dejan huella. Bibliotecas que configuraron tesoros en papel cuando el papel tenía un valor intelectual en una era predigital.

Hace una década, uno de los contenedores de la Plaza de Numancia, en Santander, 'anocheció', cercado por las elevadas crestas de las montañitas que formaban los tomos de un enciclopedia Espasa Calpe, otrora un objeto de lujo, cuyo valor en la era digital es el de su peso en papel.