En el teatro, el concepto de ‘cuarta pared’ hace referencia a ese muro invisible que separa en el proscenio a espectadores y actores. Derribar esa convención, esa ‘cuarta pared’, ha sido, por lo tanto, tarea transgresora por antonomasia tanto en el teatro como, metafóricamente, fuera de él. Hablar de Santander derribando esa ‘cuarta pared’ es confundir actor y espectador, testigo y decorado, de tal modo que los personajes de esta ciudad ensimismada con su reflejo den un paso atrás para dejar que el observador sea, si acaso una vez, el protagonista de su tragicomedia cotidiana.
La guerra de Faustino, el barbero de Santander que tomó París y desfiló con De Gaulle por los Campos Elíseos
Antes de acabar sus días como peluquero en Francia, Faustino Solana fue soldado, combatió nueve años en dos continentes y escoltó a Charles de Gaulle por los Campos Elíseos tras la liberación de París. Sobre el vehículo semioruga llamado 'Santander', Faustino, conocido como 'El Montañés', y sus camaradas de armas fueron los primeros que liberaron la capital francesa y De Gaulle quiso concederles el honor de desfilar con él a la sombra del Arco del Triunfo.
Los hechos de armas de Faustino Solana lo convirtieron en un combatiente mítico, junto con otros españoles de La Nueve del capitán Raymond Dronne, la compañía de choque cuajada de republicanos y anarquistas españoles de la Segunda División Blindada de Leclerc, una reformulación del Regimiento de Marcha del Chad, en donde comenzó la segunda guerra que vivieron varios centenares de españoles. Que 'El Montañés' fuera ácrata o que otros fueran socialistas o comunistas poco importaba entonces a la hora de luchar contra el nazismo.
Una década en armas para acabar tranquilamente en una barbería del norte de Francia. El santanderino Faustino Solana tiene el reconocimiento a su participación en la liberación de París y otros hechos heroicos de la Segunda Guerra Mundial en el Jardín de La Nueve, de la capital francesa, gracias al esfuerzo de dos mujeres: la historiadora Evelyn Mesquida que, investigó uno por uno a los españoles de La Nueve y los sacó del olvido; y Anne Hidalgo, alcaldesa de París y descendiente de españoles.
Mientras en París los reyes inauguraban el jardín conmemorativo, en España el silencio sigue imperando. En la capital cántabra, en donde las calles aún guardan nombres de generales del franquismo, las gestas de Faustino y sus compañeros no tienen cabida y son perfectamente ignorados.
Solana no fue el único cántabro que engrosó las filas de la mítica Nueve, pero sí que fue el más conocido. Autores como Evelyn Mesquida y José Manuel Puente, en sus libros 'La Nueve: los españoles que liberaron París' y 'El exilio resistente', respectivamente, amplían el abanico a Ricardo Mercier Martínez (Santander), Pedro Sierra (Santander), Lucas Camons (Santander) y Emiliano García Rodríguez (Selores).
En aquellos años de guerra, las biografías de prácticamente todos en un momento dado confluyen en el norte de África, tras la caída de Francia, ocupada por Alemania en 1940. En el continente africano, desertan de la Legión Francesa u otras unidades francesas y se integran en unidades en formación bajo el mando de Leclerc y a las órdenes de la Francia Libre de Charles de Gaulle.
A partir de ahí fue un no parar de guerra continua: entrenados en África y Reino Unido, desembarcaron en agosto de 1944 en Normandía, liberaron París y Estrasburgo y tomaron el 'Nido de Águila', el refugio alpino y bávaro (Berchtesgaden) de Adolf Hitler. En medio hubo decenas de combates y batallas como la de la bolsa de Falaise y Ecouché, que no desmerecen ante aquellas otras grandes hazañas.
Tras la batalla de Écouché, la Segunda División Blindada se dirigió a París, como consecuencia de la exigencia de De Gaulle a sus aliados norteamericanos, los cuales preferían pasar de largo y dirigirse directamente a Alemania. Einsenhower, al frente de las fuerzas aliadas, finalmente cedió y permitió que Leclerc se dirigiera a París para conquistarla. Al frente de la División iba la compañía española. El 24 de agosto La Nueve cruzó toda la capital francesa, aún ocupada por las tropas alemanas en un golpe de mano audaz con el que se apoderaron del Ayuntamiento. Fue el comienzo de la liberación de la ciudad por lo ejércitos francés y estadounidense.
El 21 de noviembre, la división y por lo tanto la mítica compañía, participó en la liberación de Estrasburgo. Tras la liberación de Alsacia, participó en la invasión de Baviera. Faustino Solana acabó su aventura a los pies del 'Nido de Águila'. Luego fue desmovilizado.
Cuando a finales de 1944, De Gaulle, recién liberado París, quiso celebrar un desfile, eligió a La Nueve de Raymond Dronne para que lo acompañara. Entre los semioruga que acompañaban a De Gaulle el día 26 estaba el 'Santander' con Faustino Solana a bordo.
La guerra de Faustino
Faustino Solana, 'El Montañés', es el más representativo del grupo y su historia, a grandes rasgos, es la de la mayoría. Evelyn Mesquida, autora del libro 'La nueve: los españoles que liberaron París', es la investigadora clave en la recuperación de la memoria de este hombre, a quien entrevistó personalmente. Gracias a ella se conocen los detalles de su azarosa existencia.
Solana nació en Santander en 1914, en el seno de una familia numerosa de siete hijos, cuyo padre la abandonó al emigrar a Cuba. Con 16 años vivió la declaración de la República y cinco años después, con el estallido de la Guerra Civil, luchaba en el Frente Norte. Tras la caída de Asturias, huyó en barco a Burdeos y volvió a entrar en España por Cataluña. El segundo exilio se produjo en 1939, con la retirada general a Francia.
Recluido en un campo de concentración, se enroló en la Legión Extranjera y fue enviado al norte de África. Dos años después desertó, llevándose una cantimplora y un fusil para integrarse en el Regimiento de Marcha del Chad, comandado por Lecrec, germen del ejército de la Francia Libre.
Trasladado a Inglaterra, en donde concluyó su adiestramiento, Faustino Solana desembarcó en Normandía a primeros de agosto y participó en duros combates como los de Falaise, con los que los aliados querían internarse en Francia en dirección a Alemania. A finales de agosto los ejércitos aliados flanqueaban París sin intención de detenerse. Para el mando conjunto aliado el objetivo era acabar la guerra cuanto antes, pese a que en su marcha hacia Alemania quedaran atrás importantes fuerzas nazis embolsadas.
De Gaulle se plantó, entre otras cosas para evitar que la guerrilla comunista insurrecta tuviera protagonismo a la hora de liberar la capital, y los aliados permitieron que Leclerc se desviara a la ciudad, que tomó el 25 de agosto gracias a un golpe audaz de la compañía española. Faustino Solana fue desmovilizado en 1945 y decidió quedarse en Francia al comprender que ningún país estaba interesado en desalojar a Franco del poder en España. Era la hora de la guerra fría.
La historia de Faustino y sus camaradas hubiera dado para un 'Band of Brothers' a la española, pero sus hazañas apenas han merecido la atención de la literatura y el cine. El empeño en Francia en arrinconar la memoria de aquellos españoles que podían empañar su relato heroico no contribuyó precisamente a dar relieve a la gesta española.
Recientemente han empezado a moverse las cosas. 'La Nueve: los españoles que liberaron París', el libro de Evelyn Mesquida, periodista y corresponsal durante años de la revista 'Tiempo' en París, abrió la espita, primero del conocimiento y luego del reconocimiento. Más allá de una referencia de pasada en el clásico de Dominique Lapierre y Larry Collins, '¿Arde París?', empiezan ahora a proliferar estudios, documentales, novelas y proyectos de películas, pero el olvido es demasiado espeso, sobre todo en Santander, la ciudad a la que Faustino Solana nunca volvió.
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En el teatro, el concepto de ‘cuarta pared’ hace referencia a ese muro invisible que separa en el proscenio a espectadores y actores. Derribar esa convención, esa ‘cuarta pared’, ha sido, por lo tanto, tarea transgresora por antonomasia tanto en el teatro como, metafóricamente, fuera de él. Hablar de Santander derribando esa ‘cuarta pared’ es confundir actor y espectador, testigo y decorado, de tal modo que los personajes de esta ciudad ensimismada con su reflejo den un paso atrás para dejar que el observador sea, si acaso una vez, el protagonista de su tragicomedia cotidiana.
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