'Cántabros con Historia' es un blog en el que intentaremos sacar brillo a los logros de todos esos personajes ilustres por cuyas calles paseamos a diario sin tener ni idea de cuáles fueron sus méritos. En los textos que siguen intentaremos trazar la biografía de unos hombres y mujeres que, desde una pequeña tierra en el norte de España, contribuyeron con sus aportaciones al desarrollo de la ciencia, la literatura, la política o el arte. Este blog, patrocinado por la Consejería de Cultura del Gobierno de Cantabria, está escrito por el periodista Miguel Ángel Chica y tiene como única pretensión reivindicar su memoria, para que sus nombres permanezcan en el recuerdo. Los estudiantes del Ciclo Formativo de Técnico Superior en Ilustración de la Escuela de Arte número 1 de Puente San Miguel son los encargados de retratar, a través de distintas técnicas pictóricas, a todos los protagonistas.
Bruno Alonso, el sindicalista que proclamó la República
En 1942 el vapor Nyassa zarpó desde Orán con destino a México cargado de republicanos españoles. Entre los miles de hombres y mujeres derrotados en la guerra viajaba Bruno Alonso, obrero y sindicalista, miembro de la UGT y del PSOE, fundador de las Juventudes Socialistas de Cantabria, el hombre que en abril de 1931, desde un balcón del edificio del Gobierno Civil, había proclamado en Santander la II República.
Como todos los exiliados, cargaba con un pasado desgarrador y afrontaba un futuro incierto. Tenía 55 años cuando se instaló en Ciudad de México, donde encontró empleo como lavaplatos. Cuando el patrón conoció su verdadera identidad le ofreció un trabajo menos penoso y un aumento de sueldo, pero Alonso se negó alegando que no podía aceptar ningún privilegio que no hubiera ganado con su propio esfuerzo.
Por este y otros motivos Bruno Alonso tuvo siempre, incluso entre sus enemigos, fama de hombre incorrompible. Se le consideraba un político honesto, con un profundo sentido de la ética que no perdió nunca. Había nacido en Siete Villas, Arnuero, en 1887. Su padre era un campesino que alternaba el campo con trabajos esporádicos como herrero. Cuando Alonso tenía dos años la familia se trasladó a Santander. Con 12 años entró como aprendiz en un taller metalúrgico. Ejercería el oficio durante 40 años en empresas como Corcho, Solvay y la Compañía de Ferrocarril del Norte.
Bruno Alonso era entonces, había sido siempre, un hombre delgado y miope, enérgico y severo. Durante su época de diputado en Madrid destacó por sus intervenciones directas y desnudas de retórica. Su discurso, siempre polémico, no conocía otro recurso que la franqueza y causaba estupor en unas Cortes acostumbradas a sutiles figuras literarias. Alonso solía acudir al Congreso con boina, y pronto empezó a ser conocido como “el diputado sin corbata”. En cierta ocasión no tuvo reparos en abofetear en público a un marqués que se lamentaba de la bajeza que cometía el país dándole un escaño a un obrero de la metalurgia.
Alonso conocía de manera instintiva el valor político de las acciones y quizás por eso nunca dejó su trabajo en la fábrica, que compaginó con sus tareas como diputado. Cuando la empresa para la que trabajaba recibió el encargo de construir un barco guardacostas atribuyó el pedido a la influencia de Alonso en Madrid y recompensó a su empleado con una prima en metálico. Alonso ni siquiera abrió para comprobar cuánto dinero había dentro, lo entregó en la Casa del Pueblo de Santander y sugirió que se utilizara el contenido para comprar una biblioteca.
No eran gestos emparentados con la propaganda. Alonso conocía de primera mano la situación de los trabajadores cántabros porque había sido durante toda su vida un trabajador cántabro. A principios del siglo XX las empresas utilizaban tácticas de guerra sucia contra sus empleados para mantener los beneficios. Los obreros que se organizaban para exigir mejoras laborales recibían palizas o acababan muertos en un callejón.
En ese contexto se fraguó el espíritu reivindicativo de Alonso, en aquellas luchas que parecían condenadas al fracaso se afiló su sentido de la oportunidad. Era un adolescente cuando se unió a la Sociedad de Metalúrgicos de Santander, integrada en la Unión General de Trabajadores (UGT) y posteriormente en el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y algo debieron de ver en él sus compañeros porque en 1904, con solo 17 años, lo eligieron presidente de la organización.
Su labor al frente del sindicato topó con los obstáculos de costumbre. Alonso sufrió represalias patronales, amenazas y persecuciones que le obligaron a dejar Santander e instalarse en Bilbao durante dos años. Poco después de su regreso, en 1917, fue encarcelado durante 70 días por participar en una huelga general. Ese mismo año se creó el Sindicato Metalúrgico Montañés, del que fue elegido presidente. Cuando cinco después, en 1922, se constituyó la Federación Obrera Montañesa de la UGT los trabajadores volvieron a recurrir a Alonso para ocupar la presidencia de la organización. El nombramiento lo confirmaba, de facto, como el líder indiscutible del movimiento obrero en Cantabria.
En virtud de su posición el régimen de Primo de Rivera intentó atraerlo a la causa de la dictadura. En un principio la UGT se avino a colaborar con el dictador y Alonso fue designado diputado provincial en 1924, un cargo que rechazó alegando que las instituciones del Estado habían dejado de ser democráticas. Durante los años siguientes las tensiones entre el sindicato y el gobernador civil, el general Andrés Saliquet, fueron en aumento. En 1928 Alonso fue encarcelado durante seis meses en Potes. Dos años después, con el PSOE y la UGT posicionados ya de manera abierta a favor de la República, Alonso volvió a prisión por participar en la organización de la huelga revolucionaria de diciembre de 1930.
La República, que tiempo atrás parecía inalcanzable, se alcanzó en el plazo de un año. El 14 de abril de 1931, como presidente del Comité Revolucionario Provincial, Bruno Alonso se hizo cargo del Ayuntamiento y proclamó la República desde el Gobierno Civil. Desde ese momento su destino quedó unido al de una República frágil a la que acechaban enemigos poderosos.
Durante los años que pasó como diputado en Madrid representando a la minoría socialista, con boina y sin corbata, Bruno Alonso nunca dejó de ser un sindicalista. Se dedicó a defender los derechos y las condiciones de vida de los trabajadores cántabros, reclamando medidas para hacer frente al paro provocado por la crisis de la industria regional. Obtuvo, además, fondos para mejorar el puerto de Santander y la Estación Biológica Marina. Gracias a sus gestiones se aprobó la traída de aguas a Camargo, que lo nombró hijo adoptivo, se subvencionó la Universidad Internacional de Verano de Santander y se reformaron las instalaciones de las cárceles cántabras, donde tantas veces había estado preso por reclamar los derechos de una mayoría frente a los privilegios de unos pocos.
Alonso fue durante la II República el socialista más influyente de Cantabria. Fundó las Juventudes del partido y tuvo un papel destacado en los debates sobre la orientación y las políticas de la organización. Defendió las tesis de Besteiro, contrario a formar coaliciones con el resto de partidos republicanos, que fueron apoyadas por una amplia mayoría de la militancia gracias a su ascendencia dentro del partido. Formó parte del Comité Revolucionario Provincial durante la huelga revolucionaria de 1934 aprovechando su inmunidad parlamentaria, que impedía que pudiera ser juzgado.
El 18 de julio de 1936 Bruno Alonso recibió en Madrid las noticias del alzamiento militar. Indiferente al peligro que suponía cruzar un país que empezaba a dividirse en dos bandos y se precipitaba a la guerra, Alonso viajó en tren hasta Santander convencido de que su presencia podía inclinar la balanza y asegurar la fidelidad de las instituciones cántabras a la República. Cantabria se mantuvo leal, pero la guerra se mostró inflexible.
Bruno Alonso no era un intelectual, era un obrero de la metalurgia con un sentido estricto del deber que nunca, desde sus primeros años en los sindicatos obreros, eludió sus responsabilidades cuando la situación exigía acciones, no manifiestos. Formó parte del Comité de Guerra constituido por el Frente Popular y poco después fue nombrado Comisario de Guerra en la Junta de Defensa de Santander. En septiembre de 1936 recibió el cargo de Comisario General de la Flota Republicana. Para cumplir su tarea se trasladó a Cartagena. Desde allí luchó y perdió la guerra y desde allí partió hacia el exilio en 1939.
En el exilio lo encontramos en 1942, al principio de este texto, en la Ciudad de México. En esa ciudad ruidosa y alegre, que nunca fue del todo un lugar extraño para los republicanos españoles, Bruno Alonso vivió durante 35 años hasta el último día de su vida. Cuando era un anciano de casi 90 años los dirigentes del nuevo PSOE nacido en Suresnes le hicieron una visita para ofrecerle la presidencia de honor del partido. La oferta venía acompañada de un cheque. Franco había muerto, la guerra parecía olvidada, el socialismo que había sido minoritario durante la República se preparaba para ganar elecciones. Bruno Alonso rechazó el cargo y el cheque. Murió poco después, en 1977, hace 40 años, con la nostalgia del derrotado que nunca ha sido vencido.
En 1942 el vapor Nyassa zarpó desde Orán con destino a México cargado de republicanos españoles. Entre los miles de hombres y mujeres derrotados en la guerra viajaba Bruno Alonso, obrero y sindicalista, miembro de la UGT y del PSOE, fundador de las Juventudes Socialistas de Cantabria, el hombre que en abril de 1931, desde un balcón del edificio del Gobierno Civil, había proclamado en Santander la II República.
Como todos los exiliados, cargaba con un pasado desgarrador y afrontaba un futuro incierto. Tenía 55 años cuando se instaló en Ciudad de México, donde encontró empleo como lavaplatos. Cuando el patrón conoció su verdadera identidad le ofreció un trabajo menos penoso y un aumento de sueldo, pero Alonso se negó alegando que no podía aceptar ningún privilegio que no hubiera ganado con su propio esfuerzo.