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Concepción Arenal, una revolucionaria feminista nacida en 1820

Concepción Arenal tenía nueve años. Su padre acababa de morir en prisión. Cumplía condena por sus ideas liberales. Ángel del Arenal, miembro de una ilustre familia de Santander, fue un militar sobrevenido en la guerra contra los franceses. Como muchos de sus compañeros se opuso al absolutismo de Fernando VII y lo combatió con las armas. Fue derrotado. Sufrió la venganza del rey. Murió enfermo, solo, olvidado. Su familia abandonó Ferrol, donde Concepción había nacido en 1820, y se trasladó a Cantabria. María Concepción de Ponte era una viuda reciente, estricta, perteneciente a una influyente familia gallega. Se instaló con sus tres hijas en Armaño. Una aldea pequeña, en el valle de Liébana. Tierra de adolescencia para Concepción Arenal, que sufre otra pérdida: su hermana menor muere en 1830. Cinco años después la familia abandona la aldea y se traslada a Madrid.

Concepción Arenal no olvidará a su padre, no olvidará el valle de Liébana. Es una joven inquieta. La ciudad le asfixia. Vuelve la vista atrás. Quiere regresar. Pero ya ha aprendido que las pérdidas son permanentes. Tiene quince años. Una curiosidad interminable. Devoción por los libros. Aprende francés e italiano por su cuenta. Quiere estudiar. Su madre está de acuerdo. Pero sus ideas divergen. María Concepción de Ponte matricula a sus hijas como externas en el colegio de Tepa. El programa de estudios del centro es sencillo: consiste en enseñar a niñas de familias bien a comportarse en sociedad. Concepción Arenal, decepcionada, aprende filosofía y ciencias a solas en libros que rescata de bibliotecas familiares perdidas. La distancia que la separa de su madre es inmensa. No solo forman parte de generaciones distintas, están situadas en siglos opuestos.

En 1840 Concepción Arenal regresa a Liébana para cuidar a su abuela enferma, que agoniza. En Cantabria recupera el recuerdo del padre. La opresión materna se alivia. Toma una decisión. Preconfigura su legado: en adelante seguirá el camino que ha elegido, a pesar de todo y de todos. La fatalidad, o el destino, dan el visto bueno a su decisión. Su abuela muere dejándole en herencia todos los bienes de la familia. Un año después, de manera repentina, muere su madre. Concepción Arenal tiene 21 años, una resolución en mente, los medios necesarios, la voluntad.

Una mujer en la universidad

En la Facultad de Derecho de la Universidad de Madrid, en el año 1841, un alumno al que nadie recuerda acude cada día puntual a clase. Su aspecto resulta peculiar, incluso para los estándares de una ciudad tan grande. Pelo corto, levita, capa y sombrero de copa. Un excéntrico, señalan sus compañeros. Un proviciano, aseguran otros. Es un alumno silencioso. Toma notas, concentrado. Presta toda la atención posible. Es consciente de que asume riesgos. Su identidad no debe ser revelada. Se llama Concepción Arenal y las leyes no le permiten asistir a la universidad. Ninguna mujer puede hacerlo.

Ocurre que un día es descubierta. El rector se ocupa del asunto. Parece un mero trámite burocrático. Desde su punto de vista no hay mucho que discutir. Pero Concepción Arenal se empeña en seguir aprendiendo. Discute, razona, exige. En algún momento de la discusión el rector y la alumna llegan a un acuerdo. Concepción Arenal tendrá que hacer un examen para demostrar sus conocimientos. Después, el claustro decidirá. A veces las revoluciones ocurren así, en una habitación cerrada, y nadie sospecha, ni siquiera los implicados, que se han puesto en marcha mecanismos complejos que terminarán transformando la sociedad.

Los resultados del examen fueron tan diáfanos que el rector se vio obligado a aceptar a Concepción Arenal en el centro. Pero las revoluciones, a veces, son lentas. Concepción Arenal tuvo que aprender en los términos de una comunidad educativa que negaba la enseñanza a las mujeres. Nunca pudo matricularse. Asistió como oyente. No realizó más exámenes. Y, por supuesto, no recibió ningún título. Tampoco le fue permitido interactuar con el resto de alumnos. A cambio, no tuvo que volver a disfrazarse de hombre. Cada mañana un bedel la recogía en la puerta del centro y la conducía hasta una habitación dispuesta al efecto. Allí, Concepción Arenal, a solas, esperaba el comienzo de la clase. El profesor la recogía, la conducía al aula, la sentaba en una zona apartada y, al concluir, la devolvía a la habitación, donde Arenal esperaba al siguiente profesor y a la siguiente clase. Su estancia en universidad duró cuatro años, hasta 1845.

Una mujer entre intelectuales

En la universidad Concepción Arenal conoció a Fernando García Carrasco, un hombre 15 años mayor que ella, con el que se casó en 1848. Establecieron un matrimonio igualitario. Arenal recuperó sus ropas de hombre para poder acompañar a su marido a las tertulias políticas y literarias de Madrid. Tuvieron dos hijos: Ramón y Fernando. Arenal, licenciada en Derecho sin título, resuelve hacerse escritora. Publica sus primeras obras: teatro, poemas, zarzuelas, una novela perdida. En 1855 aparecen sus primeros artículos en La Iberia, un influyente periódico liberal. Su prosa es clara, expositiva. Su marido escribe los editoriales. Cuando García Carrasco muere a causa de una tuberculosis en 1857, Concepción Arenal recoge el testigo y se hace editorialista. En mayo de ese año el Gobierno de Nocedal promulga una ley que obliga a firmar todos los artículos en prensa y Concepción Arenal se queda sin trabajo.

Vuelve a Cantabria. Deja Madrid acompañada de sus dos hijos y se instala en Potes. Tiene 37 años. Ha perdido la resolución, la energía. Demasiados obstáculos. Alquila una casa que pertenece a la madre del violinista Jesús de Monasterio. El músico se convertirá en uno de sus amigos más cercanos. Establecen una relación cómplice. Se comprenden, se ayudan. Monasterio es un hombre religioso que acaba de fundar las Conferencias de San Vicente de Paúl. Consigue convencer a Arenal para que funde una sección femenina de la sociedad. El año es 1859. Durante el resto de su vida el trabajo humanitario a través de organizaciones sociales ocupará la mayor parte del tiempo de Concepción Arenal.

En 1860 publicó el ensayo La beneficencia, la filantropía y la caridad, que obtuvo el premio de la Academia de Ciencias Morales y Políticas. Arenal publicó el libro ocultando su verdadera identidad. Utilizó el nombre de su hijo Fernando, que tenía diez años. Cuando la Academia descubrió el engaño dejó el premio en suspenso. Se abrió: ¿Podía premiarse a una mujer? No existían precedentes. Concepción Arenal obligaba a crearlos. Finalmente, a la vista de los méritos de la obra, los académicos no tuvieron opciones. Concepción Arenal recibió el premio. Otra pequeña revolución.

En 1863 Arenal se convirtió en la primera mujer que recibió el cargo de visitadora de cárceles femeninas. Hasta entonces un puesto ocupado en exclusiva por hombres. Conservó el trabajo hasta 1865. Fue cesada por publicar un ensayo titulado Cartas a los delincuentes en el que defendía una reforma del Código Penal desde posiciones cercanas al krausismo. Utilizó su experiencia para analizar el sistema penitenciario en ensayos como El reo, el pueblo y el verdugo o La ejecución de la pena de muerte. Su Oda a la esclavitud, de 1866, fue premiada por la Sociedad Abolicionista de Madrid.

Una mujer entre mujeres

Con la Revolución de 1868 la sociedad desplaza su eje hacia posiciones progresistas. Concepción Arenal se interesa cada vez más por el krausismo y entabla amistad con sus principales teóricos: Francisco Giner de los Ríos, Fernando de Castro y Gumersindo de Azcárate. Focaliza su interés por la educación en la educación de la mujer. Dicta las Conferencias Dominicales para la Mujer en el paraninfo de la Universidad Central de Madrid. Participa en la creación de la Asociación para la Enseñanza de la Mujer y la Escuela de Institutrices.

En 1869 publica La mujer del porvenir, un ensayo escrito en 1861. El libro ha permanecido encerrado en un cajón durante ocho años, esperando un clima propicio. Es un libro feminista, que defiende el libre acceso de la mujer a la educación y tira por tierra las teorías que promueven la superioridad del hombre en función de criterios biológicos. Tras La Mujer del porvenir llegarán otras obras como Estado actual de la mujer en España o La mujer trabajadora. Critica la disparidad de sueldos de las trabajadoras de la industria con respecto a sus homólogos masculinos, abre debates silenciados. En La Educación de la Mujer escribe: Es un error grave y de los más perjudiciales, inculcar a la mujer que su misión única es la de esposa y madre [...]. Lo primero que necesita la mujer es afirmar su personalidad, independientemente de su estado, y persuadirse de que, soltera, casada o viuda, tiene derechos que cumplir, derechos que reclamar, dignidad que no depende de nadie.

Concepción Arenal murió en Vigo, en 1893, a los 73 años de edad. La revolución que puso en marcha le sobrevivió. Fue recogida por otras mujeres que tampoco se resignaron.

Concepción Arenal tenía nueve años. Su padre acababa de morir en prisión. Cumplía condena por sus ideas liberales. Ángel del Arenal, miembro de una ilustre familia de Santander, fue un militar sobrevenido en la guerra contra los franceses. Como muchos de sus compañeros se opuso al absolutismo de Fernando VII y lo combatió con las armas. Fue derrotado. Sufrió la venganza del rey. Murió enfermo, solo, olvidado. Su familia abandonó Ferrol, donde Concepción había nacido en 1820, y se trasladó a Cantabria. María Concepción de Ponte era una viuda reciente, estricta, perteneciente a una influyente familia gallega. Se instaló con sus tres hijas en Armaño. Una aldea pequeña, en el valle de Liébana. Tierra de adolescencia para Concepción Arenal, que sufre otra pérdida: su hermana menor muere en 1830. Cinco años después la familia abandona la aldea y se traslada a Madrid.

Concepción Arenal no olvidará a su padre, no olvidará el valle de Liébana. Es una joven inquieta. La ciudad le asfixia. Vuelve la vista atrás. Quiere regresar. Pero ya ha aprendido que las pérdidas son permanentes. Tiene quince años. Una curiosidad interminable. Devoción por los libros. Aprende francés e italiano por su cuenta. Quiere estudiar. Su madre está de acuerdo. Pero sus ideas divergen. María Concepción de Ponte matricula a sus hijas como externas en el colegio de Tepa. El programa de estudios del centro es sencillo: consiste en enseñar a niñas de familias bien a comportarse en sociedad. Concepción Arenal, decepcionada, aprende filosofía y ciencias a solas en libros que rescata de bibliotecas familiares perdidas. La distancia que la separa de su madre es inmensa. No solo forman parte de generaciones distintas, están situadas en siglos opuestos.