'Cántabros con Historia' es un blog en el que intentaremos sacar brillo a los logros de todos esos personajes ilustres por cuyas calles paseamos a diario sin tener ni idea de cuáles fueron sus méritos. En los textos que siguen intentaremos trazar la biografía de unos hombres y mujeres que, desde una pequeña tierra en el norte de España, contribuyeron con sus aportaciones al desarrollo de la ciencia, la literatura, la política o el arte. Este blog, patrocinado por la Consejería de Cultura del Gobierno de Cantabria, está escrito por el periodista Miguel Ángel Chica y tiene como única pretensión reivindicar su memoria, para que sus nombres permanezcan en el recuerdo. Los estudiantes del Ciclo Formativo de Técnico Superior en Ilustración de la Escuela de Arte número 1 de Puente San Miguel son los encargados de retratar, a través de distintas técnicas pictóricas, a todos los protagonistas.
Consuelo Berges, la fuerza de las convicciones
Son alrededor de 50 personas. Caminan arrastrando los pies, con la mirada clavada en el suelo que pisan, como si les diera vergüenza alzar los ojos al cielo, como si supieran, instintivamente, que los vencidos ya no tienen ese derecho. No hablan entre ellos. No tienen nada que decirse. Conocen el camino. Dejan atrás los últimos valles de Gerona y entran en Francia. En un par de horas llegarán a Portbou, donde serán detenidos por una patrulla francesa. No opondrán resistencia. No pueden. Es el mes de febrero de 1939. Son los republicanos españoles, que marchan al exilio.
Consuelo Berges se deja conducir, como el resto de sus compañeros, hasta un prado en las afueras de la ciudad. Ignora el destino que le aguarda, pero hace tiempo que el destino ha dejado de ser un problema. Tiene hambre y frío y su única preocupación es sobrevivir a la noche al raso que se le viene encima. Sabe de sobra que, para los desamparados, no hay futuro más allá de la última calada a un cigarro que pasa de mano en mano y que fuma únicamente para que la brasa le caliente un poco los dedos.
Al día siguiente las autoridades francesas trasladan en tren a los refugiados españoles hasta el departamento del Alto Loira. Durante una parada en Perpiñán, Consuelo Berges se escabulle junto a varios compañeros. ¿Pero adónde escapa un extranjero que no puede regresar a su país? Transcurren horas hasta que los gendarmes los encuentran. Dos días después llegan a Le Puy-en Velay, donde Berges y otros 600 españoles huidos del fascismo son encerrados en un campo de internamiento, a la espera de que Francia, que se asoma a la II Guerra Mundial, decida qué hacer con ellos.
De Ucieda a Buenos Aires
De Ucieda a Buenos AiresEl paisaje de la Auvernia francesa le recuerda a los valles cántabros en los que pasó su infancia y su juventud. Quizás las montañas parecen más altas, más hostiles e indiferentes, pero son las mismas laderas, el mismo cielo gris y la misma neblina al amanecer.
El aislamiento y la incertidumbre del campo de internamiento la llevan en un viaje hacia atrás en el tiempo hasta la biblioteca de la casa familiar en Ucieda, donde descubrió el mundo cuando era una niña. Consuelo Berges no fue a la escuela, aprendió a leer en casa y se educó con los libros de la familia, en español y en francés.
Nació en 1899, de madre soltera. Infancia entre libros y recuerdos de bosques y valles. A los 15 años se mudó a Santander y antes de cumplir los 20 se graduó en la Escuela Normal de Maestras según los principios de la Institución Libre de Enseñanza. Cuando obtuvo el título se instaló en Cabezón de la Sal y empezó a dar clases en la academia fundada por Matilde de la Torre.
Son los años que fijarán el compromiso político posterior. En Cabezón conoció al periodista Víctor de la Torre, que la animó a publicar sus primeros artículos en el vespertino La Región. Sus puntos de vista, atrevidos y polémicos, no tardaron en despertar el interés de otros intelectuales.
Berges no es una de esas personas que se guarda una opinión para no molestar al auditorio. Publica sus artículos en El Sol de Madrid y en La Nación de Buenos Aires. Mantiene correspondencia con Clara Campoamor, María Zambrano, Ortega y Gasset, Azorín, Rosa Chacel, José Ortega Munilla y Rafael Cansinos Assens, entre otros.
Escribe lo que piensa, se considera libre y ejerce su libertad. Pero el ejercicio de la libertad exige condiciones políticas y sociales que empiezan a escasear en España después del golpe militar de Primo de Rivera. En 1926 la dictadura asfixia a Berges, que decide exiliarse en Perú.
Se instaló en Arequipa, donde encontró nuevos periódicos en los que escribir y una academia en la que enseñar gramática. Vivió dos años en Perú y en 1928 se trasladó a Buenos Aires. Allí colaboró con El Diario Español, impulsado por el embajador español en Argentina, Ramiro de Maetzu.
Se da la circunstancia de que mientras Maetzu intentaba atraer a los españoles de Argentina a la causa de Primo de Rivera, Berges utilizaba el periódico del embajador para cargar contra la dictadura y la política del general. Un año después, en 1929, fue nombrada directora de la revista Cantabria, financiada por el Centro Montañés. Sus amistades en Buenos Aires incluyen a la pintora Norah Borges y a la poetisa Alfonsina Storni. Pero nada ni nadie es capaz de sujetarla en Argentina cuando España proclama la II República.
De Buenos Aires a Portbou
De Buenos Aires a PortbouOtoño de 1931, Consuelo Berges renace en Madrid. Durante los primeros meses de la II República todo le parece posible. Y Berges, feminista convencida, se pone al servicio de la liberación de la mujer, tanto tiempo aplazada. Lo hace como siempre lo ha hecho, desde una tribuna en prensa que incluye a las publicaciones de la CNT, la FAI y la asociación de Mujeres Libres. Se posiciona junto a Clara Campoamor para exigir el voto femenino y rechaza varios cargos en el Gobierno para trabajar como bibliotecaria en el Archivo de la Junta Provincial de Beneficencia.
En 1935 publicó de manera clandestina y con seudónimo Explicación de Octubre, un libro en el que relata la Revolución de 1934 y denuncia la represión del Gobierno derechista de Lerroux y Gil Robles. Un año después, cuando estalla la Guerra, la Junta Provincial de Beneficencia la nombra directora del orfanato de la Guindalera, abandonado por las monjas, con la misión de evacuar a los niños y ponerlos a salvo de los bombardeos. Con ese objetivo recorre media España, desde Madrid hasta Cataluña, acompañada por media docena de voluntarias, hasta dejar a los huérfanos en Granollers, donde no llueven bombas del cielo.
Berges pasó el resto de la guerra en Barcelona, organizando misiones de alfabetización dirigidas a la población femenina, a través de la organización Mujeres Libres. Enseñan a las mujeres a leer y a escribir, las instruyen acerca de los métodos anticonceptivos, les advierten contra la prostitución forzada y les ofrecen alternativas laborales dignas. Reivindican los derechos sociales y familiares de las mujeres, que incluso los sectores izquierdistas mantienen en segundo plano.
Pero las tropas del general Franco ganan terreno, el territorio controlado por el Gobierno republicano mengua y la derrota es inevitable. Cuando comienza el asedio de Madrid, los defensores de la República saben que la caída del régimen democrático es solo cuestión de tiempo.
Es entonces cuando comienza el segundo exilio de Consuelo Berges, el que la llevará a Francia cruzando la frontera por Gerona, de camino a Portbou, donde la espera un tren de pasajeros con dirección a un campo de internamiento en el Alto Loira.
De Portbou a París
De Portbou a ParísEn el campo, Consuelo Berges es un ser humano sin rostro. Los nombres, como el pasado y las historias personales, carecen de función y pierden su sentido. Hombres, mujeres y niños se hacinan en barracones de madera. El espacio en el que los refugiados pueden moverse está delimitado por alambradas y vigilado por soldados armados. Algunos enferman y mueren. Otros resisten y esperan. Unos pocos ni enferman ni esperan, y se dedican a estudiar la manera de escapar del campo. A este último grupo pertenece Consuelo Berges, que después de varias semanas consigue sortear las alambradas y rescata su libertad de las ruinas del campo.
A diferencia de la primera vez que intentó huir, en Perpiñán, en esta ocasión Berges tiene un lugar en el que esconderse. Días después, sin documentación y sin nadie a quien recurrir en el camino, llega hasta París por caminos que la historia omite.
Allí se encuentra con dos compañeros de la Barcelona en guerra, Baltasar Lobo y Mercedes Comaposada Guillén. Con ellos y con la ayuda de otros españoles instalados en Francia, como Pablo Picasso, la autora cántabra sobrevivirá en la clandestinidad dando clases de español y escribiendo artículos para periódicos y revistas argentinas.
París podía parecer un destino evocador en el imaginario de alguien que había nacido a finales del siglo XIX y se había educado sentimentalmente con las novelas de Balzac y Víctor Hugo, pero el París de la realidad de 1940 es una ciudad en estado de sitio a punto de ser ocupada por los nazis.
Como siempre ocurre en las ciudades que están a punto de cambiar de dueño, la capital de Francia se llena de delatores dispuestos a denunciar a cualquiera para congraciarse con los nuevos amos. Cuando París cae en manos de Hitler la clandestinidad se convierte en un oficio peligroso. En 1943, cuatro años después de la huida del campo de Le Puy-en Velay, los alemanes detienen a Consuelo Berges.
Al principio la toman por judía. La propia Berges, que como toda Europa ignora todavía el destino que esperaba a los judíos en los campos de exterminio nazis, intenta mantener el equívoco con la esperanza de evitar la deportación a España. Pero cuando los alemanes descubren la verdad la entregan a las autoridades franquistas, que la encierran en un campo de prisioneros para repatriados.
La mediación de Matilde Marquina y Luis de la Serna, que se ofrecen como garantes, le permitieron obtener la libertad entrecomillada que el franquismo ofrecía a quienes habían defendido la República. Berges pudo instalarse en Madrid, pero se le prohibió ejercer como maestra y publicar artículos en la prensa nacional y extranjera. Para sobrevivir recurrió a un viejo amor de juventud, la literatura francesa.
De París a Stendhal
De París a StendhalEn el Madrid de posguerra comienza la carrera de Consuelo Berges como traductora. En sus manos las grandes obras de la literatura francesa brillarán con una naturalidad nueva e insólita. Tradujo a Flaubert, a Proust, a Saint Simon y a Rousseau, pero su gran amor fue siempre Stendhal, al que dedicó sus mayores esfuerzos y cuyas obras completas volcó al castellano en traducciones que consiguieron popularizar la obra del autor de Rojo y Negro en España.
En 1955 fundó junto a Marcela de Juan la Asociación Profesional de Traductores e Intérpretes, con la que reivindicó y consiguió para los traductores los derechos de autor sobre sus trabajos. En 1956 obtuvo el premio Fray Luis de León, precedente del Premio Nacional de Traducción, por su versión de la Historia de la España cristiana de Jean Descola. La llegada de la democracia la encontró anciana, pero nunca inactiva. Siguió publicando y en 1982 creó el Premio Stendhal, con el objetivo de reconocer las mejores traducciones de obras francesas en castellano.
Decía que traducir es “una lucha con la palabra”. Y aseguraba: “Una buena traducción no debe de ser nunca una transposición, es ya de por sí un género literario, porque si el autor pone el alma y el hueso, el traductor pone la piel”. Berges, a la que el franquismo le negó la voz, habló durante cuatro décadas con las palabras que otros dejaron escritas. Y por debajo de la voz de los otros los oídos atentos fueron capaces de escuchar su voz silenciada.
En 1983, ya octogenaria, Berges solicitó una beca de creación literaria al Ministerio de Cultura, alegando que la pensión que le quedaba por los derechos de autor de sus traducciones era insuficiente para vivir de manera digna. La escritora Maruja Torres la entrevistó para El País con motivo de la petición, con la que atrajo momentáneamente el interés de un país que hacía tiempo que la había olvidado.
Para entonces, Berges vivía en un pequeño piso del barrio de Argüelles y se reservaba un último rasgo de coquetería negándose a posar para los fotógrafos. En aquella entrevista, una de sus últimas apariciones públicas, afirmaba que no necesitaba diplomas ni medallas y presumía de su carácter anárquico: “Nunca he tenido carnet de nada”.
Murió en Madrid en 1988, a los ochenta y nueve años de edad. Vivió dos guerras mundiales, una guerra civil, dos exilios exteriores y un exilio interior. Fue maestra en una época que tuvo el atrevimiento de concebir la educación como una herramienta para la libertad. Luchó por los derechos de las mujeres y nunca le asustó pagar el precio que dos dictadores le impusieron por mantenerse firme en sus convicciones.
Cuando volvió a España, derrotada en un país que humillaba a los derrotados, nunca inclinó la cabeza. La dejaron sola, pero no estuvo sola, porque vivió toda su vida rodeada libros. Quizá para recordar que todo había empezado en la biblioteca de una casa de Ucieda.
Son alrededor de 50 personas. Caminan arrastrando los pies, con la mirada clavada en el suelo que pisan, como si les diera vergüenza alzar los ojos al cielo, como si supieran, instintivamente, que los vencidos ya no tienen ese derecho. No hablan entre ellos. No tienen nada que decirse. Conocen el camino. Dejan atrás los últimos valles de Gerona y entran en Francia. En un par de horas llegarán a Portbou, donde serán detenidos por una patrulla francesa. No opondrán resistencia. No pueden. Es el mes de febrero de 1939. Son los republicanos españoles, que marchan al exilio.
Consuelo Berges se deja conducir, como el resto de sus compañeros, hasta un prado en las afueras de la ciudad. Ignora el destino que le aguarda, pero hace tiempo que el destino ha dejado de ser un problema. Tiene hambre y frío y su única preocupación es sobrevivir a la noche al raso que se le viene encima. Sabe de sobra que, para los desamparados, no hay futuro más allá de la última calada a un cigarro que pasa de mano en mano y que fuma únicamente para que la brasa le caliente un poco los dedos.