'Cántabros con Historia' es un blog en el que intentaremos sacar brillo a los logros de todos esos personajes ilustres por cuyas calles paseamos a diario sin tener ni idea de cuáles fueron sus méritos. En los textos que siguen intentaremos trazar la biografía de unos hombres y mujeres que, desde una pequeña tierra en el norte de España, contribuyeron con sus aportaciones al desarrollo de la ciencia, la literatura, la política o el arte. Este blog, patrocinado por la Consejería de Cultura del Gobierno de Cantabria, está escrito por el periodista Miguel Ángel Chica y tiene como única pretensión reivindicar su memoria, para que sus nombres permanezcan en el recuerdo. Los estudiantes del Ciclo Formativo de Técnico Superior en Ilustración de la Escuela de Arte número 1 de Puente San Miguel son los encargados de retratar, a través de distintas técnicas pictóricas, a todos los protagonistas.
Gerardo Diego, un poeta y dos corazones
“Hoy lo he visto claro
Todos mis poemas
son solo epitafios“.
Gerardo Diego. 'Ajedrez'
Gerardo Diego vivió con dos corazones. Un corazón era clásico, el otro era vanguardista. Latían con músicas diferentes. En el corazón clásico Gerardo Diego refugiaba a Góngora y a la métrica castellana antigua. En el corazón vanguardista almacenaba callejuelas de París y cafés bulliciosos. Los dos corazones nutren su obra, por donde cruzan sonetos sin signos de puntuación, elegías cubistas, paisajes abstractos, imágenes afiladas. A lo lejos se escucha el mar.
No necesitó más equipaje en el camino de la literatura. Con una vocación temprana y un oficio estable como profesor de instituto fue miembro destacado y uno de los principales impulsores de la Generación del 27, un grupo de poetas de verso ágil, jóvenes ambiciosos que mezclaron tradición y modernidad, realidad y deseo, sentimiento e inteligencia, hasta que la guerra los barrió por las cuatro esquinas del mundo.
Gerardo Diego escribió durante sesenta años. Dedicó su poema más conocido a un ciprés del monasterio de Silos, un soneto sobre el que se han escrito monografías. Escribió ante todo y sobre todo. Algunos de sus poemas hablan de amor. Otros justifican el golpe de estado de julio de 1936. Otros destacan el coraje de los combatientes de la División Azul, empotrada en los ejércitos nazis que intentaban tomar la Unión Soviética. Otros describen el despertar íntimo de una flor que crece en silencio.
Principio
Santander, 1912. Gerardo Diego es un adolescente espigado que acaba de terminar el bachillerato. Tiene dieciséis años y un exceso de lecturas. A finales de verano dejará la ciudad en la que ha crecido para estudiar Filosofía y Letras en la Universidad de Deusto. La vocación se despereza. Diego se asoma a la literatura. En Bilbao conoce a Juan Larrea. Con el tiempo Diego y Larrea se convertirán en los máximos exponentes del creacionismo en España. El creacionismo es música y Francia. A Diego y Larrea, con el tiempo, los separará la guerra.
De Bilbao a Madrid. Gerardo Diego sigue siendo espigado, pero ya no es un adolescente. Es un adulto que viste trajes oscuros y se peina hacia atrás. Consigue el doctorado y una cátedra de instituto. 1918 es un año que aparece en los libros de historia: el Káiser se rinde en Versalles, termina la I Guerra Mundial y Gerardo Diego escribe sus primeros poemas. “Yo empecé a escribir versos de forma sistemática en 1918. Exactamente en febrero de 1918”. El recuerdo pertenece a un Diego envejecido que mira hacia atrás su propia historia. 1918 es también el año en el que el poeta cántabro publica su primer relato. Apareció el 6 de enero en El Diario Montañés. Se titulaba “La caja del abuelo” y se perdió en los archivos del periódico, que no conserva ningún copia del ejemplar.
A finales de la década Diego enseñaba Lengua y Literatura en un instituto de Soria. La ciudad y el oficio lo emparentan con Antonio Machado. Como Machado, Gerardo Diego recordaría en versos su estancia en los campos de Castilla: “Quien os vio no os olvida / azules de Soria, azules”. De Soria a Gijón. De Gijón a Santander. En Santander fundó dos de las revistas literarias más importantes de los años veinte: Lola y Carmen. Son revistas con nombre de mujer en las que se experimenta con la vanguardia: Gerardo Diego, después de una breve estancia en Francia, donde conoció a María Blanchard y a los pintores cubistas, regresó del extranjero cargado de rupturas poéticas.
Una tarde de 1920 Diego acompañó a León Felipe a la imprenta. Miró precios, hizo preguntas. “Ahora se gastará su primera paga en editar su primer libro”, le había dicho Ramón Gómez de la Serna unos meses atrás. El libro se tituló El romancero de la novia y en sus páginas el corazón clásico late con más fuerza que el vanguardista. La obra recoge influencias de Lope, Góngora y Bécquer, y el influjo contemporáneo de Juan Ramón Jiménez. Sin embargo, El Romancero de la novia habla con una voz propia, la de un poeta recién nacido de veintiséis años que acaba de encontrar un camino.
Nudo
En 1925 a Gerardo Diego le dieron el Premio Nacional de Poesía por Versos Humanos. En realidad, el premio lo había ganado Rafael Alberti por Marinero en tierra, pero el jurado dejó desierto el apartado de teatro y transfirió la cuantía del galardón al poemario de Diego. El poeta cántabro y el poeta andaluz se encontraron frente a una ventanilla cuando fueron a cobrar sus respectivos premios. Muchos años después, Alberti rememoraba la escena: “Me dijo: Soy Gerardo Diego. Yo lo conocía, pero solo de nombre, a través de unas colaboraciones en la revista Ultra, muy de la vanguardia de entonces, y por haber leído un libro de versos muy bonito, El romancero de la novia. Charlamos y quedamos muy amigos”.
El encuentro es representativo porque prefigura el nacimiento de la Generación literaria más importante del siglo XX en España. Cualquier estudiante de bachillerato que prepara la selectividad puede citar los nombres de carrerilla: Lorca, Cernuda, Guillén, Dámaso Alonso, Aleixandre, Salinas, Alberti y Gerardo Diego. Hay muchos más, pero raramente aparecen en los exámenes.
Comenzaron recuperando estrofas tradicionales y terminaron abrazados al verso libre. Se enredaron con el teatro y la prosa poética. Escribieron sobre billetes de tranvía, sobre porteros de fútbol, sobre llaves extraviadas, sobre gitanos que ya no podían ser libres, sobre los amores soñados y los amores de verdad. Todo estaba permitido. Se escribieron, se leyeron, se visitaron, se trataron. Gerardo Diego se situó en el centro del movimiento compilando las dos antologías que delimitaron la vecindad poética entre los integrantes de la Generación y contribuyó decisivamente a los encuentros y al intercambio.
Entre 1925 y 1932 Diego publicó cuatro poemarios: Versos humanos, Viacrucis, Fábula de Equis y Zeda y Poemas adrede. El resto del tiempo se le fue entre clases y viajes alrededor del mundo. México, Argentina, Filipinas, Francia, lecturas en universidades y auditorios, aplausos en una época en la que los poetas congregaban multitudes. En un instituto de Santander enseñó literatura a Matilde Camus, por entonces una joven estudiante que todavía no podía saber que Gerardo Diego terminaría escribiendo el prólogo de su primer libro de versos.
Desenlace
Los años treinta, las convulsiones. La guerra sorprendió a Gerardo Diego en Sentairalle, Francia, donde se encontraba visitando a la familia de su mujer, Germaine Main. En Sentaraille el poeta esperó la caída del Santander republicano. Cuando las tropas del general Davila tomaron la ciudad en 1937 Diego regresó a Cantabria. Vivió sin sobresaltos el resto de la guerra que desmembró a la Generación del 27.
Lorca fue asesinado y arrojado a una fosa común en Víznar; Alberti, Cernuda, Guillén y Salinas marcharon al exilio; Dámaso Alonso y Vicente Aleixandre mostraron ciertas reticencias pero terminaron acomodándose en el nuevo régimen; Gerardo Diego, sin embargo, defendió desde el primer momento el golpe de estado del 18 de julio y se adscribió sin reservas a la dictadura franquista, que poetizó en versos exaltados acerca de la defensa del Alcázar de Toledo o el cerco de Oviedo.
Gerardo Diego fue longevo: vivió hasta los 90 años. En ningún momento pareció molestarle que casi la mitad de su vida transcurriera bajo el yugo de una dictadura totalitaria. Fue, en vida, uno de los poetas más reconocidos de España y recibió honores y premios hasta el final de sus días. En 1947 ingresó en la Real Academia. En 1956 volvió a obtener el Premio Nacional de Poesía por su obra Paisaje con figuras. En 1979 se le condeció el Premio Cervantes. Fue la primera y la única vez que el galardón se entregó a dos escritores: Diego compartió honores con el argentino Jorge Luis Borges.
Para entonces, Gerardo Diego había sincronizado sus dos corazones. Sus versos, desarrollados según las estructuras clásicas, encuentran imágenes sin precedentes en la tradición. José Hierro, también poeta y cercano a Cantabria, dio con una definición que se ajusta a la poética de Diego: “un lírico escindido, esquizofrénico, que nunca se decidió a quedarse con un solo amor”.
Su obra completa abarca más de cuarenta títulos. Fue un poeta curioso que encontró tiempo para la enseñanza, el teatro y la crítica musical y literaria. En su poema Autorretrato, una confesión críptica con ecos de Machado y Whitman, escribió: El universo infinito / me enmaraña; / auscultadme, soy su cárcel / sin ventanas.
“Hoy lo he visto claro
Todos mis poemas